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Certificación de olvidos

Algo tan serio como la constancia documental de este paso por la vida de cualquier persona, no puede peligrar, al punto de extraviarse entre el descuido y la humedad.

Para un trámite legal que realiza, Claudina Hermida (Avenida 33 No. 10222, entre 102 y 104, Marianao, Ciudad de La Habana) requiere de una certificación de nacimiento de su padre, ya fallecido, y quien fuera inscrito con el folio 64 tomo 536 del Registro Civil de Cárdenas, en Matanzas.

Un familiar de Claudina viajó a esa ciudad a solicitar la referida certificación y en el Registro Civil le comunicaron que la misma no podía ser localizada ni entregada, pues la documentación anterior a 1920 se había mojado, por deterioro del local anterior donde se guardaba.

Para colmo, le informaron que toda esa valiosa papelería, ahora se encuentra envasada en sacos de yute, y por su estado «resulta imposible manipularla».

Indignada, Claudina refiere que «al insistir mi pariente acerca de cuál podía ser entonces la solución del trámite, se le respondió que no había solución».

Claudina lanza preguntas que debieran ser respondidas por las autoridades pertinentes:

«¿Por qué se permitió que esto ocurriera? ¿Cuántas personas como yo, que ahora necesitan realizar un trámite legal mediante un documento de esa naturaleza, se verán afectadas? ¿Es posible que los responsables de ese Registro Civil o sus superiores no puedan encontrar ahora una solución para el problema creado?».

Cualquier semejanza...

El pasado 21 de octubre revelé aquí la infausta experiencia de María Caridad Valdés, una habanera que junto a una amiga intentó pasar un buen rato en El Carmelo de Calzada y D, en el Vedado, y terminó desgastada. Una historia muy parecida a muchas otras.

En síntesis, ocuparon una mesa vacía, y ante la falta de iniciativa de los dependientes, tuvieron que buscar quien las atendiera. Les explicaron que las pizzas demorarían, porque estaban confeccionando la masa. (¿Acaso no son capaces de mantener un proceso continuo de preparación, algo tan elemental?).

Solicitaron refrescos, y les dijeron que los de esa área estaban calientes, por lo cual tuvieron que comprarlos dentro del restaurante, aledaño a la pizzería. Las comensales no entendieron por qué si ambos servicios son de la misma casa, no podían traerles los refrescos.

Transcurría el tiempo y servían a quienes habían llegado después de ellas. No se resignaron las mujeres y pidieron explicación. Pues la respuesta fue que «habían estado trabajando todo el día y estaban cansados». (¡…!)

A la media hora, y mientras un cocinero deambulaba por el salón en camiseta —¿adónde fue a parar la elegante gastronomía?—, se rindieron y fueron a El Potín, de Línea y Paseo, donde el trato amable les levantó la autoestima.

Al respecto responde Manuel Héctor Hijos, director general de la Empresa de Restaurantes de Lujo de Ciudad de La Habana, que a raíz de lo publicado se creó una comisión investigadora.

Se identificó al turno que trabajaba ese día. La dependiente implicada en los hechos ya había causado baja debido a esas y otras violaciones. Y se realizó un análisis en el Consejo de Dirección de la Empresa, con medidas disciplinarias para el primero y segundo administradores, que se dieron a conocer ante los trabajadores. También «se realizó un fuerte análisis crítico en el colectivo, con la decisión de afectar en un 50 por ciento el pago de la estimulación del mes al turno de trabajo implicado en la queja».

Agradezco la respuesta, no sin antes meditar en cuándo se hará una «investigación» sistémica, más a fondo, del inventario de males que lastra a la gastronomía. Porque, aun cuando sean necesarias, sanciones, bajas y reprimendas no salvarán la excelencia si no se promueve y estimula el buen desempeño. Hay que ir a la raíz.

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