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El hedor de la lentitud

Si nos plegamos a aceptar que el derrame de una fosa sea algo común, consustancial al paisaje urbano, algo anda podrido en nuestras vidas. Tan podrido como las heces. Justificaciones podrán brotar, problemas de recursos siempre se blandirán; pero lo cierto es que la salud y la vida de las personas no pueden esperar.

Desesperada, me escribe Ada Ruiz Pérez, desde calle 367, edificio 49, apartamento 21, entre Norte e Independencia, en el reparto Mulgoba del municipio capitalino de Boyeros: Hace tres semanas se tupió la fosa del inmueble, en la parte trasera de su apartamento. Y estas son las sucias horas en que aún no han podido librarse del acecho de excrementos y otras indeseables emanaciones.

Esta es la ruta crítica del olvido y el «peloteo»: Entonces, presurosos acudieron a las oficinas de Acueducto y Alcantarillado del Sur, en Santiago de las Vegas. Allí les dijeron que no hacían ya esos trabajos. Debían presentarse a reportarlo en la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda (UMIV).

Fueron a la UMIV, y quien les atendió los remitió a su jefa. Esta, a su vez, los envió a un departamento cercano, fuera de la dependencia. «Parecía que estábamos filmando la segunda parte de La muerte de un burócrata, pero, dada la situación, aceptamos el peloteo y nos personamos donde se nos sugirió, señala. Entonces vino lo inesperado: en ese lugar nos explicaron que aquello ya no pertenecía a la UMIV».

No obstante, allí quien les atendió tuvo la gentileza de contactar con las oficinas de Acueducto y Alcantarillado —¡la primera a la cual habían acudido!—, y le comunicaron que los afectados debían pasar por allí nuevamente.

Tantas vueltas para ir a recalar al mismo sitio, pero al menos tenían la esperanza. Pagaron los 18 pesos de rigor y les entregaron el comprobante. Pagaron por una incertidumbre ese día 25 de mayo. El 12 de junio, cuando Ada me escribió, nada había sucedido. O más bien sí había sucedido mucho y muy desagradable: la tubería continuó drenando, y ya a estas alturas hediondas, se ha formado una gruesa capa de excrementos. «Obviamente, el riesgo de infección es enorme para todos, no solo en mi casa, donde para colmo habitan mi nieta de 11 años, y una hija mía que acaba de dar a luz. ¿Se imaginan el peligro que estamos corriendo?».

Se desborda la desconfianza

No menos alarmado está Ermi Zamora García (Narciso López 765, esquina a Avenida Dolores, Ciego de Ávila). Desde hace tres años las tuberías de desagüe de albañales de la calle Dolores y las de la Narciso López se encuentran tupidas significativamente. Y estas aguas pútridas retroceden hacia las casas más bajas.

Hace tres años, Ermi reportó el asunto más de 15 veces, y por un lapso de un año jamás destupieron. La respuesta fue que había que cambiar la tubería. Pero Ermi pagó 150 pesos a los mismos que no podían, y se hizo el milagro. El pasado año, de nuevo la tupición. Y luego de más de 15 reportes y cinco visitas a Atención a la Población, «con los consiguientes berrinches», se destupieron las tuberías.

Pero hace unos tres meses retorna el problema con tal magnitud, que están afectadas casi dos cuadras de la Avenida Dolores y una de Narciso López. Los vecinos hicieron varios reportes, sin ningún efecto. Solo cuando visitaron el Comité Provincial del Partido, Acueducto se personó, pero sin el carro correspondiente, por estar roto. Al final, solo movieron la tupición hacia más adelante.

Ermi se personó en Acueducto y Alcantarillado, y la funcionaria de Atención a la Población le aseguró que el caso lo presentaría al director para ver si al día siguiente se enviaba la brigada. A la semana de la promesa, Ermi continuaba esperando. «Hechos como este hacen que se pierda la confianza en las instituciones que, como Acueducto y Alcantarillado de Ciego de Ávila, se desentienden de los problemas del pueblo; y casi se burlan de los que no tienen otra solución que acudir a ellos para que realicen el trabajo, para el cual reciben un presupuesto y por el cual se paga, ridícula suma, pero dinero al fin».

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