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La levedad de los impunes

Pudieron morir en el lance. Y hoy tal vez serían otros los que reclamaran en su nombre. Pero de todas formas el daño no fue insignificante...

Cuando en horas de la noche del pasado 16 de diciembre el ómnibus Scania con chapa HWD-546 se impactó contra su vivienda, en el No. 62 de Máximo Gómez entre Versalles y División, Guanabacoa, La Habana, Yanay Iznaga Flores sintió un sobresalto inenarrable por su pequeña.

La niña, de ocho años, ahora se encuentra con tratamiento de psicología y psiquiatría. Un joven que pasaba por la acera exterior tuvo menos suerte: fue golpeado y hubo que amputarle un brazo tras el accidente. La cerca perimetral, los peldaños de acceso a la vivienda, el poste telefónico y la sala fueron sacudidos por la mole rodante.

Aquella misma noche del accidente, el Director, el Subdirector y un Técnico de la Empresa de Ómnibus Urbanos cuya base está ubicada en el reparto Antonio Guiteras —a la que pertenecía la guagua— se presentaron en el hogar de Yanay. «Nos dijeron que ellos se harían cargo de resarcir los daños, pues el chofer en todo momento dijo que lo ocurrido no era su culpa y que él no tenía que responder por nada», evoca la remitente.

«Al pasar tres días y al ver que no teníamos respuesta alguna nos dirigimos a la empresa, donde fuimos recibidos por el Director, quien nos solicitó un dictamen legal acerca de los daños y lo que era necesario reponer», relata.

Y agrega que ese mismo día, miércoles 19 de diciembre, regresaron y entregaron a la institución el documento emitido por la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda (UMIV) donde se certificaba el estado técnico en que había quedado la casa, así como la orden de apuntalamiento del techo y de demolición de la pared frontal por peligro de derrumbe.

Yanay y su esposo dejaron en la Empresa de Ómnibus Urbanos los contactos por los cuales podían localizarlos y varios compañeros de allí actuaron recíprocamente. Les llamó la atención que muchos de los trabajadores no conocían de la afectación a la casa, solo la del muchacho impactado.

«Después de más de un mes aún no hemos recibido ninguna respuesta ni por la empresa ni por el chofer. El pasado 27 de enero volví a comunicar telefónicamente con esa dependencia, hablé con el Director (...) y me dijo que no era necesario que me personara en dicho lugar», refiere la capitalina.

Según le explicó el directivo a Yanay, ya «estaban encargándose» del asunto de los materiales, de llevarlos a la casa. No precisó, sin embargo, quiénes eran los encargados.

Y la lectora se pregunta con justicia: ¿Quién va a resarcir los daños y cuándo? ¿Acaso tienen ellos, los afectados, que esperar que se les caiga la casa arriba o hacia la calle? Si el chofer argumentaba no tener responsabilidad, la empresa ha dilatado sin justificación sólida el asunto y nadie más se ha interesado institucionalmente por asumir los daños de aquella noche infausta, ¿cómo queda esta familia?

«Llamamos continuamente, pero ahora solo nos sale la secretaria y desdichadamente él (el Director) nunca se encuentra, pues coincide con que está reunido», se duele esta cubana.

Por eso, hasta que el ciudadano común no sea indemnizado como se debe ante cada perjuicio a su bienestar, sus propiedades y su tiempo, habrá entidades y personas que sigan apostando a que gozarán de impunidad o, cuando más, a sanciones menores ante la falta de responsabilidad con el prójimo.

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