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Limpiar La Habana

El pasado domingo, Día de las Madres, Mirta Llanes Godoy dejó atrás su hogar en Lacret No. 265 entre Juan Bruno Zayas y Concejal Veiga, en el municipio capitalino de 10 de Octubre, para deleitarse por las callejuelas y plazas de La Habana Vieja. Y se sintió feliz en el centro histórico de la ciudad, entre la belleza, el esmero y el ornato.

El ánimo se le derrumbó después, cuando tomó la conocida Lanchita de Regla y llegó al pueblo ultramarino:

«Comencé a ver el grado de suciedad que tiene la costa en esa zona: cientos de pomos plásticos, latas y disímiles objetos que se ve llevan tiempo ahí», señala y se pregunta: ¿Cómo es posible que no se haga una limpieza de esas orillas sistemáticamente para no llegar a ese extremo? «Una persona de edad como yo, que me crié en calles limpias, y en una familia que no se permitía arrojar nada, jamás se acostumbrará a ver esta indolencia».

Mirta desborda sus experiencias reglanas hacia lo que hoy se ha extendido por parte de la capital: la suciedad y el desentendimiento. Ella en su carta intenta encontrar la razón o el punto de inflexión donde el habanero extravió su sentido de la limpieza y el cuidado del entorno en ciudad tan bella, pero tan maltratada.

La remitente no se anda con eufemismos ni retoques cuando afirma que ese es hoy uno de los grandes problemas de La Habana: de sus habitantes más indisciplinados, que lanzan por la borda, más bien por las calles, cuanto desecho les estorbe. Y también de esas instituciones desaliñadas, que ni siquiera cuidan su aspecto exterior.

¿Cuándo y cómo se le dará un vuelco a tanta impunidad?, me pregunta. Y yo, que también vuelvo herido de mis caminatas habaneras por los vertederos de tanta insensibilidad, lamentablemente no tengo tampoco las respuestas.

Tanta impunidad hay que erradicarla de raíz. No avanzaremos si la familia no enseña a cuidar y respetar; y si luego la escuela instruye pero no moldea de corazón. Lo otro es hacer cumplir las normas de ornato y limpieza, con rigor. Habrá que acorralar a quienes enturbian el paisaje de la noble ciudad. Y seguir muy de cerca las claves de ese esplendor que ha resucitado en La Habana Vieja. Las dos vertientes: A Dios rogando, y con el mazo dando.

¿Quién se equivocó?

Desde Darío Calzadilla No. 24, en Gibara, Holguín, escribe Juan Michel Soberat, Máster en Ciencias de la Educación y psicopedagogo de la secundaria básica Atanagildo Cajigal.

Juan Michel es padre de dos niños y, luego de reiterados trámites solicitando un solar para construir su casa, el sueño se hizo realidad: en diciembre de 2010, el Consejo de la Administración Municipal, mediante su acuerdo 286, le otorgó un terreno en la propia Gibara.

En abril de 2011, le concedieron el derecho perpetuo de superficie; y con él un término de un año para iniciar la obra, bajo la prescripción de que sería por esfuerzo propio, lo cual él aceptó feliz.

Desde abril de 2011, Juan Michel solicitó ante la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda (UMIV) la licencia de construcción Y mes tras mes se le comunicaba que no se había tramitado.

A punto de expirar el término dado por Vivienda Municipal, el pedagogo no se dejó vencer e inició la zapata y la nivelación, dado que el terreno presenta una pendiente. En enero de 2012 solicitó financiamiento bancario para la obra, y ya en marzo lo había obtenido.

Todo transcurría lineal y expedito, como para felicitarse, hasta que… el inversionista de la UMIV le comunicó a Juan Michel que el documento solicitado no se le entregaría, pues había sido un error otorgarle el terreno. Tal negativa fue corroborada por el vicepresidente del CAM que atiende la Construcción, quien le explicó «que alguien se equivocó, pues ese terreno nunca debió ser dado, y está pendiente de análisis el caso, pues los culpables deberán pagar».

Muy dolido por lo que considera un engaño, Juan Michel afirma que «alguien se equivocó, pero ese no fui yo. Y ahora debo pagar el error de otro. Estoy seguro de que quien se equivocó no tiene mi situación, ni la premura por ejecutar una obra tan necesaria», concluye.

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