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Presas de la presa

El reconocimiento de un problema no basta, si al menos no va acompañado de acciones concretas para erradicarlo; o por lo menos de una esperanza de que algo se hará.

Lo digo a raíz de la respuesta que ofrece Antonia Cámbara Isaac, presidenta del gobierno municipal de Buey Arriba, en la provincia de Granma, y que recibimos recientemente a la queja de Eduardo Méndez (calle José Antonio Echeverría, Consejo Popular El Relave, en esa localidad), reflejada aquí el 29 de agosto de 2008. Entonces, Eduardo denunciaba, en nombre de más de 500 familias, la incomunicación que presentan varias comunidades por tierra, desde la década de los 70, cuando se construyó la presa Bueycito.

Cuando llueve, el río Buey crece, la presa avanza y los botes no pueden salir. Por la falta de un puente, que entonces se les prometió a los lugareños y nunca se erigió, se ven afectados numerosos servicios de salud, educacionales y económicos. Y se ven aislados los pobladores.

Al respecto, la presidenta del gobierno municipal señala que «la construcción de un puente no va a tener solución por el momento»; y acto seguido recalca que no se han dejado de hacer gestiones durante años: incluso se llegaron a realizar proyectos antes de la construcción de la presa.

Señala asimismo «que no son decisiones de uno u otro dirigente; son decisiones por necesidad del país, es por lo que se construyen las presas».

En tal sentido, este redactor no desconoce la importancia que ha tenido la presa Bueycito para el país, en diferentes órdenes; pero las grandes obras tienen que armonizar con las necesidades muy particulares de las comunidades que les rodean.

La presidenta niega que esas comunidades estén aisladas, como refiere Eduardo, pues los botes trabajan de 6:00 a.m. a 10:00 p.m., incluso bajo lluvia y solo exceptuando cuando un huracán esté afectando directamente al municipio. En caso de urgencia los vecinos pueden localizar al botero. No se ha dejado de dar clases en las escuelas rurales. Y existen otros dos consejos populares por donde se comunican los vecinos por tierra.

La presidenta reconoce que «es cierto que todos queremos que haya puente, lo que se seguirá planteando y pidiendo; pero no estamos ajenos ni aislados a la situación que se vive».

La respuesta, que agradezco sobremanera, no aclara quién prometió el puente entonces a los vecinos. Y por lo que se trasluce de la carta de la presidenta, el puente de marras es una demanda permanente de los electores durante años y años, no por gusto ni por capricho de tantas personas.

Es muy cierto que los gobiernos locales, para obras de tal magnitud, dependen de decisiones superiores, sumamente centralizadas. Desde arriba, es más fácil constatar que se requiere de una gran presa, y movilizar los recursos hacia ella, que luego conocer en detalle el drama de los pobladores que viven allí —presas de la presa—, donde no residen quienes tienen la última palabra.

Quizá ya no pueda saberse quién prometió el puente, pero debe haber ojos también para mirar, más allá de las vastedades de la presa, los problemas de esas comunidades.

De corazón a corazón

La segunda misiva la envía Marcos Muñoz, vecino del central Cristino Naranjo, en Cacocum, provincia de Holguín. Y es para manifestar que le conmovió el reportaje de nuestro colega Luis Hernández Serrano Los médicos también lloran, publicado el 14 de diciembre de 2008.

Es que tocó una tecla muy sensible para Marcos: su sobrino Cristian, de nueve años, nació con una cardiopatía congénita, y el 2 de febrero se cerró una pesadilla, con la operación que le practicaron en el Cardiocentro del pediátrico William Soler, en la capital.

Cristian siempre le deberá la vida «a ese prestigioso y sencillo cardiólogo, el doctor Alfredo Naranjo Ugalde», que fue quien le operó.

También Marcos quiere felicitar al doctor del Cardiocentro, de apellido Selman, a la doctora Elsa Fleitas, a todo el personal de la sala de terapia. «Muchas gracias por devolverle la vida a mi sobrino Cristian», expresa finalmente Marcos.

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