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Preguntas sin respuestas

«¿Burocracia, indolencia?», inquiría este redactor el ocho de junio, al relatar la agonía de Iraydis Santiesteban, una mujer que desde mayo de 2003 intentaba infructuosamente legalizar la casa que construyó con esfuerzos propios, y a la cual solo le faltaba la terminación exterior.

Iraydis, quien reside en Oscar Diéguez 25 altos, en la ciudad de Las Tunas, relataba que en 2003 se presentó en la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda (UMIV) con todos los documentos en regla. Allí le dijeron que en su caso lo idóneo era hacer una convalidación. Y así fue.

Ella iba cada 15 días a la UMIV. Así transcurrieron meses, hasta que en noviembre de 2004 le dijeron que el expediente ya había pasado a la Dirección Municipal de Vivienda. En febrero de 2005 se personó en esta última entidad, y su expediente no aparecía allí. La jurídica le aconsejó que volviera días después. Iraydis esperó hasta marzo, y cuando retornó, le orientaron que fuera de nuevo a la UMIV, donde apareció el expediente... sin la firma del director.

Se disculparon, pero debía esperar unos 15 o 20 días para que el director lo firmara. Ya acostumbrada a tantas dilaciones, esperó un mes y volvió por Vivienda Municipal. Hizo la gran cola y la jurídica le dijo que solo faltaba que el inspector fuera a su casa. Pero debía retornar a los dos meses, pues tenían pocos empleados para esa tarea.

Avezada en esperar sin desesperar, no volvió hasta septiembre. Y era que no tenían quién investigara. Desde entonces, Iraydis iba cada mes y todo seguía estancado.

Como si fuera poco, en diciembre de 2005 le plantearon que su caso a lo mejor demoraba uno, dos y hasta cinco años. Qué paciente mujer. Volvió en febrero de 2006, pero ídem. Desde entonces, ídem, ídem, ídem...

Ahora recibo una carta de Ramona Velásquez Pérez, jefa del Departamento de Atención a la Población de la Asamblea Municipal del Poder Popular de Las Tunas. Y es tan escueta la respuesta en sí, que la reproduzco totalmente:

«El caso fue remitido a la Vivienda, los que informan que dieron curso a la queja, y se corrieron los trámites pertinentes para que hoy la recurrente tenga la propiedad de su vivienda en las manos».

Agradezco el desenlace, pero de un plumazo no puede responderse así como así una denuncia de las tantas tribulaciones que sufrió esa ciudadana durante tres años, por ineficiencias ajenas. ¿Quién responde por tanta angustia y desespero? Siguen aún sin respuesta las preguntas de este redactor al presentar el caso en junio pasado: ¿Burocracia, indolencia?

La segunda carta la envía Luis Chamizo Pérez, vecino de calle 131 número 18411, entre 184 y 186, en el barrio Peñas Altas, de la ciudad de Matanzas, quien denuncia una pérdida muy dolorosa para él.

Cuenta Luis que el 29 de septiembre pasado impuso en el correos de su barrio un pequeño paquete con medicamentos: Sulfato de Amantadina y Bisacodilo, con el número certificado RR 012522812 CV para su hermana Margot, quien reside en Santa Catalina Este, número 164, apartamento B, en el municipio capitalino de 10 de Octubre. Y el paquete no había llegado a su destinataria el 2 de diciembre pasado.

Aclara Luis que las trabajadoras del Correos de su barrio se han preocupado y ocupado con devoción del problema, pero «el paquete con los medicamentos no se sabe dónde está».

¿Extraviado? ¿Sustraído? ¿Qué dice Correos de Cuba?

La tercera misiva la envía Carmen Lorenzo Rivas, una anciana de 90 años que reside en O’Reilly 462, en La Habana Vieja, quien lanza un SOS ante la embestida de las aguas sucias.

Relata Carmen que hace varios meses se presentó una tupición en su casa y solicitaron ayuda a las «entidades correspondientes» (no especifica cuáles). Las heces fecales salían por el inodoro y por los tragantes. Luego de tres meses, encontraron quienes les pasaran una cinta desde el fondo de la casa hasta el frente. Encontraron la tupición en la sala. Tuvieron que romper el piso y también la acera, para al final no resolver el problema.

Han seguido pidiendo ayuda en el territorio, pero «nadie ha hecho nada de nada. Todos escuchan, pero después lo echan al saco del olvido. ¿Qué puedo hacer?», me dice angustiada desde sus 90 años. ¿Quién puede hacer por ella?, pregunto.

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