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Las curvas de la incomunicación

Arnaldo Gómez Fuertes debe viajar día a día a Viñales, ese bello municipio pinareño, desde la cabecera provincial. Y esto, que en otras circunstancias podría constituir motivo de felicidad ante el deleite natural del paisaje, representa para Arnaldo una cotidiana angustia.

Este joven se graduó de Derecho en 2011 y fue ubicado en la filial de Bufetes Colectivos del más turístico municipio de Vueltabajo. Pero de un tiempo a esta parte, los medios de transporte para llegar a su puesto de trabajo se le han hecho cada vez más inaccesibles.

«Al principio iba en un camión-guagua que partía de la terminal de ómnibus de la capital provincial hacia el pueblo-patrimonio a las 7:00 a.m., y regresaba, en dependencia de cómo fuera capaz de vencer la jornada laboral, en el mismo vehículo, a la 1:00 p.m., o a las 7:00 p.m.; todo ello por el módico precio de un peso (CUP)», rememora el jurista.

Junto a él —evoca— viajaban médicos, maestros y profesionales de otras ramas que ocupaban (y ocupan) plazas deficitarias en Viñales. Pero desde hace meses el camión-guagua dejó de cubrir la ruta y la alternativa que se les ha presentado a estos trabajadores son las máquinas de alquiler, a un precio de 25 pesos por persona, cifra que no pueden pagar todos los días.

«Estoy enamorado de mi trabajo, pero realmente no puedo seguir manteniéndome el gusto de ser útil a la sociedad, no ya sin ganancias, sino con pérdidas», considera.

Agrega el lector que ha acudido a Atención a la Población del Poder Popular y a otras autoridades para solicitar que se disponga alguna otra alternativa, y no ha visto cambio alguno. «La solución no puede pasar por dejar una cabecera municipal incomunicada», razona el joven.

Y en Colón No. 161 (norte), entre Mariana Grajales y Labra, Pinar del Río, aguarda una respuesta a su justo reclamo.

¿Por qué esperaron?

El capitalino Mario González Bermúdez (calle Virginia No. 68 e/ Pinar del Río y Woolbury, Rpto. Callejas, Arroyo Naranjo) compró hace dos años un televisor marca Parker, de 24 pulgadas, al precio de 400,00 CUC, en una tienda TRD de Párraga, en su municipio de residencia.

«A los seis meses de adquirido tuvo el primer problema: perdió la señal de audio. Lo llevé a Galiano y Neptuno, al taller de garantía. Lo tuvieron 17 días para arreglarlo. Lo recogí y al mes volví con la misma situación; nuevamente lo dejaron por 17 días más», evoca el remitente.

Pero el tiempo de garantía del equipo ha ido pasando, y cuando dejó de verse por completo, ya había vencido ese lapso de resguardo. «Lo llevé al taller de reparaciones de Diez de Octubre, al de Galiano y al de 31 y 58, en Playa (…). En todos me dicen que el TV no tiene reparación posible, y en este último (taller) el compañero Wong, con un trato muy agradable (…) me explica que en esta dependencia no reparan este tipo de TV porque no tienen piezas para ello», narra el remitente.

Mario se pregunta por qué si en los talleres destinados a la reparación de estos TV no tienen piezas y en casos específicos como el suyo —que desde el principio tuvo problemas— no se le pudo dar solución, cómo fue que no se elaboró un documento en el que se explicara la situación para que se lo cambiaran o le hicieran una devolución. Y acota: «¿Por qué esperaron que se venciera la garantía?».

Y este redactor podría agregar un par de interrogantes más: ¿Acaso los responsables de adquirir y comercializar determinados equipos en el país no han de prever, junto a la compra de estos, la de suficientes piezas de repuesto para reparaciones? ¿No es un derecho del cliente el ser informado al momento de la compra de que su equipo, por los motivos que sea, no cuenta con el debido respaldo de piezas en los talleres ante una rotura?

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