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Métodos para el infortunio

De visita en Cienfuegos, María Isabel Jiménez (Juan Bruno Zayas 632, Placetas, Villa Clara) decidió premiar sus ojos en el Parque Martí de esa hermosa ciudad. Tomaba el fresco temprano en la mañana y daba comida a las palomas, cuando quejidos de dolor de los perros interrumpieron aquella fascinación. Era la recogida de canes callejeros por Zoonosis. Los operarios tomaban a los animales por las patas, les daban vueltas en el aire y los lanzaban contra el piso del carro. «Como si estuviéramos en la era de las cavernas», dijo María Isabel, ante la mirada atónita de los presentes. Unos gritaban, otros se tapaban la cara. «Lloré y me duele el corazón —confiesa la testigo—. Grito con todas mis fuerzas para que seamos civilizados, para que las medidas sean razonables, técnicas y humanas».

Derrumbada, ¿y ahora?: Dayana Ferrer (Calle 8 No. 10, Barrio Nuevo, Florencia, Ciego de Ávila) narra con dolor que sus abuelos Isabel González y Vidal de Armas, de la Unidad Básica de Producción Cooperativa Ilusión, en Ciro Redondo, en esa provincia, sufren por la inconsecuencia de una decisión: el 27 de diciembre de 2007,  por indicaciones del Gobierno municipal, se  mandó a derrumbar la vivienda de los ancianos, como parte de la promesa de que una nueva casa se haría en un breve plazo. El 3 de enero de 2008 tenían que estar abiertas las zanjas para la zapata, y situarían los materiales. Pero hasta la fecha todo es nada. La abuela ha ido varias veces al Gobierno municipal, pero no ha habido una acción consecuente ni una respuesta convincente. Desde entonces, los viejos viven en un ranchito. «Aunque mi familia intente, no poseemos los recursos para reconstruir la casa. Reconozco la situación crítica del país, y por eso mismo me pregunto: ¿Por qué, sabiendo que no había suficientes materiales, mandaron a derrumbar las viviendas?».

Traslado, ¿hasta cuándo? Oscar Rodríguez (Calle 45 No. 8616, apto 4, entre 86 y 88, Santa Felicia, Marianao, Ciudad de La Habana), cuenta que el 14 de agosto de 2009 solicitó el traslado de su teléfono, desde donde estaba, en ese municipio, para la actual dirección.

En ETECSA le comunicaron que debía esperar tres meses. Pero Oscar sigue aguardando. Ha ido a la Empresa siete veces. La última vez, la gerente le dijo que él era el número uno, pues ya los casos que había delante se habían resuelto.

Pero Oscar ha esperado nueve meses, y aún no le han instalado el servicio telefónico. «Es posible que sea zona congelada —dice—, como me han informado; pero sin ánimos de dar quejas, sabemos que en ocasiones sacan del “congelador”. Temo que un día me informen que, por el tanto tiempo transcurrido, pierda el derecho al servicio telefónico», subraya.

Al final, aclaro que algunas cartas no pueden tenerse en cuenta para abordar sus problemas en la sección: unas, porque son indescifrables, por la letra de sus remitentes o por la falta de precisión con que narran sus historias. Y otras, porque no revelan un nombre de destinatario y una dirección; o porque ocultan la identidad tras un remitente colectivo, o se ocultan tras el anonimato.

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