Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Incógnita y huracanes

«Víctima de la ambición y el maltrato». Así titulábamos hace una semana la denuncia enviada por el pinareño Eduardo Moya Alfonso desde la comunidad de López Peña, en San Cristóbal. Narraba Eduardo que el chofer de una guagua Girón de la corporación UNECA, con la chapa HTX049, le cobró el doble de lo establecido para transportarlo hasta la cabecera provincial. Cuando protestó ante el abuso, el conductor le espetó que en su guagua mandaba él.

Rápidamente llegó a nuestra redacción la carta de Abdalis Hernández Camacho, asesora jurídica y secretaria del núcleo del Partido Comunista de la Unión de Empresas Constructoras Caribe S.A. (UNECA). Nos explica Abdalis que su entidad «fue reestructurada en el año 2004, quedando para prestar servicios de construcción en el exterior del país.

Todas aquellas actividades (...) que realizaba en el país fueron asumidas por entidades del Ministerio de la Construcción en las diferentes provincias del país. Con esas tareas se traspasaron también los equipos para la transportación masiva de trabajadores (...). En la actualidad la mayoría de nuestros equipos son ligeros y los que transportan personal son paneles, no ómnibus.

«De más está expresar mi disgusto por el suceso —añade la asesora jurídica— y el apoyo total al compañero que denunció tal hecho. Sin embargo, es mi obligación aclarar que dicho ómnibus no pertenece a la UNECA S.A. Lamentablemente todavía están circulando vehículos que tienen el logotipo anterior de nuestra organización y hasta puede que las entidades adonde pertenecen no hayan hecho trámite alguno ante el Registro de Vehículos».

Afirma además Abdalis que varios militantes y trabajadores de su empresa se acercaron al presidente de la corporación y a ella, preocupados por el artículo.

Agradecemos la inmediata respuesta de la entidad y esperamos que los verdaderos «dueños» del vehículo, cuya chapa hoy publicamos por segunda vez, finalmente den la cara.

¿Hasta los próximos ciclones?

La historia de Emilio Hernández Guerra demuestra que los trabajos incompletos a veces se vuelven penurias dobles. Este vecino del Camino a la Malagueta, reparto Montequín, en el municipio de Pinar del Río, también en la más occidental provincia, resistió en su hogar los golpes del huracán Lili, en octubre de 2002, y desde entonces anda en infructuosas faenas constructivas.

«Mi casa sufrió serios daños en las columnas, las paredes y el techo. Se presentaron aquí el delegado, Andrés Bernal, y la arquitecta de la comunidad. Después de analizar los daños, me entregaron 20 sacos de cemento, más tarde otros 20 y por último cinco. (...) Nadie controló lo que yo hacía con ese material, pero decidieron que ya me habían dado suficiente y no me entregaron más, aún cuando ya solo faltaban 4 o 5 sacos. Como es lógico, la reparación no quedó como debía.

«Mientras luchaba por hacer la zafra tabacalera de 2003, reparar la casa y preservar las pocas pertenencias de la familia, particularmente los electrodomésticos, sufrí un derrame cerebral que dejó casi paralizado el lado derecho de mi cuerpo. Así me sorprendió el huracán Gustav y, como la casa no había quedado totalmente reparada, se volvió a llevar el techo».

En noviembre de 2008 volvieron a visitarlo las autoridades de la comunidad y le dieron la buena noticia de que su vivienda «había sido aprobada para recibir el techo de «polimex» y que, dada su situación, había sido priorizada. «Hasta el día de hoy no se ha hecho más nada y ya pronto tendremos otra vez la temporada ciclónica», afirma Emilio.

¿Abismo sin fondo?

Ya Pedro Rodríguez Palacios (Santa Emilia número 19316, entre Calzada de San Miguel y San Manuel, en el municipio capitalino de San Miguel del Padrón) no sabe a quién acudir. El hueco de esta imagen es el más reciente episodio de una novela intermidable que él y sus vecinos enfrentan desde hace ¡15 años! En varias ocasiones, dada la presencia de sótanos en las aceras y al tener el alcantarillado tupido o caído, «las aguas albañales se filtran por las casas. Hace más de cinco meses están saliendo por la tubería de la vivienda colindante a la mía y a través del pasillo que existe entre ambas edificaciones, y se están vertiendo en mi patio, convirtiendo el mismo en una ciénaga». Después de acudir muchas veces a las entidades y autoridades correspondientes durante años, trabajadores de Acueducto Municipal abrieron en febrero último el hueco de la foto. «Sin decir nada se fueron y ni una explicación han dado. (...) Como consecuencia de esta intención de trabajo rompieron una tubería de agua potable que los vecinos tuvimos que reparar por nuestra cuenta. Ya se cayó un niño en la profundidad llena de heces fecales». Quince años... ¿Cuánto más tiene que alargarse esta historia?

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