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¿Amnesia o autismo?

Caridad García Zabala (Mazón 104, entre San Rafael y San José, La Habana) cuenta que, en junio de 2016, en la esquina de su cuadra se inició, de manera manual e inconclusa, la demolición de un edificio multifamiliar en deplorable estado.

Supuestamente la operación concluyó en diciembre de 2016, pero entre el ir y venir de personas buscando lo que les sirva de aquellas ruinas, y como no se han recogido los escombros, aquella céntrica esquina, a solo una cuadra del Canal Habana, se ha convertido en vertedero y zona inmunda de aguas pluviales y pestilencia por doquier.

«Como no se recogió ni todo el escombro ni la tierra — afirma— ni se tomaron las medidas de cierre de las entradas de agua y gas del edificio derrumbado, hoy la cisterna del antiguo inmueble, sin protección ni tranque, vierte cada dos días, sin control, el vital líquido, aun cuando ya se han presentado en dos ocasiones los trabajadores de Aguas de La Habana.

«Cabe preguntarse —dice— si no es problema de Vivienda ni de Demoliciones, ¿de quién será tanta negligencia y despreocupación?». También explica que los vecinos han llamado hasta la saciedad hasta el último confín de La Habana, y el resultado es siempre el mismo, como si quienes tienen la responsabilidad de escuchar y atenderlos, «padecieran de amnesia o autismo», concluye.

Los rateros andan sueltos

Siento vergüenza ajena al insertar esta historia. Pero una de las maneras de combatir los males es exponiéndolos a la luz pública, para que se adopten medidas preventivas al respecto, y no se repitan tales bochornos.

Efraín Rondón Martínez (Calle B No. 32, San Benito, Segundo Frente, provincia de Santiago de Cuba) cuenta que su prima Yanay Rondón Licea dio a luz el pasado 25 de febrero, en el Hospital Materno Norte de la capital provincial. Y fue ubicada en un cubículo junto con otra madre que había alumbrado recientemente.

Ese mismo día 25, aproximadamente a las 11 de la mañana, ambas pacientes se durmieron, aprovechando que sus respectivos bebés también dormían. En ese momento no había personal ajeno en la sala, pues a las siete de la mañana los acompañantes deben salir del hospital y hasta las 12 meridiano no pueden retornar.

Quince minutos después de conciliar el sueño, Yanay despertó, y descubrió que le habían robado su bolso con todas las pertenencias personales y la documentación, tanto la de ella como la del bebé. A la compañera de cubículo le habían sustraído las chancletas.

«La cuestión está —señala Efraín— en que al final de la historia nadie es responsable por lo ocurrido. No aparece una persona que responda por el daño causado. ¿Acaso en un hospital los pacientes deben turnarse para poder dormir porque si no son robados? ¿Acaso no existe nadie que deba velar y responder por la seguridad de los pacientes en una sala de hospital?

«Realmente sé que los objetos no van a aparecer, pero sí deberían aparecer y dar una buena explicación los directivos de dicha institución hospitalaria, y adoptar medidas disciplinarias con las personas negligentes, encargadas de atender a los pacientes», concluye Efraín.

Y este redactor piensa que hay que ser muy vil para aprovechar el sueño de una mamá recién parida, junto a su inocente bebé, y robarle. ¿Habrá nacido ese ladronzuelo de una madre?

Gratitud

Mariusky Cabrera Rodríguez (Avenida 93 No. 6615, entre 66 y 68, Alquízar) escribe agradecida desde el hospital Ciro Redondo, de Artemisa, donde acompaña a su esposo, que se encuentra internado allí en la sala de Nefrología.

Agradece públicamente al doctor Alberto Arzola, jefe de Servicio de esa sala, «por su profesionalidad como médico y por ser tan preocupado; solo con la atención que brinda a sus pacientes nos sentimos confiados». Y lo hace extensivo a las enfermeras de Nefrología, por su abnegada labor.

Ella agradece también a la técnica Lis, del Laboratorio Suma del policlínico Tomás Romay, por la colaboración para el chequeo que necesitaba el paciente, «y por ese carácter tan amable, que la hace ser un ser humano maravilloso».

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