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El mejor derecho… ¿a dedo?

Con 44 años en el sector azucarero, y 31 de ellos como chofer de una rastra de amoníaco, Carlos Manuel Ojeda (calle 9 No. 603, entre 6 y 8, Jovellanos, Matanzas) está en un limbo de incertidumbres, cuando solo le faltan diez meses para cumplir 65 años y jubilarse. Piensa que ese no puede ser el «premio» a una vida de tantos esfuerzos.

Carlos Manuel, quien labora en la base de Azumat en Jovellanos, narra que hace un año y diez meses iba con su rastra —asignada desde 1994— hacia La Habana, cuando se le fundió el motor. Y la Empresa no tenía otro para reponerlo, aun cuando meses antes se había recibido un motor que, asegura, desapareció del almacén del taller.

Desde diciembre de 2014, el chofer estuvo seis meses sin poder hacer nada a la rastra, porque, según le dijeron el director de la Empresa y el jefe de Operaciones, no había presupuesto para repararla. Al cabo de un tiempo, le permitieron que con esfuerzo propio arreglara el motor. Con mucho empeño durante meses, lo reparó en tres ocasiones y solo en la tercera lo logró. «Los mecánicos que me ayudaron, afirma, y las piezas para arreglar el equipo fueron por mediación de amistades mías, sin ayuda de la Empresa. Y la dirección de esta lo sabía», dice.

Ya la rastra estaba en forma, solo faltaba que le dieran las baterías para empezar a trabajar. Le decían que hoy, que mañana… Así lo tuvieron durante dos meses, hasta que la dirección nacional de Azumat dispuso que de las tres rastras de Matanzas, una tenía que ir para Artemisa, otra para Villa Clara, y la tercera permanecería en la provincia. «Para asombro de todos, a mí, con 31 años manejando rastras en esa Empresa, me tocó que la mía iba para Artemisa».

La decisión la tomó unilateralmente el director de la Empresa, afirma, sin que se aplicara el principio de idoneidad y sesionara una comisión de expertos para seleccionar el chofer con mejor derecho. La complejidad del hecho no es la rastra que se queda o se va, sino el chofer que queda con trabajo y los que se afectan. Y el chofer designado para la única rastra lleva dos años en la Empresa.

Refiere Carlos Manuel que en todo este tiempo transcurrido «no he recibido ni un solo peso de salario, pues me plantean que el chofer que no está vinculado no cobra, ni siquiera salario básico, sin ser este un problema imputable a mi persona.

«Espero recibir una respuesta lógica a este problema, porque lo que me explican en mi empresa no tiene ni pies ni cabeza. Y no tengo que ser muy inteligente para saber que aquí hay una violación enorme.

«Hasta el momento en que redacto esta carta, enfatiza, no se me ha notificado nada, ni cómo quedo, ni cuál va a ser mi trabajo ni mi carro. Porque aquí en mi empresa, según el director, es él quien toma las decisiones. No importan Órgano de Justicia Laboral ni las evaluaciones de desempeño del trabajador (...)».

¿Pedregal de abandono?

Jorge González Suárez (calle 21 A, No. 20614, e/ 206 A y 208, Playa, La Habana) ve con tristeza el estado de abandono en que se encuentra el famoso restaurante El Pedregal, cerca de la rotonda de La Muñeca, en la capital.

Es una obra insigne de arquitectura, en su opinión, que denotaba gran belleza, aunque en su conjunto había sufrido últimamente modificaciones que rompían con el concepto inicial. A fines de 2015 cerró, y poco tiempo después apareció un cartel: Obra en preparación, Corporación Cimex.

«Lo cierto es que hasta la fecha, subraya, no se han vuelto a brindar servicios allí. Y el nivel de deterioro que se observa es espantoso: ya no están los grandes paños de cristal; la yerba y el matojal están por doquier; las fuentes del estanque no funcionan, y de los peces exóticos no se ve ninguno. Se mantiene aún lo duradero, al menos en lo que se ve desde afuera».

Jorge alerta cómo otras instalaciones bajo esa misma condición se cierran, y aparentemente abandonadas, son pasto de los «depredadores humanos» que practican su canibalismo.

Advierte sobre cuánto habrá dejado de recaudarse en el tiempo transcurrido, y a cuánto podrá llegar si se mantiene esta situación, además de la afectación a los clientes. ¿Un pedregal de abandono?

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