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¿Faltante de respeto?

Mientras exista la libreta de productos normados alimenticios con subsidio, que no cubre el mes, pero alivia a las familias más vulnerables, nadie tiene derecho a complicar con «faltantes» y otros misteriosos embrollos a los consumidores cubanos.

Douglas Deas Yero (Félix Varela No. 60, reparto Zamora, Santiago de Cuba) cuenta que el pasado 29 de abril, en la mañana, arribó a la carnicería perteneciente a la unidad comercial El Algarrobo, el pollo de 17 onzas por consumidor para la población y el de ocho onzas para niños. Según la pizarra de la unidad, dichos productos tenían un plazo de compra de 72 horas. Pero como Douglas y su esposa laboran de ocho de la mañana a cinco de la tarde, él fue a la carnicería al siguiente día, a las 5:00 p.m. Y ya el pollo se había acabado.

Douglas se dirigió a la administradora, porque le preocupaba que, además del «faltante» de pollo por consumidor —algo frecuente allí—, también brillara por su ausencia el dirigido a los niños. Y la respuesta de ella fue que el producto llega con una merma permisible del dos por ciento y los consumidores deben esperar a la reclamación.

Inconforme, Douglas fue a la Unidad de Comercio de Alimentos del Distrito 4, y la responsable del Puesto de Mando le reiteró que la orientación es esa. El consumidor preguntó qué tiempo debía esperar por el pollo, y le contestaron que de uno a tres meses.

«Es contraproducente —señala— que ocurra eso con la alimentación de los niños, cuando nuestra Revolución ha sido defensora de ello y realiza innumerables esfuerzos para garantizarla». A partir de lo que ocurre frecuentemente allí, el lector cree que hay personas inescrupulosas que se aprovechan de los mecanismos de distribución de los recursos asignados, sin importarles lo sensible del asunto.

¿Por qué no alcanza?

Marcos Antonio González (Primera del Oeste Final No. 15 y Carretera Fábrica de Acetileno, Sancti Spíritus) denuncia que se quedó sin adquirir el «pollo por pescado» —que garantiza la libreta normada— un grupo de consumidores que compra en la casilla de Avenida 26 de Julio, en el barrio Colón de esa ciudad. Lo insólito es que ello ocurrió a menos de 24 horas de comenzar a venderse el producto.

Señala el remitente que «ante este mal, que nos sigue afectando sin que nadie nos tire un cabo o tengamos cierta protección como consumidores, habría que preguntarse: “Si el pollo por pescado es para todos, ¿por qué no alcanzó? ¿Quién recibe la mercancía y certifica que está completa? Si la cantidad está correcta, ¿por qué no alcanza el producto? ¿Alguien podrá explicar algún día cómo se realiza el procedimiento de la entrega de pollo? ¿Dónde están mis derechos?»

Enamorados de la profesión

El pasado 28 de marzo, Pedro Núñez García (Rabí No. 767, apto. 1, entre Cocos y General Lee, Santos Suárez, La Habana) ingresó en la sala de urgencias del hospital Salvador Allende a su hermana Maritza, una paciente con síndrome de Down de 56 años de edad pero, genéticamente hablando, como si tuviera 90. Y dada la gravedad que presentaba, hubo que internar a Maritza en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

«Quiero hacerle llegar la satisfacción que tengo de que se cuente con una sala de UCI con un personal tan preparado, ya sean médicos, enfermeras y asistencial, tan capacitado y profundamente enamorado de la profesión».

Pedro menciona a los doctores Leticia, Nelson, Israel, Maydelín, Leydi, Yosvanys, Arianny, Beatriz, Adalberto, David y Yordanka. Y a las enfermeras Loyda, María del Carmen, Osiris y Hortensia.

«Que me disculpen los que no aparecen en esta relación —señala—, pero también merecedores del reconocimiento. Mi hermana sigue ingresada —manifiesta en su carta fechada el 17 de abril pasado— y con todas las atenciones necesarias».

«Sepa usted que, por yo ser trabajador de la Salud, veo mejor los cambios y comportamientos de trabajadores similares a mí. Por eso quisiera que esta carta fuera leída en la asamblea de afiliados del sindicato en ese hospital y en la propia sala de la UCI».

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