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Una hora al Sol

Maltratados absurdamente. Así se sienten el agramontino Raúl Agüero Torrella y su esposa (calle Ángel Castillo No. 252, entre Pasaje A y Pasaje B), y probablemente esa sea la sensación de los que junto a ellos aguardaban el pasado 24 de junio.

Cuenta Raúl que él y su compañera llegaron al Registro del Estado Civil (REC) de la urbe camagüeyana sobre las 10:00 a.m. del día de marras y comenzaron a aguardar por su turno para el trámite que pretendían realizar. Pero cuando el reloj marcó las 12:00 m., las trabajadoras de la entidad dijeron que pararían la atención porque hasta la 1:00 p.m. era su horario de almuerzo.

De inmediato «el custodio nos informa que tendríamos que abandonar el local y esperar a que fuera la 1:00 p.m. en la calle, porque él tenía que cerrar. Cuando le pregunto el porqué de tal decisión, me dice que es una medida que él tiene que cumplir y no sabe darme otra explicación», evoca el remitente.

Por más que indagó Raúl acerca de algún argumento en virtud del cual el público tuviera que abandonar un salón cómodo y a la sombra por la calle a pleno sol, no recibió respuesta plausible alguna.

Luego de los 60 minutos fuera, ya de vuelta en el REC, pidió Raúl hablar con el director o algún ejecutivo. «Al rato sale una mujer, cuando le pregunto si ella era la directora (…), tan solo me dice que es la persona que me va a atender (nunca me dice su nombre y mucho menos la plaza que ocupa) y ni siquiera me invita a pasar a su oficina, toda la conversación transcurre en uno de los pasillos de la institución», refiere el lector.

La empleada explicó a Raúl que «como a ellos no les dan almuerzo, tienen que salir a buscarlo o almorzar en la calle en esa hora que tienen estipulada». El usuario ripostó que existen custodios en la entidad y que, por otra parte, muchas instituciones similares no detienen el servicio «ni mucho menos sacan al público al resistero del sol».

Y añade que ante la lógica sugerencia de que la recepcionista y el custodio almorzaran en diferente momento y así siempre habría alguien al frente del salón de espera, la trabajadora del REC tampoco cambió su parecer.

«Nunca fue capaz de decirme que por lo menos iban a ver otras soluciones o (…) analizar otras variantes», se duele el remitente.

Es perfectamente comprensible —añade este redactor— que los empleados del REC usen un horario para gestionarse el almuerzo si no se lo garantizan, pero con tan solo organizar un poco las salidas a esa función, podrían aliviar a decenas de personas diariamente de pasar una hora de incomodidad.

Claro, no hablamos de una actitud exclusiva de un colectivo de trabajo o una institución. No son pocos los lugares en los cuales si se puede «matar y salar» un servicio a nuestros semejantes con calidad de 60 puntos, pocos se esfuerzan por llegar a cien.

Las causas son muchas. Pero si aguardamos impasibles a que todos los factores estén resueltos para cambiar de actitud, nos esperan muchos maltratos. Y un detalle que a veces se olvida: quien hoy brinda un servicio, mañana, en otra entidad y circunstancia, puede estar del lado opuesto del buró, recibiéndolo. ¿Cuesta tanto, ponernos en la piel del otro?

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