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Gracias por existir

Tantas personas no pueden estar equivocadas, cuando reconocen la atención recibida en el Hospital Nacional Enrique Cabrera, de la capital, como lo hace Anlly Marisel Gómez (Calle 4ta. Norte No. 34921, apto. 5, Reparto 1ro. de Mayo, Boyeros, La Habana).

Cuenta ella que el 11 de enero pasado llegó al cuerpo de guardia del Nacional con agudos dolores en el bajo abdomen, vómitos y mucho malestar; y la recibieron allí los doctores Obel Guerra y Fidel Taquichely, y el enfermero Ángel Odlanier Pereira. «Su trato fue exquisito. De inmediato el procedimiento de rigor para esos casos: reconocimiento clínico, análisis urgentes, ultrasonidos y preparación preoperatoria, llevada a cabo por el joven Ángel Odlanier, con amabilidad y un alto nivel de profesionalidad, demostrando con ello el amor que siente por su carrera y trabajo».

Concluída la intervención quirúrgica, la cual pudo tener consecuencias fatales de demorarse, si se reventaba el apéndice, fue remitida a la cama 20 de la sala B, en el cuarto piso del hospital, donde se recuperó.

«Siento la necesidad de expresar mi agradecimiento, pues el seguimiento de ambos médicos y del enfermero en el posoperatorio fue fundamental para mi restablecimiento. No importan bloqueos y falta de materiales; con seres humanos así se hace día a día Revolución. Gracias por salvarme la vida, en mi nombre, en el de mis cuatro hijos, esposo y demás familiares. Gracias por existir».

Terapia de vida

José Morell (Avenida 13 No. 28402, Santa Fe, Playa, La Habana) confiesa que el tiempo que estuvo ingresado en la sala de Terapia Intermedia del hospital Calixto García, de la capital, estremeció sus mejores sentimientos: «A pesar de la gravedad de mi estado —dice—, me sentí muy feliz con el trato que en esa sala me dispensaron, al punto de que los considero mis amigos para siempre».

Apunta que, a pesar de las difíciles condiciones en que laboran esas personas, es grande palpar que ellos saben llevar a sus pacientes la esperanza en tan delicados momentos, y hacen las condiciones más llevaderas.

Reconoce públicamente al profesor Lara; los doctores Dagmara, Mario, Julio y Rolney; el equipo del doctor Frank Bernal, en Hemodiálisis; el del doctor Campos, en Urología; las enfermeras Ada, Lorenza, Roly e Hilda; los técnicos Vilma y Viviana en Gastroenterología; los estudiantes latinoamericanos, en especial la ecuatoriana Jenny; los auxiliares Gerardo y Joel; los CVP del área… en fin, todos los que hicieron posible su recuperación.

«Gracias en nombre de la vida», concluye Morell.

Los lunares de una buena atención

Magali López (calle L No. 18, apto. 2, entre Calzada y 7ma. Vedado, La Habana) refiere que, cuidando a su hermano, hizo una estancia de cinco días en la sala E de Cirugía, Camilo Cienfuegos, del hospital Salvador Allende, en la capital. Y califica de muy buena la atención médica y de enfermería.

Pero no concibe que en una sala de personas recién operadas no haya un mínimo de condiciones higiénicas: No hay agua. El lavamanos está arrancado de su lugar. No sale agua en la ducha ni en la taza del inodoro; tampoco hay para bañarse. Hay que cargar los cubos desde una pila de la sala más cercana.

«Viendo todas esas dificultades —prosigue—, no me explico cómo es posible que inviertan recursos en pulir los pisos de los pasillos, lo cual es un trabajo muy costoso, y no debía ser prioridad en estos momentos.

«Otra dificultad es la carencia y escasez de sillas de ruedas para trasladar a los enfermos cuando hay que hacerles alguna prueba fuera de la sala. En nuestro caso, lo hicimos con una que trajimos de la casa. Pero en más de una ocasión pude ver a personas de servicio y enfermería usar dichas sillas para trasladar paquetes y cajas».

Una de cal y otra de arena: Así como somos sensibles al elogio, hay que desarrollar oído para la crítica. Eso es salud para mejorar nuestra Salud Pública.

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