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Sigue en cartelera la «danza» de los revendedores

Lo de nunca acabar es el negocio de los «coleros» revendedores de entradas en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, una mancha vergonzosa —denunciada ya en ediciones anteriores de esta columna— al pie de una obra cumbre de la cultura nacional.

Ana Maritza Colominas Aspuro (Estancia 872, apto. 6, bajos, entre Talleres y Santa Ana, Nuevo Vedado, La Habana) narra lo que sufrió el pasado martes 10 de enero, cuando intentó adquirir allí unas entradas para las funciones del Ballet Nacional de Cuba el fin de semana.

«Desde las 9 y 15 a.m. comenzó la venta, y hasta las 10 y 30 a.m. solo pasaban los “coleros” revendedores y sus acólitos. Al ver que no se avanzaba hablé con el custodio, quien me respondió que “Ese no era su problema”, que la propia cola tenía que ocuparse de eso. Le pregunté si él no pertenecía a la plantilla del teatro y si esa no era su función allí. Y me respondió que pertenecía a la Agencia (cuerpo de protección), pero no ejecutó ninguna acción».

La indignación en la cola crecía, pero, salvo lamentos, nadie hacía nada. Ana Maritza acudió a un policía que estaba en la acera, y la atendió correctamente. Este fue a hablar con los custodios. Y uno de ellos, al parecer jefe de los mismos, informó que solo se iban a vender dos entradas por persona y no se podía repetir en la cola.

Avanzó algo la cola, pero la estrategia de los «coleros», quienes luego revenden las entradas a precios astronómicos, no fue abandonar el lugar, sino por el contrario: algunos se cambiaban de ropa para camuflajearse y otros se reinsertaban en la cola a tramos sucesivos. Así desafiaban con su camaleónica resistencia, acaparando entradas.

Ana Maritza pudo observar cómo los que compraban entradas les pagaban el tributo allí mismo al jefe; o más bien a los jefes. Porque eran varios, tanto hombres como mujeres, y hasta mujeres con niños en los brazos: «coleros revendedores».

Al final ella accedió a la taquilla a la 1:30 p.m. Y solo alcanzó localidades en el segundo balcón. Habló sobre el candente asunto con la taquillera, quien la atendió muy bien, y le confirmó que eso era siempre así.

No es la primera vez que se revela aquí el hegemónico negocio de los revendedores en el Gran Teatro, ante la inoperancia de quienes deben evitarlo. El 6 de enero de 2016, Ileana M. Rodríguez denunciaba la misma historia, solo con la diferencia de que, después de cinco horas de cola y de humillaciones, no pudo acceder a las entradas.

Así, el 3 de febrero de ese año respondía la Policía Nacional Revolucionaria en La Habana Vieja que, una vez conocida la denuncia, el 7 de enero ese cuerpo, de conjunto con la Dirección Integral de Supervisión y Control (Disc), implementó acciones para sanear el área de esos inescrupulosos.

Refería la nota que fueron multados dos revendedores con 1 500 pesos, y a una reincidente, que radica en el entorno del Gran Teatro, se le advirtió que de volver a infringir la legalidad sería procesada por actividad económica ilícita, y puesta a disposición de los tribunales.

Añadía que, en coordinación de trabajo con la administración del Gran Teatro, se establecieron las medidas correspondientes de acuerdo con el cronograma de funciones, «las que han permitido mantener, en ese escenario, un clima de orden y tranquilidad, en beneficio de la cultura y el disfrute de nuestro pueblo».

Y hacía un llamado a enfrentar estas actividades e informar de inmediato a las autoridades competentes, con el fin de ofrecer una respuesta efectiva y oportuna, como se merece nuestra ciudadanía; mientras este redactor clamaba porque ello se sistematice como un estilo de trabajo permanente y saneador, de conjunto con la administración del teatro.

Pero tal parece que la tozuda realidad se impone a los propósitos de ocasión, esos que responden apenas a denuncias y alertas en la prensa, en tanto no se promueva una estrategia definitiva para enfrentar un mal que ya inunda los alrededores de nuestros teatros. Mientras tanto, continúa con éxito «La danza de los revendedores de entradas». Y todo parece indicar que la temporada es larga, pues no se vislumbra una cartelera de cambio.

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