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Curado… de espanto

Un país que envejece tan abruptamente como Cuba, no debe permitirse casos como el de Pedro Julio Andino, un hombre de 82 años que vive solo en Virtudes No. 676 altos, apto. 1, esquina a Belascoaín, en La Habana, por demás sordo total, diabético y con una úlcera hiperbárica crónica en la pierna izquierda.

Pedro Julio es atendido en el Instituto de Angiología sito en el hospital Salvador Allende de la capital. Y le han indicado curas en días alternos en su área de salud. Ahí es donde se complica todo, pues el veterano debe dirigirse por su cuenta, y con muchas dificultades de traslación, al consultorio de Gervasio y Lagunas. Allí debe esperar de una a dos horas—algunas veces más— para que la enfermera lo lleve hasta el policlínico Manduley.

Pero la mayoría de las veces le dan los materiales para que él mismo se cure en casa. En otras, le dicen que no lo pueden curar, porque ese día no se atienden los adultos. Sucede también que el anciano va por la mañana, con tremendos trabajos, y le dicen entonces que vuelva en la tarde.

La sobrina de Pedro Julio, Ileana López Andino, que reside en San Anastasio No. 676, entre Santa Catalina y Milagros, en el barrio habanero de Lawton, hace unos tres años se quejó en la Dirección Provincial de Salud y hubo una respuesta efectiva: un enfermero iba a su casa a curarlo. Pero a los pocos meses cesó esta variante, sin explicación alguna.

En el pasado abril, se le hizo un certificado médico para lograr que fueran a curarlo a domicilio. Pero jamás fueron. Y para colmo, el pasado 24 de mayo dos doctoras le extendieron un papel, donde expresan que el paciente debe hacer sus curas en el hospital Salvador Allende, porque es portador de pseudomonas, y no tienen condiciones para atenderlo.

«¿Cuáles son esas condiciones —cuestiona Ileana—, si él lleva sus medicamentos orientados por el especialista, y solo necesita de una mano profesional y el material séptico? ¿Cómo un anciano puede dirigirse tres veces a la semana al mencionado hospital, si a duras penas llega al consultorio cercano?».

¿El trámite de nunca acabar?

Francisco Perera Fernández (Calle 6 No. 70, entre Escario y Enramada, reparto Santa Bárbara, Santiago de Cuba) cuenta que su padre tiene 102 años y el contrato del teléfono de la casa está a nombre suyo.

Hace tres meses el remitente fue a las oficinas de Etecsa a reinscribir el mencionado contrato, y allí la funcionaria del Departamento Comercial que lo atendió le sugirió que lo mejor sería pasar el teléfono a su nombre.

El hijo solicitó la transferencia y, desde entonces, aguarda por ella entre promesas de visitas para verificar la situación, porque el anciano no está en condiciones de trasladarse hasta la sede de Etecsa. Y en la empresa son excusas tras excusas: que si no hay transporte para visitar al cliente, que si no hay personal para hacer la visita…

En conclusión, que Perera sigue esperando.

Pareciera que vivimos en un país solo de jóvenes vigorosos, que pueden moverse a cualquier parte, sin ancianos, postrados y discapacitados físicos.

Al restaurante, con calculadora

El pasado 16 de junio, Día de los Padres, René Valenzuela Acebal comía apaciblemente en el céntrico restaurante El Cochinito, de la capital. El trato de los camareros era agradable…

Pero… siempre irrumpe un pero… La nota de lo consumido que trajo la dependienta tenía una cifra total, mas no estaba pormenorizada por cada plato consumido. No se podía comprobar si realmente le cobraban lo justo.

Desconfiado, Valenzuela llamó a la dependienta de nuevo para solicitarle que le identificara el precio de cada plato. «Ahí se acabaron las sonrisas», señala en su carta desde su domicilio en Lacret No. 265, en el barrio habanero de Santos Suárez.

Al final, la capitana del restaurante fue a la mesa de Valenzuela, y con una calculadora comprobó que le iban a cobrar diez pesos de más. A algunos les parecerá una minuta, pero el respeto al consumidor no tiene precio ni categorías. ¿Cuántos Valenzuelas a diario dejan pasar y no exigen por sus derechos en cualquier restaurante o cafetería?

«Ya no solo a los agromercados hay que asistir con una pesa bajo el brazo para evitar que te roben. Ahora también vamos a tener que ir a los restaurantes con una calculadora, para comprobar si te están cobrando lo correcto», concluye el lector.

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