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Aguas sucias…

Abel Hidalgo Pupo es maestro de la escuela primaria en el pueblito rural de Cortaderas, del municipio holguinero de Banes, y está muy preocupado por la situación higiénico-epidemiológica de un manantial natural, la única fuente de agua que abastece esa zona.

El surtidor, a solo un metro de profundidad del manto feátrico, peligra con la tala indiscriminada de árboles a su alrededor. «Nos quedaremos sin agua dentro de poco», lamenta el profesor, y se pregunta cómo va a inculcar a sus alumnos el amor a la Naturaleza y el deber de preservarla.

El pozo, refiere, está rodeado de piedras, sin ningún tipo de protección. Carretoneros y aguateros que cargan el líquido vital allí, lo mismo para su consumo que para la venta indiscriminada, no respetan lo sagrada que es el agua, ni tienen el menor escrúpulo al servirse de ella.

Parquean sus carretones y yuntas de bueyes en el mismísimo pozo. Los animales se orinan y defecan allí. Y las personas se introducen dentro del pozo, ya descalzas o con zapatos llenos de inmundicias.

Hay mucho disgusto en Cortaderas, cuenta Abel, y asegura que se ha tramitado ante la Delegada de circunscripción, la Presidenta del Consejo Popular, las organizaciones políticas y de masas, y al municipio, en las asambleas del Poder Popular. Y nada: aún sin respuestas.

«¿Hasta cuándo tendremos que esperar para solucionar algo tan fácil, con solo ponerles una toma de agua a estos carretoneros, en otro lugar donde no afecten la salud de las personas? ¿Esperaremos cruzados de brazos a que algún escolar o adulto se enferme, con los consiguientes gastos médicos y económicos por algo que tiene solución?

«Nuestra Revolución hace ingentes esfuerzos e invierte muchos recursos para proteger la salud de niños, ancianos, trabajadores y pueblo en general. Entonces, ¿a qué esperar?, ¿a quién dirigirnos?», concluye Abel.

¿Y las facturas?

Jorge Alberto Companioni Acosta (Manrique 307, apto. E, entre Neptuno y San Miguel, Centro Habana, La Habana) confiesa en su carta que la última vez que le llegó a su edificio la factura telefónica, cartero mediante, fue en enero de 2015.

En los meses sucesivos no le llegó, y por ello el 11 de junio de 2015 se personó en la Zona Postal 2 de Correos, en Aguacate esquina a San Juan de Dios, en La Habana Vieja. Allí, el jefe de Cartería, Javier Álvarez, le informó que, por su dirección, el código de cartero había cambiado y que el actual era 10207. Que debía dirigirse a comunicarlo al Telepunto de Etecsa de Águila y Barcelona.

Primer juicio de Companioni: «¿Tenía que ser yo, el usuario afectado, quien hiciera esa gestión?».

Fue, hizo la cola, y le atendió la especialista Tania Falcón, la que alegó que eso era un problema de Correos y no de ellos. Pero se esmeró en buscarlo en la computadora por su número de teléfono. Le puso el código nuevo y le aseguró que al mes siguiente le llegaría la factura.

Aprovechó y les hizo el cambio a los demás vecinos del edificio, que confrontaban situación similar.

Ese propio mes de junio llegaron las facturas después del día 20. Y en julio también llegaron. Desde entonces, no han vuelto a recibirlas en el edificio. Cuando llegaba el cartero, le preguntaba, y este le respondía que no le habían dado las facturas.

En febrero de 2016 otro vecino, a quien por medio del 112 le dieron una cifra de cobro que creyó elevada para su gasto habitual, fue a quejarse al Telepunto de Águila y Barcelona. Allí lo atendió amablemente una responsable llamada Marta, y le dijo que llegarían las facturas ese mes, después del 15.

Pero no llegaron las susodichas. El vecino volvió a ver a Marta, ella tomó parte en el asunto, y en marzo arribaron algunas de las facturas del edificio. Ya en abril no llegó ninguna.

«Vamos por dos años en esta historia. ¿Qué tenemos que hacer? Es toda una zona de código, 10207, que no recibe las facturas. Y, sin embargo, los clientes aun así no han dejado de pagar sus teléfonos. ¿Quién ha hecho lo inadecuado: ellos, o nosotros, que a lo mejor no debíamos haber pagado más?», finaliza Companioni.

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