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Que nadie toque nada…

Sin quitarse aún el disgusto a su retorno del agromercado estatal del Mónaco, en el municipio habanero de Diez de Octubre, me escribió el pasado domingo Manuel Rodríguez González, vecino de Patrocinio No. 458, entre Goicuría y Juan Delgado, Víbora.

Y no era para menos. Los consumidores se toparon ese día conque en ese agro, que fue remodelado recientemente y tiene óptimas condiciones, se ha dispuesto una medida lesiva a los clientes y a la tradición en ese tipo de comercios agrícolas:

Lo extraño, en cuestión, es que los compradores no pueden escoger los productos, como en cualquier mercado del país. Es el empleado, uno en cada tarima, quien selecciona la mercancía, y lo que él ponga en la pesa no se puede rechazar. «A como te toque», precisa Manuel. ¡Que nadie toque nada; yo solo puedo tocar», agregaría un conocido personaje humorístico.

La decisión tiene el corte de esas medidas impositivas e impopulares, que nadie apoya, pero tampoco puede cuestionar, porque ya se aprobó y boca abajo. Es parte de un estilo que tiene en muy poca estima la satisfacción del cliente y sus opiniones.

Asegura Manuel que ahora las colas son mayores, y enormes también las protestas de los compradores. Y él se pregunta quién, porqué y con qué objetivo decidió tal cambio en un sistema de comercio que viene de larga tradición, en el cual el cliente escoge la malanga o el plátano que más le place, y comparte incluso el acto de compra-venta con el empleado.

«¿Esto se hace para ayudar al pueblo, o lo contrario?», pregunta, y acto seguido afirma: «No creo que puedan decir que es porque les roban, porque solo habría que decir a quienes dirigen ese agro: ¿Y en los demás lugares, donde no se ha cambiado el método de que escoja el mismo cliente? ¿Por qué ocurre aquí y en los demás lugares no?».

Ahora podría argüirse —considera Manuel— que todo se hizo para mejorar la atención al cliente, para que sea pareja la adquisición, etc., pero le inquieta la repercusión de la medida y que los responsables de esta actividad a nivel local desconozcan el estado de opinión que ha suscitado. Y concluye: «No creo que a alguien se le ocurra cuestionar por qué envío mi queja a la prensa y no al órgano u organismo que tiene que ver con eso (…). Supongo que nadie tenga que venir de afuera a decirles lo que está mal, lo que no funciona».

En busca de una explicación

Noel Varela (Avenida 50 No. 3308, entre 33 y 35, Cienfuegos) es un cubano que se encuentra trabajando actualmente en la República de Honduras, y tras unas vacaciones en la patria retornó el 5 de julio pasado por el Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana.

Cuenta que después de chequear su boleto, decidió comprar una botella de Havana Club en las tiendas que se encuentran en el segundo piso, para llevarla como regalo. Pasó su control de Migración y cuando llegó al control de Aduana, pasó su equipaje de mano por el escáner.

Ahí fue cuando el oficial de Aduana le dijo que tenía que entregar la botella de ron. Y si quería, que la volviera a comprar en la zona libre de impuestos, a solo diez metros de distancia de donde él estaba.

Noel intentó indagar porqué, si la había adquirido metros antes, lo obligaban a entregarla y posteriormente comprar otra en el área libre de impuestos. Y la respuesta era que estaba establecido así.

«Sé que las medidas de seguridad en los aeropuertos han aumentado, pero este no es el caso. ¿Por qué no informan con carteles u otras vías que los viajeros no deben comprar ron en las tiendas que no sean del área libre de impuestos? ¿Por qué venden ron afuera, si esa zona es para viajar al extranjero, y se supone que vas a subirlo al avión? ¿A quién beneficia esa medida?».

 

 

 

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