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Cuesta abajo el cafetal

Hay cartas que inquietan, porque llevan en sí historias elocuentes de cuántos coágulos hay que diluir para que la economía socialista fluya con excelencia y libere sus fuerzas productivas. El marasmo y la abulia no pueden obrar milagros, ni seducir al hombre al trabajo, la fuente de todas las riquezas posibles.

Ángel Quesada me envía una de esas tristes cartas, desde la comunidad rural Pinal Quemado, en Buey Arriba, provincia de Granma. Y en ella traza la ruta crítica, más bien el desbarranco de la Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC) 28 de Septiembre, adscrita a la empresa cafetalera de ese territorio.

Sí, una UBPC nacida en los 90, como muchas otras, bajo el signo de buscar la prosperidad y la eficiencia en un cooperativismo que aligerara cargas burocráticas e intermediarios para hacer parir la tierra. Una buena semilla que no pudo germinar en muchos terrenos, porque siguió atada a conceptos verticalistas y centralizados del campo cubano.

Ángel recuerda con nostalgia aquellos años iniciales de la UBPC cafetalera, cuando parecía que todo iba a fructificar: cada año lograban recoger más de 3 000 latas de café, y a veces hasta 4 000, y tenían bueyes, arrias de mulos, modelo pecuario, un autoconsumo que abastecía a parte del vecindario, carretón. Y, sobre todo, una fuerza de trabajo estimulada y competente.

Pero todo fue perdiéndose: hombres, brazos para desgranar el café, animales... Hasta la administración de la UBPC desapareció. Ahora los cafetales están solitarios y abandonados a la suerte de la manigua. «Pero ningún organismo se ha preocupado por esa producción. Nadie sabe el destino que coge. El año pasado podían haberse obtenido 2 000 latas y solo se alcanzaron unas 300. Este año fue peor, pues nadie ve ni vela por nada...».

El obrero agrícola relata que la broca, esa plaga terrible, cubre el 80 por ciento de los cafetales, «y no aparece un alma que vele por esto», sentencia. Solo quedaba un administrativo allí y hace más de tres meses que «colgó el sable» y dejó a Ángel al cuidado de los medios básicos que quedan. El comedor, los albergues y algún que otro hierro viejo.

Lo más preocupante para él es que «se ha derrumbado esto que con tanto amor y sacrificio logró un colectivo de trabajadores; y que nadie se haya dado cuenta, aunque todos los organismos del municipio lo conocen...

«¿Quién responde por esto, cuando ni usted ni yo podemos dar respuesta?», pregunta Ángel, con la vergüenza y la autoridad que le confiere el permanecer allí entre los cafetales, defendiendo un reducto de esperanza.

El campo cubano está abocado a un vuelco en sus estructuras, funciones y relaciones con el resto de la economía y la sociedad. El campo cubano necesita despojarse de muchos «marabúes» que infectan su salud, para que buena gente como Ángel pueda ascender con su trabajo la cuesta de la prosperidad, una prosperidad compartida en nombre del socialismo.

Y salvar y potenciar ese agro será de alguna manera la vía para que podamos seguir compartiendo también historias como la que cuenta en su carta Tania Heneris Muñoz, residente en Avenida 184 número 28915B, entre 289 y 190, en el Reparto Dinora del municipio capitalino de Boyeros.

Narra Tania que el pasado 27 de febrero ingresó a su mamá en el Hospital Luis de la Puente Uceda, de la capital, específicamente en el Instituto de Cirugía Endoscópica, donde anteriormente le habían diagnosticado una obstrucción maligna de las vías biliares.

La hija agradece a todo el personal que atendió allí a su mamá, y en especial a las intensivistas Jenny y Rosalía, a los doctores Jorge García y Viviana, por la profesionalidad y el amor con que laboran.

Aunque ya la enfermedad estaba en fase terminal, señala, en ningún momento su mamá estuvo desatendida. «No existen palabras para agradecer la preocupación y el dolor que todos sintieron cuando, a pesar de tanto esfuerzo, ella falleció el 13 de marzo después de 16 días de duro combate contra la enfermedad».

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