Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Cuál es su mala leche?

Onza por onza, el engaño al consumidor puede desbordar la humanidad y terminar en la vileza.

María Luisa Cantero (Calle K número 81, reparto Veguita de Galo, Santiago de Cuba) cuenta que en algunas bodegas de esa ciudad está registrándose un timo sumamente peligroso: están mezclando con azúcar la leche en polvo que se le vende a los diabéticos por dieta. Y el cliente no se percata hasta que llega a su casa.

Ella conoce un caso de un diabético que llevó la leche en polvo al laboratorio: el examen arrojó un 22,6 por ciento de azúcar. La adquirió en la bodega que está en el barrio del Polvorín, después de Chicharrones.

Subraya María Luisa que donde más problemas hubo en agosto fue en la bodega 0030, Oficina 1331, situada en la comunidad Frank País (El Polvorín). «Casi ningún diabético está utilizando esa leche, porque les está afectando grandemente su salud, asegura. Yo no soy diabética —enfatiza— ni tengo ningún familiar con esa enfermedad, pero soy humana y esas cosas me duelen en lo más profundo de mi alma».

¿Hasta dónde y hasta cuándo?

Piquera para la desesperación

El ciudadano a veces no tiene para dónde virarse, ante ciertas arbitrariedades de la vida cotidiana. Mientras el asunto se resuelve y dilucida —frecuentemente con bastante lentitud— el mal se enseñorea…

Ricardo Pons reside en Martí 47, en la localidad matancera de Máximo Gómez. Y le situaron frente a su casa, prácticamente en el portal, la piquera de los autos de alquiler que van con destino a la ciudad de Cárdenas.

Es una agresión. Las columnas de esa base de operaciones en que se ha convertido el portal, están negras de suciedad: las personas se recuestan a ellas con los pies, al igual que sobre las barandas. Siempre tiene a alguien sentado a la entrada de su casa. Escándalos, malas palabras…

Fue disciplinado Ricardo: lo planteó en la asamblea de rendición de cuentas de su delegado celebrada el pasado junio. Ese mismo mes, visitó al Director de Transporte del municipio de Perico, le planteó su inquietud y el funcionario le dijo que no podía hacer nada con respecto a la piquera (¿no tiene autoridad para cambiarla hacia un sitio donde no moleste?).

Posteriormente, en el Gobierno municipal le prometieron que irían a hacerle una visita para presenciar el asunto en vivo. Pasó una semana, y entonces Ricardo llamó por teléfono: le aseguraron que se reunirían con los «boteros» y la Policía, para solucionar el caso. «No se hizo», manifiesta el remitente.

Por esos días, el delegado de la circunscripción le da la respuesta a Ricardo, referente a su planteamiento: el Director de Transporte manifiesta que no está de acuerdo con la piquera en ese sitio, pero antes de situarla en otro lugar se reunieron «con los choferes y los pasajeros», los cuales concuerdan en que debe permanecer allí.

«Pienso que tendrían que reunirse con los vecinos de la cuadra, o al menos conmigo, que soy el más perjudicado. Y eso de los pasajeros no puede ser, ya que son transeúntes, y no los mismos todos los días».

Pasados 15 días, le informan que se está analizando hacia dónde podría situarse la piquera. Ricardo muestra un sitio, y le  manifiestan que están de acuerdo, que en esa semana la cambiarían para allí.

Ya había transcurrido mes y medio cuando Ricardo me escribió, y todo seguía igual. «Me pregunto —manifiesta— hasta dónde tengo que seguir quejándome para que se tome con seriedad mi inquietud y se respete mi tranquilidad».

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