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Una vez más resuena en esta columna el mal de los proyectos inacabados: esas obras que comienzan en el éxtasis del entusiasmo, para luego paralizarse, como sujetas a una providencia fatídica.

Roberto Castellanos me escribe desde calle Martí 513, entre Segunda y Cuarta, reparto 10 de Octubre, en Palma Soriano, provincia de Santiago de Cuba. Y prefiere comenzar por la fase inicial de las ilusiones:

Relata el lector que allá por septiembre u octubre de 2005, se citó a los vecinos de esa arteria a una reunión en la sede del Gobierno municipal, donde les dieron la buena nueva de que en saludo al aniversario 230 de la fundación de esa localidad se iba a acometer un proyecto denominado Imagen, que iba a beneficiar a todas las viviendas de la que es la principal calle de Palma.

El proyecto consistía en la reparación de las casas, a cargo de diversas empresas. Se les dijo que, aunque existían algunos problemas con la transportación de los áridos, el cemento estaba garantizado. Se contaba con algún aseguramiento de acero, planteáronles, pero se irían acometiendo los trabajos según fuera depositándose el material.

Les aseguraron también que había la requerida pintura de calidad para las fachadas, y alertaron que a quienes contasen con acero, se les iba a «echar la placa» hasta donde alcanzara ese material.

A la semana, Roberto no cabía en sí: primero llegaron 20 bolsas de cemento a su casa, luego 500 bloques. Parecía un engranaje muy bien aceitado. «Esto sí va en serio», pensó; y no tuvo tiempo de dudarlo, porque dos días después comenzaron los trabajos: demolieron algunas paredes de tabla, apuntalaron techos y levantaron nuevas paredes, hasta que se agotaron los bloques.

Entonces le plantearon que a su vivienda le faltaban mil bloques para concluir. Fue a principios de 2006 que llegaron, y pudieron hacer el repello y el resane, hasta que las paredes estuvieron a punto de cerramento o viga. Y ahí comenzó la odisea. Ahí se acabó el entusiasmo.

«Hasta el día de hoy —escribió Roberto el 7 de julio— en mi casa no se ha puesto ni un grano de arena, y la justificación que se da es que no hay esto o no hay lo otro. En este momento mi casa solo tiene la mitad del techo. Y porque no accedí a que se retirara el resto del techo, estamos viviendo los cinco en lo que era la cocina. Se podrá imaginar usted cuando llueve: el agua por los tobillos. Y ni hablar de las hermosas noches estrelladas».

Asegura el lector que otros vecinos están en la misma situación, y algunos peor; al tiempo que reconoce que al Gobierno municipal no le ha faltado interés para concluir el proyecto. Pero «algo se interpone», y ellos lo desconocen.

La pregunta que se hacen Roberto y muchos otros afectados es: ¿Si no existía un nivel de aseguramiento de los recursos, por qué se comenzó la demolición de las viviendas a lo largo de esta calle?

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