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Catarata de espera…

Desde Finca La Calabaza, en el mismísimo valle de Yumurí, provincia de Matanzas, escribe Jorge Vargas López para revelar las dificultades que presentan los pacientes con catarata para operarse en el Hospital Provincial Faustino Pérez, de la capital provincial.

Cuenta Jorge que en días pasados llevó a un amigo, veterano como él, a la consulta de Oftalmología del referido centro asistencial. Allí estaban varios pacientes, igualmente con catarata y avanzada edad, y comentaban todos la paradoja de que, teniendo ese hospital oftalmólogos de gran profesionalidad y trato exquisito, hace cinco meses o más que allí no se realizan intervenciones quirúrgicas.

La razón es que el salón de operaciones lleva ese tiempo cerrado, a consecuencia de problemas de mantenimiento y otras causas. Pero, como se dilata la solución, se ha incrementado ostensiblemente la lista de pacientes en espera para operarse, en su gran mayoría ancianos.

Jorge, y otras personas que encontró allí, se preguntaban por qué se ha prolongado tanto la solución de asunto tan sensible, sin ninguna información que dé esperanza. También se pregunta por qué no se han agenciado de alguna alternativa para aliviar el problema de tantos veteranos, que ya no tienen tanto tiempo en esta vida para ver la luz sin tantas sombras.

A la inquietud de Jorge, este redactor agrega: ¿Es tan difícil una buena y ágil reparación del salón de operaciones? Mientras no se le da solución, ¿no se podría desatar una «operación Milagro» en provincias cercanas, con el concurso de sus salones de operaciones, para esos pacientes, que bien podrían ser transportados de ida y vuelta?

Sin regalito ni recomendación

Vilmis Urbina es una madre agradecida, que radica en Córdova No. 16, entre Porvenir y Morúa Delgado, en el barrio habanero de Lawton. La historia que cuenta explica los porqués.

A su hijo, ya un joven de 20 años, desde los nueve días de nacido le diagnosticaron epilepsia. Ella sufría mucho cada vez que le daban las crisis al niño, y tenían que ingresarlo. Gracias a la atención médica sostenida durante años, el muchacho fue superando su propio cuadro, hasta que le dieron de alta.

Pero hace unos tres meses resurgieron las crisis como un espectro del pasado; y el médico que atendía a su hijo está cumpliendo misión en el exterior. La madre desesperaba, y conoció de la existencia del neurólogo intensivista Javier Sánchez, del Hospital Neurológico, en la capital.

El 18 de agosto pasado, sin turno ni recomendación de nadie, tampoco con ningún presente o regalo que le abriera las puertas, Vilmis llegó a las nueve de la mañana con su hijo a la consulta de ese galeno. Habló con la enfermera, la personificación del buen trato. Esta, a su vez, habló con el médico, quien le indicó que pusiera el caso imprevisto en la lista de los que serían atendidos ese día.

«Después de conversar con otros pacientes —refiere—, nos dimos cuenta de que éramos más los sin turno que quienes lo tenían. Y una de las cosas que más me gustó, es que la enfermera siempre respetó el orden de la espera: primero los turnos, y luego los demás. Allí no había preferencias».

A las tres de la tarde, el doctor Javier atendió al hijo de Vilmis. «A esa hora, no había almorzado aún; no lo vi pararse ni una vez», señala la madre, y agrega: «Al entrar, tenía mis reservas, pero necesitaba con urgencia un tratamiento para mi hijo.  (...) allí encontré a un profesional entregado a su trabajo, con un amor por lo que hace y un respeto hacia sus pacientes digno de halagar».

A pesar de lo tarde que era y del cansancio que de seguro sentía —apunta la lectora—, el especialista se tomó todo su tiempo para atendernos, y advertirnos que si el tratamiento no resultaba, lo podíamos ver en ese lugar cuando lo necesitáramos, a excepción del mes de septiembre, porque su esposa daría a luz ese mes.

Vilmis y su hijo salieron a las 3:38 p.m. de la consulta, y todavía quedaban alrededor de ocho pacientes por atender, todos sin turno. Ella calcula que bien podría haber estado trabajando hasta las siete de la noche.

«Quiero agradecer a este médico y a su enfermera por tanto amor, tanta dedicación y tanta entrega. Desearles que la vida les sonría, y mucha salud para ese bebé que está esperando». Profesionales como ellos, concluye Vilmis, demuestran que «no todo está perdido».

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