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Final feliz para Héctor

El pasado 10 de septiembre reflejamos en esta sección la carta de Héctor R. Suástegui, del barrio capitalino de Víbora Park, Arroyo Naranjo, quien contaba que en su teléfono se interrumpían las llamadas, se escuchaba con muchas dificultades y quedaba sin tono.

Relataba que el 18 de julio lo reportó a ETECSA y le dijeron que esperara respuesta de los técnicos. El 21 del mismo mes volvió a llamar y, sin darle tiempo, quien le atendió le dijo que había tomado la orden, y colgó. Posteriormente, Héctor intentó en varias ocasiones conocer las razones para las interrupciones y nada sacó en claro.

Al respecto responde Hilda Arias Pérez, vicepresidenta de ETECSA, quien señala que el 13 de septiembre se contactó con Héctor para esclarecer sus dificultades y el propio lector reconoció que días después de ser publicada su queja la misma quedó solucionada y, además, los técnicos le explicaron las causa de las anomalías.

Hilda aprovecha la ocasión para disculparse con Héctor por las molestias causadas por los reiterados desperfectos, y agrega que su colectivo trabaja conscientemente para que anomalías de este tipo no se produzcan.

Esta sección queda satisfecha cada vez que un lector resuelve su problema mediante ella. Pero eso, sabemos todos, no debería ser la regla sino la excepción. Si cada organismo espera que publiquemos una queja para resolverla muy mal andamos. Que se atiendan las quejas cuando las publicamos es lo menos que pueden hacer los aludidos, pero a lo que aspiramos es a que las dificultades se resuelvan antes de recalar en nuestra redacción, adonde llegan buscando su tabla de salvación.

La tarima de las cavilaciones

El tema de la protección al consumidor regresa una y otra vez a esta columna. Pero esta carta lleva nuestra mirada a lo que ocurre en un mercado agropecuario estatal (MAE).

Cuenta Rolando Carvajal Sánchez (Calle San Miguel No. 307 entre Manrique y San Nicolás, en Centro Habana) que el pasado 9 de octubre asistió, como en muchas ocasiones, al MAE sito en Sol y Compostela, en el municipio de La Habana Vieja, a su entender, uno de los más surtidos en Ciudad de La Habana.

Refiere el lector que a la entrada y salida del establecimiento hay un cartel que reza: «Compruebe su peso aquí», alusivo a un local que no pocas veces «encuentro cerrado y con candado puesto, y si quieres comprobar (si el pesaje fue preciso) tienes que salir y “cazar” al administrador donde se encuentre».

Añade Rolando que en una oportunidad tuvo que esperar a ese directivo más de media hora y recorrer el mercado dos veces para plantearle que tener ese local cerrado le parecía una incongruencia mayúscula, a lo cual aquel le respondió que le habían sustraído dos pesas y en ese momento no tenía personal para situar permanentemente allí.

En varios momentos a Rolando lo han aguijoneado preocupaciones relacionadas con el peso de mercancías que le despacharon —en no pocas corroboró que eran justificadas, según su carta—, y por ello insiste continuamente con los dependientes en que le pesen bien los productos.

«Cuando me faltaba el peso, les hacía la reclamación y ellos me ponían lo que faltaba, pero cierto día, en que salí del mercado sin comprobar el pesaje, el dependiente —conociendo que la báscula de comprobación estaba fuera de mi alcance—, me dijo que no me iba a poner las casi tres libras de papa que me faltaban porque yo no tenía el derecho de reclamar».

El administrador simplemente cogió las papas de la tarima del que había despachado —sigue Rolando— y las puso en mi jaba sin el más mínimo señalamiento al dependiente que me había estafado.

Más que volver sobre este desaguisado, Rolando saca cuentas de las miles de libras que se venden a diario en un mercado de este tipo y de lo que podría estar robándose a los clientes con lo que parecen nimias alteraciones del pesaje. Pero lo que más le inquieta es que eso pueda estar sucediendo con la anuencia de ciertos administradores, y cree que debe velarse por que no ocurra.

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