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Pozos contaminados

En junio de 2007 el agua comenzó a revelar un misterioso regusto a combustible en varias viviendas del poblado de Báez, municipio villaclareño de Placetas. Y luego se conoció la causa: el depósito de combustible del CUPET-CIMEX del pueblo estaba filtrando y contaminó cuatro pozos que abastecían de agua potable a un gran número de viviendas.

Lo cuenta Lázara Alfonso Iglesias, quien reside en Rolando Pedrosa 39, entre Raúl Torres y Santa Herminia, en esa localidad. Uno de los afectados es el pozo de su vivienda, que abastece a 30 familias. El agua, de solo olerla, muestra el efecto del intruso combustible.

El 22 de octubre pasado, cuando Lázara se decidió a escribirme, el agua no había sido analizada, a pesar de que el problema había sido ya puesto en conocimiento de las autoridades municipales. «Hasta el momento en que le redacto mi carta —asegura—, no se ha tomado ninguna medida favorable para los vecinos afectados, ni siquiera la asignación de una distribución de agua potable. Solamente los primeros días fue una pipa de agua, pero el costo del llenado de los depósitos era exorbitante para la mayoría de los vecinos».

Así, ellos viven cargando cubos de agua de otros pozos de la localidad que no han sido agredidos por el combustible. Como es un problema comunitario, que incide sobre tantas familias, ella no comprende cómo se ha tomado con tanta pasividad. El depósito de CUPET-CIMEX fue reparado, pero los pozos siguen contaminados, por el combustible que aún queda en el subsuelo. «Alguien debe responsabilizarse y dar una solución favorable», sostiene.

La segunda carta la envía José de la Caridad Méndez, vecino del edificio 6, apartamento 4, avenida Martí, en Yara, provincia de Granma; y su objetivo es denunciar algo que él considera «descabellado».

Refiere que el edificio sito en el número 60 de la calle Carlos Manuel de Céspedes de ese poblado, ha sido víctima de una imposición inaceptable: a menos de tres metros de su frente, o puerta de salida, se construía el pasado 13 de octubre un quiosco que ha creado inconformidad en los vecinos.

Significa que los inquilinos del edificio, «por desinformación, desconocimiento o miedo, no han realizado una queja formal, porque no saben a quién dirigirse. Y cuando a los que laboran en la construcción del quiosco les preguntan, solo responden que cumplen órdenes».

El descontento reside también en que en la primera planta del inmueble reside un anciano que es ciego, y al salir, tropieza con el quiosco. Pero José de la Caridad argumenta: si a los edificios multifamiliares pertenecen las escaleras, azoteas, y áreas verdes exteriores, «¿no era justo al menos haber consultado a los vecinos?». Y dice más: «El conformismo de algunos no debe presuponer la imposición desmedida por sobre los derechos ciudadanos al bienestar y la convivencia».

El lector considera que la fiebre de «quioscos» que se vive en el país, pues se instalan indiscriminadamente en cualquier sitio público, deteriora los valores urbanísticos y debe ser controlada a tiempo. Solicita que se esclarezca si para erigir el quiosco en el frente del inmueble, se consultaron instituciones como la Dirección de Arquitectura, Planificación Física y todos los que tienen que ver con el urbanismo.

De la incorrecta ubicación de los recurrentes quioscos también me escribe Rolando Colás Sánchez, vecino de avenida 57, número 9605, apartamento 3, entre 96 y 98, en el municipio capitalino de Marianao.

Manifiesta Colás que en el parque Maceo, del popular barrio Pogolotti, más conocido por parque Luceván y situado en avenida 51, entre 96 y 98, han colocado un quiosco de venta de prensa que casi tapa el monumento al Titán de Bronce «de forma irrespetuosa».

Refiere el remitente que los vecinos del lugar están muy molestos con la tan inapropiada instalación del quiosco de marras, que bien podría tener otra ubicación. Y exigen la inmediata retirada del mismo.

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