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Fomento de la indisciplina

Por razones personales, el joven Yorjandi Ramírez debe viajar cada 15 días a la localidad villaclareña de Fomento, desde su domicilio en Calle D número 512, entre Novena y Enlace, en el reparto Roberto Rivas Fraga, de la ciudad de Ciego de Ávila. Y cada vez se disgusta más con ciertos desórdenes e impunidades que sufre en la Terminal Municipal de ómnibus de Fomento.

La ya de por sí estresante situación del transporte en una población de difícil acceso como esta, se complica cada vez más por el relajo. Refiere Yorjandi que para retornar a Ciego, debía levantarse a las tres de la madrugada y marcar para un ómnibus que salía tres horas después rumbo a Sancti Spíritus. Y muchas veces, con el boleto y todo, tenía que irse de pie. O en el peor de los casos, se quedaba fuera, mientras otros que habían llegado después, «milagrosamente», se iban en el ómnibus.

Yorjandi decidió cambiar el retorno para el domingo en la noche, pero cada vez se le hace más difícil acceder por las vías correctas y decentes. Asegura que ha presenciado cómo la taquillera, quien también hace las veces de llamadora, negocia con los números, y permite que algunas personas se cuelen impunemente. Y eso es una verdadera ofensa y humillación para las personas que hacen una cola de todo un día en pos de su boleto.

Además, la propia jefa de turno y el conductor del ómnibus se hacen de la vista gorda ante los reclamos de los pasajeros, y permiten tales desórdenes, enfatiza el denunciante. Aunque reconoce, por otra parte, que también los pasajeros participan de esos desórdenes, y marcan para seis y siete personas; al tiempo que cuando suben al ómnibus le guardan asientos a sus conocidos.

Y ejemplifica: hace un mes, a pesar de tener el número 12, tuvo que viajar de pie. «Puedo comprender, indica, que cualquiera tenga una necesidad un día y se le dé prioridad, más no que se haga habitual el descaro y la falta de respeto a los viajeros. Ante tanta indisciplina me pregunto: ¿Quién debe controlar a esos trabajadores y exigirles por el cumplimiento de sus deberes?».

La segunda misiva la envía Carmen González, desde Tercera avenida Norte número 16, en Encrucijada, Villa Clara. Y trata de «lo insoportable e irresistible que resulta vivir en mi cuadra, ya que existe un centro recreativo que colinda con mi patio, el Dancing Light, que nos hace la vida imposible con el volumen y los “bajos” tan altos».

Carmen asegura que llevan años planteando esta queja en asambleas de rendición de cuenta del delegado, sin una respuesta. Lo han abordado con la propia administración del centro, incluso con el operador de audio. Y nada.

A partir de una queja que formuló en el Partido municipal, se orientó a la persona responsable de Atención a la Población en la empresa de Comercio y Gastronomía dar seguimiento al problema. Y la funcionaria se personó con una carta de respuesta. En la misma, se asegura que habían entrevistado a varios vecinos, y estos dijeron que no les molesta la música alta del dancing. Asimismo, concluye que se cumplen los requisitos y lo establecido en cuanto a la música.

Carmen accedió al delegado de la circunscripción, quien se entrevistó con la administración del centro, y ha insistido por varias vías, pero todo permanece igual.

«¿Hasta cuándo tendremos que dormir los fines de semana con sicofármacos? ¿Quién le pone coto a esto? Aunque afecte a un solo ciudadano, ya es suficiente. Además, en mi casa viven dos personas mayores, de 81 y 94 años, que necesitan tranquilidad los años que les quedan de vida. Pero para esta situación no hay sensibilidad humana», concluye Carmen.

Tiene mucha razón la lectora, cuando cita al Benemérito de las Américas, Benito Juárez. No es solo allí, sino que, en sentido general, se ha extraviado, vaya a saber en qué borrachera sonora, el respeto por el oído ajeno. Y no se aprecia la voluntad de las autoridades para detener la principal agresión medioambiental, la que se perpetra sobre las personas, de esa manera.

Centros nocturnos son necesarios, y debían existir más «para el solaz y esparcimiento». Pero, ya que no existen los recursos para aislarlos, amortiguándolos sonoramente, al menos podría pensarse en trasladar esas instalaciones a sitios más alejados, en la periferia de ciudades y pueblos. Lo más fácil sería botar el sofá. Lo más inteligente buscar soluciones que concilien la diversión con la paz vecinal.

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