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¿Qué pasa con el calzado ortopédico?

Se acumulan cartas acerca de la situación de los zapatos ortopédicos en Cuba: No hay, y tampoco hay explicaciones de por qué no hay.

Carmelo Enrique Ruiz me escribe desde calle 91 número 30418, entre 304 y 306, en la ciudad de Matanzas. Él cuenta que tiene una hermana de 90 años, y producto de las deformaciones que tiene en ambos pies, el médico le ha recetado zapatos ortopédicos.

A su edad, la señora ni siquiera aspira a que estén bonitos y a la moda, sino a adquirirlos para poder caminar. Pero cuando Carmelo me escribió, la anciana llevaba ya dos años luchando con lo imposible.

«¿El zapato ortopédico es un lujo o una medicina?» pregunta con toda intención en su carta Delvis Díaz Valdés, conociendo de antemano la respuesta. Y es que como padre estaba desesperado el día en que me escribió, pues su hija de cinco años hacía casi dos que presentaba dificultades en una rodilla, al punto de caerse con frecuencia.

Delvis, quien reside en 11 del Oeste, en Placetas, Villa Clara, señala que el facultativo le indicó zapatos ortopédicos a la niña, pero hasta el día de su terminante carta, no había podido adquirir dichos correctivos ni en Placetas ni en la ciudad de Santa Clara. No hay, y el atribulado padre tampoco sabe por qué.

«Ojalá el día de mañana mi hija no tenga que padecer un problema mayor por no haber podido corregir a tiempo el que presenta ahora», sentencia Delvis.

De igual manera se pronuncian Luis Vélez Aguirre, de calle Reloj número 23, entre San Antonio y San Ricardo, en la ciudad de Santiago de Cuba; y Rubén González, de calle Aguilera número 6, apartamento 3, en Lawton, municipio capitalino de 10 de Octubre.

Evelio Morales Martínez, de Leopoldo Pérez número 108, en San Juan y Martínez, provincia de Pinar del Río, habla con la propiedad que le confiere el ser cliente por más de 30 años del Taller Provincial de Ortopedia de Vueltabajo.

Debido a problemas de circulación, Evelio tradicionalmente tuvo derecho a mandarse a hacer allí cada año dos pares de sandalias, al precio de 12 pesos cada una. Pero ya hace un buen tiempo que todo ha cambiado. O no hay material, o no hay refuerzos para el talón. Pero puede suceder que, resueltos los componentes anteriores, no haya agujas para coser... aunque, al final, aparezca todo y te hagan las sandalias.

Así le sucedió a Evelio. Y mucho más: el propio día en que al fin las recogió, ya al llegar a San Juan y Martínez largaban los trozos por el camino. Se despegaron. Él las remienda una y otra vez, pues desde 2005 no adquiere unas nuevas. Y ya le han costado más esas reparaciones que el precio mismo del par.

«¿Cómo se entiende —cuestiona Evelio— que los estantes de venta de calzado de particulares siempre tienen oferta de zapatos y nunca carecen de material, agujas y otros componentes; mientras que un taller ortopédico estatal siempre confronte tantas dificultades para resolver los problemas de calzado de la población?».

Y mucho fundamento tiene su inquietud, como la del resto de los remitentes. Al margen de lo anecdótico, y de que puedan parecer casos muy particulares, son muchas las personas que en Cuba presentan situaciones similares con lo del calzado ortopédico, que ni siquiera es un lujo ni un capricho estético, sino una necesidad de primer orden, como una medicina que no debe faltarle al diabético.

Urge una información pública al respecto, y mucho que se agradecería. Pero, sobre todo, los pies lacerados de tanta gente esperan más que palabras. Entre muchos problemas y carencias habrá que atender algo tan sensible: Ir priorizando ciertas «prótesis» financieras para ese medicamento de la locomoción, que no admite postergaciones, como bien intuye Delvis Díaz cuando observa el andar inseguro de su hija.

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