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El bajo voltaje de la demora

«Tan solos, tan tristes quedan los usuarios»... podríamos decir en una lamentable parodia de Gustavo Adolfo Bécquer. Y es que en las tres cartas de hoy, uno adivina el regusto amargo de la demora.

La primera, viene a nombre de Nélida Soto Tápanes, vecina de San Isidro 4104, entre Hipólito y Esperanza, en el matancero Versalles. Cuenta Nélida que el 15 de septiembre de 2005, se produjo en su zona un bajo voltaje que quemó la máquina de su refrigerador. Desde entonces, comenzó a padecer la ruta del peloteo.

En la Organización Básica Eléctrica (OBE) le decían que su máquina estaba «en camino»; después le entregaron una carta para presentarla en el momento del cambio. Pero en el gobierno municipal y provincial «me dijeron que si no estaba funcionando, no se podía cambiar; aunque tuviera todas las cartas.

«Ante esta situación, yo, jubilada con una pensión de 90 pesos (en aquellos momentos), tuve que recurrir a un particular para que me lo arreglara, teniendo que pagar 850,00 pesos».

El cambio finalmente se produjo el 17 de agosto de 2006. Pero las penas aún no concluían. A los dos o tres meses, Nélida recaló nuevamente en el taller. Su máquina no funcionaba como debía.

Una comisión especializada fue a su casa y dio «baja técnica» al equipo. Y a la angustiada matancera le afirmaron que entrarían los refrigeradores «para estos casos», entre los cuales se encontraba el suyo.

El contenedor entró, pero no contenía una marca de refrigerador igual a la de la doliente, por lo cual esta tendría que seguir esperando a ver si en algún almacén se hallaba.

Aún aguarda Nélida. Para colmo, está pagando el crédito de un equipo que no funciona, del cual ya ha abonado 900,00 pesos.

La segunda carta la envía Ana Marcilla Rojas, residente en el kilómetro 293 de la Carretera Central, localidad santaclareña de Antón Díaz. También por un fallo eléctrico, ocurrido el 1ro. de diciembre de 2007, y que afectó a varios pobladores del sitio, Ana perdió su televisor.

Después del dictamen técnico correspondiente, de marzo de este año, a la afectada le aseguraron que «en el término de un mes» le reemplazarían el equipo (...) «A partir de ese momento —cuenta Ana— comenzó mi calvario». Efectivamente, al mes se comunicaron con ella, pero para decirle que no existían televisores como el suyo en el mercado, por lo que debía esperar. La espera ha sido la única respuesta cada vez que llama a las entidades que se ocupan del caso.

Ana Marcilla se pregunta por qué la Empresa Eléctrica no soluciona los perjuicios con la misma eficiencia con que cobra el servicio que brinda, el cual puede ser hasta retirado si existen fallas de los clientes.

¿Quién ampara a esta trabajadora? ¿Cómo podría resarcirse el tiempo en que no puede acceder al entretenimiento de la programación televisiva?

Y la última de estas eléctricas misivas, nos llega desde Valle 116, apto. 3 entre Infanta y San Francisco, en el capitalino Centro Habana. Allí reside el doctor José I. Castro, quien desde hace aproximadamente cuatro meses sufre, junto a los vecinos del lugar, un bajo voltaje que ha fundido varios bombillos y amenaza con destruir electrodomésticos mayores.

Aparentemente, el problema del doctor no es tan grave, pero él se adelanta previsor a denunciarlo, pues tres años atrás, por otra falla en el fluido, perdió la máquina de su refrigerador y la motherboard de su computadora, «todo lo cual tuve que resolver con sacrificio y por mi cuenta».

El 19 de mayo, José reportó su queja en la Empresa Eléctrica. Hasta ahora nada se ha resuelto. Incluso, las tres veces que el cliente ha vuelto por la entidad, no han podido atenderlo porque la designada para esas funciones no se encontraba, «y solo ella podía recepcionar mi queja.

«Desde entonces, todo ha empeorado. Llego a la casa y me la encuentro con las luces opacas o con bombillos que no encienden o se han fundido, el refrigerador oscuro, anegado en agua y con el regulador en rojo intermitente (...) alimentos descompuestos por esa causa y el backup de la computadora sonando constantemente...».

Un regulador al rojo vivo. En eso debían pensar las entidades siempre que envían a un cliente al oscuro pasillo de la incertidumbre.

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