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¿Dónde está el respeto al consumidor?

La pregunta la hace, con sobradas razones, la septuagenaria Nidia Miranda, desde Hermanos Rojas 73, en la localidad espirituana de Cabaiguán. Por los días del Mundial de fútbol, su bisnieto de año y medio, que apenas habla todavía, aprendió a decir bien claro: ¡Goooooool! Y la bisabuela no cabía en sí de tanta gracia: cuando cobró su pensión de jubilada, mandó a comprarle al bebé una hermosa pelota en la tienda de productos industriales Paris Sport, al precio de 25 pesos. Y a la media hora de adquirida, jugando el pequeño con la esférica, esta se reventó. El Administrador de la tienda le dijo que nada podía hacer. Al siguiente día, la encargada de Atención a la Población de la empresa a que pertenece la tienda le transmitió, en nombre del Director, que nada podía hacer. ¿Cómo quedo yo?, pregunta como Estelvina la bisabuela. Y uno quisiera algún día cantar un goooool porque se decretó el fin del engaño a los consumidores.

La constancia de un engaño: 8 de agosto de 2010, 11:40 a.m. TRD Atabey (118, entre 49 y 51, Marianao, La Habana). Leicy Cruz adquiere un frasco de sazón marca La Constancia y no transparente. Cuando lo agita, percibe que está medio vacío. Lo abre y descubre que no viene sellado. Comprueba que está por la mitad. Le reclama a la dependienta, pues ha comprado ese producto otras veces. Le exige que le muestren otros. Otra clienta que ha adquirido un frasco similar revisa el suyo y está igualmente a medias. Ambas solicitan que les muestren otros, y la vendedora les responde que solo tiene esos dos, más el que está en exhibición. Al abrir este último, tiene más cantidad del producto, pero aun así le falta. Leicy se niega a llevarse el menos esquilmado y solicita a un responsable. La jefa se muestra extrañada: pasarán los frascos por concepto de merma. Les devuelven el dinero. Leicy se va, pero queda con la sospecha de que van a volver a poner los frascos en venta. Retorna, y confirma su presagio: allí están en tarima. Reclama a la empleada que los retire, porque otro consumidor «morderá el anzuelo». Vira la espalda y se va. Media hora después vuelve, pues olvidó comprar otro producto. Esta vez no están en venta los frascos. «¿Quién me garantiza que al día siguiente no se haga lo mismo? Hay que tomar serias medidas.  Hay que seguir educando a la población en ser más exigente cuando compra cualquier producto», afirma, y espera una explicación, allá en Calle 250, edificio 3508, apto. 17, entre 35 y 37, San Agustín, municipio capitalino de La Lisa.

En el remozado Cochinito: Allá en calle 85, No. 11628, Los Pocitos, en Marianao, Raudel Facundo recuerda todavía con disgusto el 3 de agosto, cuando él y unos amigos decidieron salir a comer en el conocido y bien remozado restaurante El Cochinito, de la calle 23, en el Vedado. La dependienta les dio la carta, pero faltaban unos cuantos platos. Al fin hicieron el pedido. Luego de esperar 40 minutos les sirvieron el plato fuerte, sin haber traído el entrante. Le preguntaron a la dependienta por este, y les respondió que se estaba elaborando. Sin protestar, aguardaron por el mismo, ya casi junto al postre. Y transcurrió cerca de una hora. Nada de nada y sin ninguna explicación (No es fácil señores, prefiero un huevo frito en mi casa). Ya desesperados, uno del grupo se levantó para recordar lo pendiente. Y la empleada le dijo que para el postre había que volverla a llamar para recordárselo. Cuando habían transcurrido más de dos horas, y sin el entrante, le solicitaron la cuenta, y que quitara el entrante. La dependienta, «en un tono no muy afable», respondió que ya lo había borrado de la solicitud. «¿No debería consultar en la mesa para cambiar el pedido, o al menos informarlo? ¿No se supone que cuando se lleva sin traer a la mesa nada durante una hora, se le atienda a uno con una explicación, y no haya que pararse a buscarla? ¿Es normal el maltrato de un dependiente por hacer una simple pregunta después de tanta desatención?, pregunta el indignado cliente.

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