Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Misiones adentro

El catalejo de Buena Fe, lo esgrimimos mucho para ensalzar la gran abnegación de nuestros profesionales de la salud en otras tierras; pero mucho nos falta por distinguir el sacrificio que hacen los que quedan aquí, por encima de muchas contrariedades y no pocos problemas.

Quizá eso fue lo que motivó a José Luis Pérez (Avenida 35 nro. 12230, Marianao, Ciudad de La Habana), a narrar sus vivencias como acompañante de una tía en estado crítico, ingresada en la Sala de Terapia Intensiva del Hospital Provincial Abel Santamaría, de la ciudad de Pinar del Río.

Primero cuenta lo feo a ojos vista: los baños de hombres y mujeres no tienen cerradura en sus puertas, ni siquiera un simple pestillo para garantizar la privacidad. En el sitio donde diariamente dan el parte del estado de los pacientes, faltan cristales en las ventanas y piezas del falso techo…

Sin embargo, José Luis fue capaz de ver más allá, cuando se impresionó al presenciar cómo los doctores daban el parte de cada paciente a sus respectivos familiares: «Explicaban con lujo de detalles la situación de cada uno, esclarecían las dudas con argumentos precisos y muy profesionalmente».

Pero vio más aún: «Quedé impactado por la laboriosidad incansable del personal con cada paciente; sin escatimar esfuerzos, ni frases amorosas o gestos cariñosos».

Como si fuera poco, el 26 de febrero, al salir de Terapia Intensiva, ya en Admisión, se acercó un doctor que saludaba a los familiares de los ingresados. Le preguntó a José Luis si su paciente estaba bien atendida. Resultó ser un miembro del Consejo de Dirección del Hospital, pues los máximos responsables de ese centro se reúnen con los familiares para conocer sus criterios. Y los tienen en cuenta.

José Luis dudó si sus positivas impresiones, más allá de los pestillos, cristales y falso techo, tenían un carácter muy personal. Y encuestó a otras personas. Todas elogiaban la excelente atención por encima de las dificultades materiales.

Pero lo marcó un hecho: junto a su tía, en la misma sala, estaba ingresada una personalidad notoria de Pinar del Río y de Cuba: la madre de los hermanos Saíz, esos dos precoces mártires de la lucha revolucionaria. «Ambas, ella y mi tía, recibían el mismo trato y atención. No necesité ser amigo o familiar del director o de otros miembros del cuerpo médico. Mi tía fue atendida como tal».

Mas, José Luis pretende con su carta no solo el reconocimiento al colectivo de ese hospital, sino también para el personal de salud que permanece en Cuba en la retaguardia de los colegas que van a misiones, y todos los días, de manera anónima y en medio de estresantes condiciones, cumplen con el cubano.

Por último, la frase que resume su misiva: «No observé allí propaganda, sino trabajo».

CERRAR, ALEJAR, OLVIDAR…

Hay feas maneras de tratar al cubano. Al menos eso es lo que sintió María Elena Rodríguez, residente de La Melba, un barrio rural de Moa, en la provincia de Holguín.

Cuenta que el pasado 4 de enero ella, su esposo y dos menores llegaron desde La Melba a la terminal de ómnibus de Moa, a las 9:30 de la noche, con la intención de continuar viaje hacia la ciudad de Holguín. Estaba lloviendo, hacía frío, y los arribantes pensaban pernoctar allí…

Pero al ver que la terminal estaba cerrada, les preguntaron la razón a los custodios. Y la respuesta fue que la administración de la misma había dispuesto la prohibición del acceso desde las 8 de la noche hasta las 4 y 30 de la mañana del siguiente día.

A esa hora, los indignados viajeros solo atinaron a personarse en la sede del Gobierno municipal. Y quien se encontraba a esa hora allí, les dijo que no eran los primeros que llegaban con esa inquietud. «Humillante», sentencia María Elena. Y este redactor recuerda que no es la primera vez que una queja de este tipo aflora aquí.

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