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¿Con qué cristal mejoramos?

El buen Ramón de Campoamor lo dejó dicho con versos que valen por un ensayo: «En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira». Pero sucede que a veces, no se puede mirar porque ni siquiera tenemos cristal alguno.

Al menos en eso uno piensa cuando lee la carta del jubilado Juan L. Ayala (residente en calle 236, No. 2707, San Agustín, municipio capitalino de La Lisa), que comienza hablando de una «odisea». Relata Juan que el 8 de junio de 2012 mandó hacer sus espejuelos bifocales en la óptica de 240 y 31, en San Agustín.

En ese momento le dijeron que la demora era de 30 días. «En la primera visita me plantean que no estaban; después, al otro mes, me plantean que vinieron mal y fueron devueltos al taller. La tercera visita, sobre los tres meses, nuevamente que vinieron mal y fueron devueltos…

«A los cuatro meses no estaban; a los cinco meses veo a la administradora en dos ocasiones. Dice que no sabe nada. Pregunto dónde está la dirección de Ópticas de La Lisa, y me dicen que no me lo pueden informar. Es en sí una odisea»..., se duele el capitalino.

Para enero de 2013 (su carta es de diciembre último) debió tener turno con la oftalmóloga, que lo trata por problemas genéticos y un posible glaucoma. Debido a la demora, el veterano incluso temía que lo mandaran nuevamente a medirse la vista y, en tanto, sus espejuelos brillando por la ausencia. Eso sí: como ocurre con denuncias aquí reflejadas acerca de otros tantos servicios, los cobraron por adelantado. Y el cliente, que pagó desde el primer día, sufriendo.

No, Campoamor, en este mundo traidor,/ la verdad y la mentira,/ pasan por tener cristal/ y espejuelos el que mira.

Perla contaminada

Desde las cuatro o cinco de la madrugada, cuenta la cienfueguera Ayansy Quevedo Delfín, comienzan en las cercanías de su casa (Ave 64, e/83 y 85, No. 8309, reparto Tulipán) las faenas productivas y los humos contaminantes de una fábrica de producción de puertas y ventanas de aluminio.

La industria se hallaba antes en otro lugar del propio municipio, pero por las quejas de vecinos del sitio hubo de trasladarse, refiere la lectora. En la nueva posición, los daños a quienes conviven cerca no son menores.

«Este asunto lo hemos tratado con la delegada de la zona —narra Ayansy—; nos respondió en la asamblea de rendición de cuentas que ya se había elevado la queja (…). La doctora que entonces trabajaba en el consultorio médico correspondiente a nuestra dirección fue a valorar la situación (…) y dijo que haría un informe para ilustrar el escenario».

Pero ni el «elevado» reclamo ni el informe especializado tocaron, al parecer, las aldabas sensibles. Entonces la mamá de la remitente se dirigió a la Unidad provincial de Supervisión del Citma. Fueron a inspeccionar y le impusieron una multa de 200,00 pesos a la entidad por no cumplir con la altura requerida de la chimenea. El asunto continúa igual o peor.

Más allá de los daños medioambientales a nivel macro, hay golpes concretos en la salud de las personas que alertan del peligro.

La cienfueguera reflexiona que tan necesario como producir puertas y ventanas de aluminio resulta que la gente esté saludable y no se exponga a riesgos; a la larga la nación también estaría expuesta a inversiones mayores en la salud pública.

Y su voz debe al menos elevarse (y escucharse) tanto como el humo pernicioso de la fábrica.

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