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Controlar el peligro

Me resisto a creer que un problema de esta índole se escape de todo control. Pero al leer las razones de Marlys Calydis Sáez Méndez (San Cristóbal No. 274, apto. 4, entre Prensa y Primelles, Cerro) tal vez a cualquiera le surja la duda.

Hace alrededor de dos años, cuenta la lectora, los vecinos de su edificio están lidiando con un salidero de gas que les ha dado no pocos dolores de cabeza. Han avisado a la entidad correspondiente en reiteradas ocasiones. Vienen representantes de la institución, arreglan el problema, pero en poco tiempo asoma de nuevo.

«Debido a esta situación una vez optamos por llamar a los bomberos, ya que al llamar a la compañía no obteníamos respuesta, así fue como único se personaron ahí los compañeros (…) de la empresa Cupet», sostiene la doliente.

La última vez que trabajadores de esa entidad se personaron en el inmueble, narra la capitalina, un mecánico les afirmó a los vecinos que ya había reparado el daño en la azotea del edificio. La felicidad duró tan solo 48 horas.

Con este riesgoso asunto «están siendo afectadas diez viviendas, las cuales cuentan con cuatro niños menores de seis años, sin mencionar que la mayoría de los habitantes exceden los 50 años de edad. Para nadie es un secreto lo dañino que es inhalar ese gas permanentemente; en ocasiones es tan fuerte que hay que cerrar las puertas y poner ventilador», describe Marlys Calydis.

¿Cuándo se resolverá tan delicado asunto?

Ayuda para bajar

Desde la altura de su cuarto piso, en el Edificio 25, apartamento 21, Zona Desarrollo, Güines, llega la voz de la mayabequense Felicia Álvarez Pérez, para solicitar manos solidarias. Felicia tiene 67 años de edad, es jubilada y padece de varias enfermedades como diabetes e hipertensión. Está amputada de sus dos piernas. Vive con su hija (también diabética), el esposo de esta y su nieta.

En diciembre de 2010, la hija de la remitente abrió un expediente en el Consejo de la Administración de su municipio para un cambio de vivienda hacia una en bajos. Desde ese momento, muchas han sido las llamadas y gestiones.

«Mi hija no ha dejado de ir a despachos con los que tienen que ver con el tema, pero solo recibe esta respuesta: “El caso de tu mamá es priorizado, antes que termine el año esperamos resolverlo”, pero no le han dicho para qué año», relata la afectada.

«A pesar de mis 67 años, tengo deseos de vivir, relacionarme como antes y no seguir aislada en un cuarto piso —se angustia—; tengo las prótesis, pero no he podido entrenarme en la sala de rehabilitación por la causa antes mencionada, ya que tendrían que bajarme todos los días y después subirme».

Para su caso, conocido por las autoridades municipales, provinciales e incluso de la organización de discapacitados a la que pertenece, la Aclifim, no se divisa una solución en lo inmediato; y aunque Felicia y los suyos comprenden lo complejo que resulta el problema de la vivienda, también piensan que se podría hallar alguna alternativa para ayudarlos.

«En cuanto a la atención de salud, muy agradecida con mi médico, el doctor Pedro (angiólogo), que se ha comportado como un familiar desde la primera intervención quirúrgica; también con las enfermeras y todo el personal paramédico del hospital Aleida Fernández, y con los técnicos del hospital Frank País, que me hicieron las prótesis», reconoce la lectora.

Y solo espera que tan loable apoyo de salud se vea coronado con otro impulso en el cambio de hogar, para poder dar cauce a tantas aspiraciones que se le han quedado estancadas en la cima del cuarto piso.

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