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¿Rectificar o castigar?

En materia docente, los extremos y castigos, ajenos a los métodos educativos, suelen ser perniciosos para los alumnos, pero también para los maestros; sobre todo cuando no se deja margen a la consideración del profesor, que es quien está en el aula y conoce a sus alumnos.

Miguel Ángel González (General Benítez 342 A, entre Rabena y Pared, Reparto Gutiérrez, Manzanillo) es licenciado en Educación, especialidad Profesor General Integral, e imparte clases en una Secundaria Básica.

Hace 19 meses que imparte la asignatura de Química, y en ocasión de visitar su centro, la Metodóloga Nacional de Química tomó una muestra de los exámenes parciales. En una de las pruebas, la alumna identificó una sustancia, que es una sal binaria como sulfuro de hierro, pero no le agregó entre paréntesis el número romano III correspondiente a la oxidación. Miguel Ángel la había calificado con 99 puntos, y solo le había quitado uno por la omisión del referido número, pues el resto de las respuestas estaban correctas.

Al comprobar, la metodóloga le señaló que estaba mal, y que le tenía que haber quitado a la alumna los cuatro puntos que valía el inciso. Y ahora, al profesor lo sancionan con una multa de salario. Por un tres romano.

«Tengo firmemente la convicción —afirma— de que este no es el tratamiento que me tienen que dar, sancionándome y destruyendo mi esfuerzo. Si sumo mi tiempo en la asignatura (que en lo personal me gusta), son cuatro meses en el curso 2011-2012, diez en el 2013-2014, y cinco en la presente etapa lectiva. Todavía no llevo dos años impartiendo la asignatura. Esto no se valoró ni se tuvo en cuenta.

Por otra parte, el actuar de los directivos. Según plantea Miguel Ángel, el metodólogo municipal «prácticamente me amonestó públicamente, señaló las deficiencias detectadas en mi centro laboral por la visita, mencionando mi nombre en plena preparación metodológica municipal, y delante de todo el claustro de profesores que imparten Química en Secundaria Básica en Manzanillo».

Miguel Ángel confiesa que se siente doblemente sancionado. Y pregunta: «¿Ya no vale el criterio del profesor, que es quien está al frente del aula y conoce a sus educandos? ¿Por qué se busca destruir en vez de construir? ¿Por qué nunca se nos hizo conocer los parámetros a la hora de calificar?

Canibaleando…

Camilo Rodríguez vive en Leonor 24, apartamento. 3, entre Calzada de Buenos Aires y Carvajal, Cerro, en los altos de la antigua empacadora o jamonera Ciro Frías, perteneciente a la Empresa Cárnica de La Habana.

Cuenta el remitente que desde que cerraron esa planta, se ha convertido en terreno de nadie, donde constantemente personas se dedican a desmantelar todo lo que esté a su alcance: pisos, ladrillos, tuberías y recubrimiento de paredes.

Lo último fue que se robaron algunas partes de la instalación del gas de los vecinos que, como Miguel Ángel, viven sobre esa planta desahuciada, lo cual ha generado un peligroso salidero de gas y en general amenaza con el deterioro del inmueble.

Abandono

Modesto Berdayes (Calle 27 B No. 23408, entre 234 y 236, San Agustín, La Habana) cuenta que hace casi dos meses en la esquina de 27 B y 234, Acueducto rompió la calle para introducir una conexión de manguera negra. El hueco fue hecho por una retroexcavadora, y dejaron dos lomas de tierra a cada lado de la calle, cerrando el paso a la misma.

«Como el trabajo quedó interrumpido, señala, allí está la manguera negra de unas tres pulgadas. Por esa misma calle bajan aguas albañales por una fosa tupida del edificio de la esquina 236.

Modesto se pregunta qué lógica tiene, y qué respeto merece, el romper una calle por donde transitan vehículos, cerrar el paso, dejar la tierra y la manguera pendiente por conectar durante tanto tiempo. «Verdaderamente siento pena y vergüenza de que convivamos con instituciones que trabajen tan mal y con tanto abandono», sentencia el remitente.

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