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Al pie del bochorno

Martiano fervoroso, el historiador Pedro Pablo Rodríguez me ha escrito una carta al pie del bochorno, así literalmente. El laborioso artífice de esa paciente obra que es la Edición Crítica de las Obras Completas de nuestro Apóstol, reside en calle 25 número 12, apartamento 4, entre Hospital y Marina, muy cerca de ese santuario de patriotismo que es la Fragua Martiana. Y está avergonzado...

Resulta que, como parte de los festejos por el Carnaval habanero, en estos días han situado frente por frente a la Fragua Martiana seis pipas de cerveza:

«Molestia —señala—, y sobre todo vergüenza y bochorno me estremecieron la noche de ayer y la madrugada de hoy al ver convertido el entorno de ese lugar en una cervecería, y al apreciar indignado esta mañana que Comunales —a diferencia de lo ocurrido en el Malecón que fue barrido y limpiado durante la madrugada— no se ha dignado a limpiar las huellas dejadas por las miles de personas que bebieron y pasaron por el lugar».

Los vecinos, refiere Pedro Pablo, valoran altamente esos festejos, pero reclaman que, en nombre de la alegría y la diversión, no se pierda el sentido de lo que debe ir en cada sitio; y reclaman a viva voz la necesidad de que se tomen las medidas necesarias para trasladar esos expendios de bebida de aquel lugar entrañable.

Más de lo mismo

El irrespeto tiene mil rostros. Y al final, lacera igualmente.

Imelda Aliaga Cedeño me escribe desde la ciudadela situada en Espadero 118, entre Jorge y Figueroa, en el municipio capitalino de 10 de Octubre, para narrar una historia de nunca acabar y de siempre empezar por la negativa.

Cuenta la señora de 65 años que en mayo de 2007 la Micro Social ubicada en Pocito y 10 de Octubre, Lawton, envió a la ciudadela una brigada de constructores para comenzar la reparación del techo, que se encuentra en muy mal estado. Trajeron viguetas y tejas, y se pasaron varios días sin laborar, «esperando las orientaciones de sus jefes de cómo debían hacerlo».

Y cuando comenzaron a cubrir la primera vivienda lo hicieron poniendo las tejas sobre el techo viejo, que se encontraba muy deteriorado. Los vecinos alertaron de la mala calidad del trabajo, y se personó la técnica inversionista, quien paralizó las labores.

Según Imelda, la técnica manifestó que no se iba a concluir la obra y que recogería los materiales, «que si queríamos explicación fuésemos a ver a Maricela, la jefa de obra».

Vieron a Maricela, y esta confirmó que se iban a continuar los trabajos. Pero el tiempo transcurría, y al ver que nada sucedía, Imelda volvió a ver a Maricela, quien reiteró que se iba a continuar.

Volvió la inversionista por allí, acompañada de una técnica, y propuso a los vecinos concentrar el trabajo en el techo y no incluir las paredes, con lo cual estuvieron de acuerdo todos.

Ya en septiembre, Imelda fue de nuevo por Maricela, y esta aseguró, una vez más, que el trabajo se iba a realizar, pues tenían todos los recursos. Esa misma respuesta le daba cada vez que ella se presentaba allí.

Con mil sacrificios, Imelda hizo por sí misma los trabajos de su pared, y fue nuevamente a comunicarles que solo tendrían que poner el techo. Por enésima vez, le ratificaron que el trabajo se iba a terminar.

En diciembre de 2007, al ver que el techo se estaba derrumbando por partes, hubo que derrumbarlo y hacerle con pedazos de fibro una reparación que no alivió en mucho, pues el agua continúa penetrando.

Ahora la nueva jefa de obra les planteó que si conseguían transporte, les daría los materiales. Pero después no pudo ser, porque debían estar todos los factores: inversionista, jefe de brigada, la técnica y ella misma, «cosa imposible en ese lugar donde el peloteo se va de jonrón, y seguimos bajo la lluvia».

Imelda y los vecinos de la ciudadela siguen esperando, porque todo lo que comienza bien debe terminar. Al menos ellos se lo han creído, a despecho de las señales de olvido que muchas veces da la realidad tal cual es.

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