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La sanación de la gratitud

Bienvenidos el bien y la virtud, cuando se cuelan en esta columna, entre tantos problemas, desafueros e ineficiencias. Por eso dejo hoy todo el espacio a Roberto Bruce, para que exprese sus sentimientos de gratitud por partida doble a los profesionales del Hospital Miguel Enríquez, de la capital, porque ellos tocaron en lo más hondo de su sensibilidad.

El lector, que reside en Calvo No. 73, entre Martí y San José, Guanabacoa, La Habana, cuenta que semanas atrás su padre, de 74 años, llegó al centro hospitalario con el apéndice perforado, lo cual implicó una intervención quirúrgica de urgencia.

En ella, «la actitud de los cirujanos Eldys y Yuliet, y la gran preocupación profesional mostrada, le salvaron la vida, como ha ocurrido con tantos otros cubanos. El amor, las visitas constantes a la sala, el contacto directo con los familiares y el aliento permanente, fueron antídotos frente a las jornadas de zozobra e incertidumbre vividas».

Solo una semana después del alta del padre, la mamá, de 79 años, hizo una neumonía que implicó ingresarla en la misma institución. Fueron jornadas muy tensas: el padre convaleciente en casa, y la madre con un tratamiento intensivo, que demandó antibióticos, combinados con atenciones cardiológicas.

«Con aquella desesperación a cuestas —recuerda Roberto—, apareció una persona que mitigó males e incertidumbres, para darme el impulso y optimismo necesarios en medio de situación tan compleja, carencia de medios materiales y otras dificultades en la sala, que no la empañan para nada: la “seño” Iris Vidal Vega, vicedirectora general de Enfermería del hospital.

«A la seño Iris la conocí una de esas jornadas en que los días se nublan, y pensamos que el sol nunca saldrá. Desde temprano podía vérsele de un lugar a otro con la seguridad de quien transita por un sitio muy conocido, su segundo hogar.

«Allí, al tanto de casi todo, no escatimaba tiempo para conversar con pacientes y familiares, y detener su mirada en sitios insospechados, para escudriñar hasta en el más mínimo detalle que permitiera poner a prueba el servicio de Enfermería.

«Era su manera —deber también— de asumir como suyo el problema de otros. O las consecuencias de un mal proceder, tan peligroso como la ausencia misma de un recurso material.

«Incansable siempre, enérgica y exigente, llegaba a controlar y chequear con asombrosa rapidez casi todo a su alrededor, no con los “guantes” puestos, sino con el arma noble del ejemplo y la autoridad ganados. A tal extremo, que nunca se le escuchó esgrimir su cargo como vicedirectora al intentar comunicarse con otros. Solo les decía: “Le habla la seño Iris”. Así de sencilla.

«Hoy, cuando los días parecen más soleados para mi familia, no puedo dejar de reconocer a personas como la seño Iris, y los doctores Eldys y Yuliet.

«Ellos resultan ejemplos de lo que expresara, a finales del pasado año, el representante de la Organización Panamericana de la Salud en nuestro país, cuando dijo que en Cuba el personal capacitado es el bien más preciado del sistema de salud pública nacional.

«Habrá muchos pacientes y familiares que atender. Quedarán muchos pasillos que desandar; quizá momentos amargos que asumir. Pero la seño Iris Vidal Vega, Eldys y Yuliet, asumen el reto cotidiano como la canción del poeta: “Solo el amor convierte en milagro el barro, solo el amor concibe encender lo muerto, solo el amor engendra la maravilla”».

No puedo menos que agradecer a Roberto el humilde ejercicio de la gratitud, ese sentimiento que eleva y ennoblece al ser humano, por encima de todas las carencias y dificultades.

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