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Interruptus...

Esta columna ha declarado guerra sin cuartel a las obras truncas, por la indolencia e insensibilidad con que son interrumpidas súbitamente; y por el costo económico que entrañan, a más del drama humano que traen. Y siempre esas paralizaciones hallan una excusa a la mano, para camuflar la débil planificación o previsión con que fueron concebidas, o el desorden de picaflor con que muchas veces se abren frentes aquí y allá, desbordando las posibilidades, y levantando expectativas luego traicionadas.

Que un día encuesten a los desesperanzados beneficiarios de todo lo que abortó, sin cumplir su objetivo, para que sepan.

Hoy tiene la palabra Bárbara Franco, vecina de calle Segunda número 48, entre Cristo y Pepito Tey, en el reparto Jacinto González, de Santa Cruz del Sur, en la provincia de Camagüey. Relata ella que en 2005, el huracán Dennis arrasó en esa zona con 150 viviendas, entre ellas la suya, con derrumbe total. Su familia estuvo albergada dos meses, y le asignaron una brigada de Pecuario, que comenzó a laborar en su futura casa el 24 de agosto de 2005. Pero el 25 de septiembre, luego de levantarla a nivel de anilla, se retiró, y no laboró más allí hasta noviembre de 2007, cuando se reincorporó y trabajó apenas ocho días. Nada más se ha hecho hasta la actualidad.

Bárbara refiere las pésimas condiciones en que vive hacinada la familia en un cuartico improvisado, al final de la obra trunca. Y lo que más le duele es que, desde 2005 son innumerables las veces que ha ido a la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda (UMIV) y siempre le dicen que van a mandar la brigada. ¿Cómo se llama eso si no es engaño?

Ya Bárbara ha quemado todas sus naves de gestiones en el territorio: Vivienda municipal le dice que es con la UMIV. En el Gobierno municipal le dicen que no tienen que ver con el problema, dicho así por una secretaria que responde por su jefe.

¿Quién entonces la va a atender, y le va a responder por tamaño olvido?

El otro cuarto se alquila... en Regla, en la capital: Iván Gil Olavarrieta me escribe en nombre de los vecinos del edificio 110, que hace esquina en calle Loredo y Oscar Lunar, en ese municipio, y cuenta que hace dos años hubo una gran tupición en la tubería maestra del edificio como consecuencia de su deterioro. Se hicieron las gestiones con la Micro Social del territorio, y a principios de 2007 un día se aparecieron y llevaron todos los materiales ante los ilusionados vecinos. Pero era mucha la felicidad. Al siguiente día se llevaron todo lo que habían traído, sin hacer nada más.

Reclamaron a la Micro Social y esta respondió que ya se les había pasado el turno, «lo cual constituye una falta de respeto», según Iván. ¿Qué turno? ¿Todo en la vida será por turnos que se nos escapan de las manos luego de esperar y gestionar tanto? ¿Y los que no cogieron su turno en esta vida, qué?

Ahora, asegura, el edificio está en peores condiciones en cuanto a desagüe. «Hace 15 días fuimos a la Micro Social, y ni siquiera se ha aparecido algún inspector. Esta situación la conoce el Poder Popular municipal», señala.

La tercera misiva la envía el doctor Félix Martínez, de Pedro A. Pérez, entre 5 y 6 Sur, en la ciudad de Guantánamo. Con elegante prosa el denunciante viste su indignación por lo ocurrido, pero iré al hueso de los hechos:

Hace más de dos años, la Empresa Provincial de Construcción y Mantenimiento erigió nuevas viviendas biplantas en ese barrio, y tuvo que habilitar un servicio de evacuación para las instalaciones sanitarias. Hizo un corte longitudinal de la calle, y la fragmentó en dos mitades.

Pero con la premura de entregar las casas —¡ah, siempre la traicionera premura!— intentaron sellar dicha herida a como pudieran. Resultado: tráfico embotellado y la zanja rellenada con tierra y escombros. «Verdaderas tormentas de polvo que no le envidian nada a las procedentes del Sahara africano», describe el denunciante, quien se califica como «voz unánime del barrio que me vio crecer, el barrio que no quisiera ver desaparecer». Y acto seguido, se pregunta: «¿Qué hacer? ¿Adónde ir?».

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