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Disciplina... de ambas partes

Así como el cliente tiene deberes para con las entidades estatales que le prestan servicio, así mismo estas tienen obligaciones para con aquel, y deben atender las reclamaciones que haga. Lo otro es una especie de ley del embudo: te exijo y soy terminante, pero tus demandas se subordinan a mi tiempo y a mis posibilidades.

Una historia elocuente de esa asimetría es la que experimenta Jorge Suárez Ramil, vecino de Ermita 217, apartamento 3, entre San Pedro y Lombillo, municipio capitalino de Plaza de la Revolución:

En noviembre de 2008, el recibo de la luz eléctrica asombró a Jorge: ¡101 pesos! Su consumo eléctrico, en 16 años de residencia allí, promedió siempre de 20 a 25 pesos. Y después de la elevación de las tarifas subió, pero aun así, en los pasados meses de junio, julio y agosto, cuando más se gasta, no sobrepasó los 50 pesos.

Jorge se presentó en la oficina de cobros de la Empresa Eléctrica, sita en Tulipán y Factor. Reclamó la presencia de un inspector que, al menos, revisara su reloj. Y, como es sabido, se le orientó que lo establecido es pagar primero y después reclamar. Así lo hizo el cliente, disciplinadamente. Le dijeron entonces que el inspector visitaría su casa el 12 o 13 de diciembre. Fue Jorge otra vez el 15 de diciembre a reclamar el inspector. Y todavía lo está esperando.

Así, llegó el recibo de diciembre de 2008, y para su sorpresa a la inversa, la fractura solo indicaba 12 pesos. Jorge pensó: se hizo justicia. Y decidió no reclamar la cuantía del mes anterior.

Los asombros no cesan: ahora en enero, tenía facturado un consumo tal, que debe pagar ¡200 pesos! En tres meses, tradicionalmente de bajo consumo, 101, 12 y 200 pesos. Una sucesión sin lógica, teniendo en cuenta que posee los mismos equipos electrodomésticos y las mismas costumbres.

El 20 de enero, Jorge volvió una vez más a reclamar el inspector. «Y antes de repetirme que debía pagar y después reclamar —refiere—, el compañero que me atendió me dijo que el inspector iría por mi casa en unos 10 o 15 días. Por supuesto, que me molestó esa respuesta, por lo extenso del plazo. Pero me contestaron... ¡que no hay personal para las inspecciones!».

Jorge contrasta: «Si usted se demora un día más allá de la fecha de pago que aparece en su recibo, sí hay personal que le corta la luz de inmediato. O sea, hay cortadores de luz, pero no inspectores para atender las reclamaciones».

En principio, Jorge decidió no pagar el servicio eléctrico, y esperar a que se lo cortaran. Pero, una vez más, fue disciplinado y reflexivo. Pagó para después reclamar. Pero ya desconfía de que aparezca el inspector. Y augura que en febrero, fácilmente puede aparecer un recibo con 300 pesos, o quizá solo con 7.

Como cliente, Jorge tiene toda la fuerza moral para preguntarse por qué su contraparte no cumple con la misma disciplina y respeto que le exige a él. Con esas inconsistencias no se contribuye a crear un hábito del ahorro de energía eléctrica.

Ni el último día...

Marlene Hernández (calle 92 número 7703, entre 77 y 85, Güines, provincia de La Habana) viajó el 16 de enero reciente a la localidad matancera de Jovellanos para asistir a los funerales de un familiar cercano. Y al dolor por la pérdida se unió la inquietud por lo que presenció.

Describe la lectora la triste impresión que le causó la funeraria de esa localidad, por el estado de deterioro y la suciedad del sitio. Las paredes totalmente rajadas, la pintura ya casi un espejismo. La cablería eléctrica desastrosa. «Y del baño ni le voy a hablar».

Como si fuera poco, cuando llegaron al cementerio, «por dondequiera estaban los osarios tirados, y con el nombre de la persona fallecida. Eso jamás pensé que pudiera suceder hasta que lo vi. Además de la tristeza que uno siente por la pérdida de la persona querida, tiene que cargar también con la tristeza de ver esas cosas».

Lo reitero una vez más: algo hay que hacer con esas funerarias y pequeños cementerios de pueblos, que no sean palabras, excusas y promesas. Es cierto que los recursos se tensan diariamente ante necesidades más urgentes de quienes permanecen en este mundo. Pero nada justifica el abandono de esos lugares solemnes, y la muerte de todo esmero y cuidado. Hay que pasarle la mano a esos sitios sagrados y adecentarlos. El deterioro y el desaliño no nos los merecemos, ni en la despedida.

Añejo vertimiento

Habla por sí sola esta foto enviada por Abelardo Herrero Roselló, vecino de calle Tercera, entre Manhattan y Avenida Los Apóstoles, en el reparto Los Pinos, municipio capitalino de Arroyo Naranjo.

Denuncia el remitente que ya es de-masiado el tiempo que lleva ese vertimiento de aguas albañales, con desechos sólidos, en su comunidad. Higiene y Epidemiología realizó una inspección allí el 10 de julio de 2008, gracias a las innumerables quejas de los vecinos. Pero todo sigue igual, a pesar de que han escrito al Gobierno municipal.

«En breve todas las casas estarán nadando en sus propios desechos, sin que los responsables de la situación tomen conciencia de lo delicado que es el asunto. ¿Resolver el problema es tan difícil y más costoso que la salud de una comunidad?», cuestiona Abelardo. Y esperan. Más bien desesperan ya.

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