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Los cerdos vecinos

Los cerdos conviven con las personas en Morón, denuncia Amelia Cordero, vecina de calle 4, No. 45, entre Tomás González y Margarita, en ese municipio avileño.

«Estamos viviendo con la amenaza de varios virus», alerta Amelia, y precisa que reside en un barrio donde los criaderos de cerdos son contiguos a las casas. A consecuencia de ello, explica, las tupiciones del alcantarillado aumentan, por no hablar de las invasiones de moscas y el mal olor que no se puede soportar.

«En Morón hay muchas zonas rurales donde se pueden hacer cochiqueras comunes, y hasta pagarles a custodios para que velen por su seguridad», afirma, y cuenta que en diciembre de 2013, el canal de Televisión local informó que a partir del 1ro. de enero del presente año tenían que desaparecer los criaderos de cerdos en zonas urbanas.

«Pero nada, palabras que el viento se llevó. Aquí las calles están sucias. Los vertederos llenos de basura, el alcantarillado tupido…», señala Amelia con amargura.

Este es un problema que pudo atajarse allí, sin necesidad de muchos recursos, y sin tener que trascender al país entero. ¿Qué dice el Consejo de la Administración municipal? ¿Por qué no se hace sentir la autoridad en asunto tan delicado?

Morosidad de Morón

Nuredin Milanés Céspedes (Severo Pina No. 9, Morón) es cocinero en el hotel Meliá Guillermo, en la cayería norte de Ciego de Ávila. Y como tal, comenta la exigencia prevaleciente en esa frontera del turismo.

«Si por casualidad a un trabajador se le ocurre comer delante de algún turista en la instalación y lo ven, es su último día de trabajo, o lo castigan severamente. O si en horario de prestación de un servicio, le decimos que no podemos atenderlo porque estamos comiendo, también se toman medidas drásticas. Además se hacen encuestas semanalmente, y si hay algún tipo de queja, se analiza, y hay que darle una explicación a Atención al Cliente», señala.

Lo enfatiza en un correo electrónico que me envió el pasado 21 de septiembre desde su cuenta nauta.cu en el móvil, en medio del disgusto, sentado junto a sus dos hijas en el Servicupet del Gallo de Morón, «llamado irónicamente El Rápido».

Llevaban más de una hora esperando que la dependiente comiera, cuando Nuredin accionó su cuenta nauta. Sí, esperando que ella comiera con toda su calma delante de los clientes.

«¿Por qué con los extranjeros somos una cosa y con nosotros mismos otra? Es una pena que a nadie le importe nada, y que poco a poco la gente se acostumbre al maltrato entre nosotros, como si los extranjeros valieran más que cualquier cubano sacrificado, que tiene que trabajar muy duro para traer a una niña a comerse una pizza de jamón y queso. Como si te estuvieran haciendo un favor…».

La cara del país

Los aeropuertos son la cara del país. La primera vista. Lo que el visitante capte será el umbral de muchos de sus criterios y opiniones.

Joel Sierra (calle 385 No. 37751, apto. 25, entre 164 y 166, reparto Mulgoba, La Habana) cuenta que días atrás visitó en dos ocasiones la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional José Martí, de la capital.

El 4 de septiembre fue a despedir a sus suegros y a su cuñado, aquejado de cuadripejía. Tuvo que irse antes, pero su esposa, que estuvo hasta la partida, le contó que cuando sus padres y hermano chequearon el boleto, en ese momento no había sillas de ruedas para transportar a este último.

Ella se dirigió al Jefe de Tráfico, y este le dijo que las sillas de ruedas estaban ubicadas en el área de entrada, que las mandaría a buscar. Y llegaron, sí: una hora y media después de haberlas solicitado.

El 9 de septiembre Joel fue a la Terminal 2 a despedir a su primo, quien al llegar al aeródromo se sintió indispuesto. Y el baño se encontraba cerrado por falta de agua. Eran las nueve de la mañana.

El primo chequeó su boletín mientras se sentía mal. Regresó al baño y seguía cerrado. Le quedaba el del salón de última espera… Pasados unos días, el primo, desde el exterior, se comunicó con él y le confesó que hubiera sido preferible que este último también estuviera cerrado. ¿Razones? Las tazas estaban indescriptiblemente sucias, solo quedaban restos de lo que fue un rollo de papel sanitario, y donde debió haber estado el jabón líquido solo quedaban unas tristes burbujas…

Joel pregunta con qué sentido se cobra allí el impuesto aeroportuario, «cuando los servicios que prestan dejan tanto que desear». Ahora vendrán análisis, pedirán cabezas y algunas rodarán, razona preocupado. ¿Qué puede responder la administración?

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