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¿Y la dieta dónde está?

Abel Toledo Rosales (Felipe Paso 23, entre Félix Varela y Juan Bruno Zayas, Cifuentes, Villa Clara) lleva tiempo reclamando el pago de su dieta como especialista en Explotación del Transporte de la UEB Integral Agropecuaria Cifuentes, subordinada a la Empresa Integral Agropecuaria de Villa Clara.

Explica él que su responsabilidad en la UEB es llevar la documentación en la explotación del transporte automotor, y la tramitación de alrededor de los 36 equipos con que cuenta la misma, más los 12 de las cooperativas de créditos y servicios adscritas.

Es un trabajo de movilidad fuera de Cifuentes, pues debe trasladarse al Registro de Vehículos de Sagua la Grande. Y en Santa Clara a la Unidad Estatal de Tráfico, la Dirección Provincial de Transporte, la Empresa de Revisión Técnica Automotor (somatón), la recapadora Poligom, la Empresa Integral Agropecuaria de Villa Clara y otras entidades.

Afirma que en nueve años que lleva como Especialista en Explotación del Transporte y tramitador, su centro ha sufrido varias restructuraciones. «Pero no se ha pagado la dieta en ningún  momento, y la razón no la sé», enfatiza.

Planteó su inquietud, avalada en la Resolución 267/2014 del Ministerio de Finanzas y Precios (MFP), al Director de la UEB Agropecuaria Cifuentes. Pero lo cierto es que allí no se aplica dicha Resolución.

Abel recuerda que, según Resolución 267/2014, los gastos por dieta son en los que incurren cuadros, directivos, funcionarios y trabajadores, cuando son enviados eventual o temporalmente a realizar labores que implican variación de su lugar habitual de alimentación y alojamiento.

Y los mismos, en pesos cubanos, son de diez pesos para desayuno, 30 para almuerzo y 30 para comida, sin necesidad de justificante. Los de alojamiento, 70 con justificante.

Abel cuestiona cómo es posible que, cuando se reúnen con los trabajadores para el análisis y configuración de sus planes económicos, no esté planificado el gasto por concepto de dieta para los trabajadores.

¿Puede una entidad estatal desconocer impunemente una Resolución del Ministerio de Finanzas y Precios?

Todos con el muchacho

El pasado día 17 de febrero Zulema Rodríguez Rodríguez viajaba de La Habana a Santiago de Cuba, con su hijo de 13 años en el carro 1272 de la Empresa de Ómnibus Nacionales cuando la tierra se le unió con el cielo.

Fue en la parada hecha en el Primer Conejito de la Autopista Nacional cuando el niño presentó un cuadro de epilepsia que alarmó a todos en el ómnibus. Zulema se sintió aterrorizada. Pero ahora me confiesa que entonces, «al ver la actitud altruista y rápida de todas las personas que allí se encontraban, fue tal mi tranquilidad que no tuve reparos en continuar mi viaje sin sobresaltos ni preocupación».

La madre recuerda que su pequeño hijo fue el centro de atención de todos los pasajeros y de los dos choferes (Raúl y Eduardo). «Fueron incondicionales. Vaya mi total y eterna gratitud a estos choferes y a todos los pasajeros (ellos bien saben quiénes son) por toda la atención conmigo y con mi niño», confiesa Zulema, desde su hogar en calle 80, No.4307, entre 43 y 45, Marianao, La Habana.

Inventario de maltratos

Elizabeth Cuba García (Maceo 127, Gibara, Holguín) cuenta que le prescribieron una loción facial y fue a adquirirla en la farmacia del Doce Plantas de la capital provincial. Le dio la receta a la dependienta, y esta le dijo que tendría que recoger el medicamento al otro día.

Elizabeth le explicó que es de Gibara, a 32 kilómetros, y no podía retornar solo para eso; que le diera el teléfono de la farmacia para no dar el viaje por gusto si no la habría. La empleada le respondió que el medicamento siempre lo hay, solo que estaban en inventario de cierre de mes y no lo podían vender. Y había personas de Cueto y otros municipios en la misma situación.

«Le dije que era una falta de respeto tener que viajar nuevamente, hacer gastos de dinero en transporte —nada barato— por un inventario, estando el medicamento preparado. ¿Cómo es posible si estaban en inventario se despacharan otros medicamentos y ese no? ¿No existe otro método de realizar el inventario que no perjudique al cliente? ¿Por qué el cliente siempre es el más perjudicado?», cuestiona Elizabeth.

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