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Como en el tenis de mesa

Como otros lectores, Ernesto Vega González se aferra a esta columna como a la última tablita de salvación de todos los naufragios que ha sufrido durante más de un año. Ya exhausto, en el clímax de la impotencia, él se pregunta qué le hizo al mundo cuando, ejerciendo sus derechos como cliente de la Empresa Eléctrica, solicitó un servicio que es un deber de esta entidad.

Vega reside en calle 8, número 3, entre A y B, Reparto Municipal, en Santiago de Cuba. Y en marzo de 2005, solicitó en la Sucursal La Trocha de la Organización Básica Eléctrica (OBE) en esa ciudad, la instalación de la corriente de 220 voltios en su hogar, y el metro contador correspondiente, pues su nuevo refrigerador lo requería.

Los inspectores visitaron su casa y comprobaron que había condiciones para ello. Ya el 30 de marzo Vega firmaba el contrato para esos trabajos. Y tanto por lo que leyó en el cartel, como por lo que le dijeron allí, el servicio —que es completamente gratuito— debía demorar no más de 30 días. Previendo cualquier dilación, Vega preguntó si no había dificultad alguna o carecían de algo para la instalación. Y le respondieron que no faltaba nada.

Pero transcurridos 45 días, y sin que se hubiera cumplido la norma del cartel, Vega fue a la Sucursal, y allí le dijeron que en ese momento no tenían cable. Debía retornar 15 días después.

Así lo hizo, y entonces le plantearon que no tenían metros contadores. Persistió a los pocos días, y la excusa fue que no había operario que hiciera el trabajo. La siguiente ocasión: que no había carro.

Pasaron meses y meses, Vega insistía una y otra vez, pero el contrato seguía como letra muerta. Nada se hacía.

En marzo de 2006, ya a Vega le resultaban harto suficientes la espera y la paciencia de un año. Habló con el director de la Sucursal, y este le aseguró que tenían todo lo demás, pero les faltaba el carro, por lo cual otra sucursal les prestaría uno por esos días y todo se resolvería. Pero nada una vez más.

Ya en mayo fue a ver nuevamente al director y le argumentó que personas con contratos mucho más recientes que el suyo ya tenían todo instalado. Este le dijo que no había medios de transporte en ese momento, pero en cuanto lo tuvieran se cumpliría lo prometido.

Volvió en junio, y el director entonces adujo que tenía a los trabajadores en otro tipo de labor, además de que esgrimió que había casos de más antigüedad que el suyo.

Vega —¡qué aguante!— fue entonces a la empresa con el propósito de hablar con su director. Y al explicar su caso en la recepción, un funcionario allí presente, que dijo pertenecer al departamento de Relaciones Públicas, le informó que casualmente en una reunión el día anterior se había planteado que antes del primero de julio debían estar resueltos todos los casos pendientes.

Ya el 5 de julio fue el último intento de Vega: fue a la empresa. «Me sentí como una verdadera pelota de tenis de mesa», confiesa al pormenorizar las infructuosas gestiones de un sitio a otro en la misma entidad. Vega se pregunta el porqué de esta historia, qué hay detrás de tanta dilación, maltrato y peloteo.

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