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Serruchándoles la paz

La convivencia es un bien tan preciado que se impone un análisis pausado y aleccionador con aquellas entidades y ciudadanos que burlan a mansalva la tranquilidad, la salud y la paz de los vecinos. Hasta ahora todo termina en escaramuzas fortuitas, desgastes de las víctimas y alguna que otra promesa o compromiso del victimario, no siempre cumplidos en el tiempo.

Hoy la denuncia la envía Rafael González, residente en Rosario 610, altos, entre Quiñones y Esteban Varona, en la ciudad de Camagüey.

Hace algún tiempo se instaló, en un local que pertenece a Etecsa, al lado de su vivienda, una carpintería. En sus inicios no constituía molestia vecinal, pues se encontraba dentro de unos locales allí existentes. Pero después trasladaron las labores y las máquinas correspondientes al exterior, al aire libre.

Pongámonos en el lugar de Rafael. La carpintería comienza a trabajar cada día en cuanto amanece y no termina hasta que oscurece; incluso labora los sábados y algún que otro domingo. La contaminación sonora es tal que dentro de la casa del denunciante no se escucha cuando tocan a la puerta ni cuando suena el teléfono. Las personas tienen que gritar para comunicarse. No se pueden ver programas televisivos ni escuchar radio o música. No puede uno concentrarse en el estudio o en la lectura.

La casa de Rafael semeja una extensión de la carpintería. Ni limpiando diariamente se libran de la gran cantidad de polvo, impregnado en las camas, en las cortinas y en el mobiliario. Estás comiendo y ves cómo el aserrín cae dentro del plato. Lijan los muebles a menos de dos metros de las ventanas; a veces lo hacen de madrugada; también pintan. Y aquel diluente de la pintura les provoca mareos.

En la familia, aunque no hay niños, no se sale de una gripe para entrar en otra. Su mamá, de 61 años, ya empieza a padecer problemas respiratorios.

Como si no bastara tanta agresión, según expone Rafael la carpintería es un verdadero peligro. Los equipos se encuentran a la intemperie. Los cables, que en algunos casos no son los adecuados, andan por el suelo y se mojan cuando llueve.

Y para colmo de colmos, está sobrecargado el sistema eléctrico. El voltaje varía para amenaza del refrigerador y otros equipos electrodomésticos. El protector de voltaje que Rafael tiene instalado para su refrigerador «parece un arbolito de Navidad, y desconecta el aparato prácticamente el día entero». Por ello, se incrementa el consumo energético de esa familia. Como deben vivir cerrados «a cal y canto», gastan más en luces encendidas a pleno día y en el uso de los ventiladores por la sofocación que provoca la cerrazón.

Lo sintomático de todo es que, según cuenta, la situación empeora cada vez más, al punto de hacerse insoportable. Rafael y otros vecinos se han dirigido a los directivos de ese centro, pero nada se ha hecho por erradicar el daño.

Rafael no especifica si han elevado la queja a otras instancias superiores. Lo cierto es que les asiste la razón. Esgrimen el Artículo 27 de la Constitución de la República y se pronuncian por el traslado de la carpintería a un sitio apropiado, lejos de las viviendas.

¿Hasta cuándo cualquiera puede arrogarse el derecho de perturbar al prójimo y que no suceda nada? ¿Hasta cuándo seremos cómplices pasivos de esas humillaciones? ¿Quién y cómo va a situar en su lugar las cosas?

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