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Nocturno agobio

Como ya el tema le ha sonado bastante —literalmente— y no recibe respuesta satisfactoria en su territorio, Mauro Hernández Fernández, residente en Carretera Central No. 68, Comunidad Nocturno, Holguín, acude a estas líneas para alertar sobre la pertinaz molestia que les provoca, a él y a otros lugareños, la contaminación sonora del cabaré que lleva el nombre de su comunidad y se encuentra al centro de esta: Nocturno.

«Como en todas las comunidades del país —explica Mauro— aquí convivimos niños, trabajadores, ancianos, estudiantes de diferentes niveles del sistema de Educación, y sufrimos de afectaciones en nuestras horas de descanso, por tanto, en nuestra salud, por los motivos que relatamos a continuación: «Este centro funcionó durante décadas ofreciendo un espectáculo artístico cultural de diez a 12 de la noche, y a partir de esa hora mantenía música grabada a niveles moderados para el consumo de los clientes. (…) No molestaban a los vecinos de la localidad. En la actualidad, el volumen de la música es soportable hasta las 12; a partir de aquí y hasta las cuatro de la mañana es totalmente insoportable. Comienzan a elevar el (…) reguetón, entre otros (géneros), con niveles muy por encima de lo establecido en el Decreto Ley 81 y en las normativas emitidas por el Minsap, Mintur y el Citma, según lo tratado como tema en la Mesa Redonda Informativa del 16 de noviembre de 2016».

Como es sabido, argumenta el lector, cuando la música, esa bellísima manifestación del arte, sobrepasa los parámetros aceptables para el disfrute humano, se convierte en ruido. «Esta situación ha sido planteada en reiteradas ocasiones en las rendiciones de cuenta del delegado de la circunscripción a sus electores, ante la presencia de funcionarios del Minsap y el Citma...»,se duele el remitente.

No es, ni por asomo, la primera vez que este tema «suena» en la columna. La falta de sentido común y de respeto al prójimo en materia de fiesta y pachanga tiene que tener límites.

Salidero: otro más

El capitalino Guillermo López Suárez (Calle 297 No. 14032, entre 140 y Final, reparto Berenguer Boyeros) también trae a Acuse uno de los temas architratados. Y que, por desgracia, parecen no tener fin.

«En la cuadra donde vivo —narra el capitalino— tenemos un salidero de aguas albañales que ocupan más de media cuadra; un salidero de agua potable que se une con las albañales; (…) niños pequeños y muchas personas mayores.

«Tengo 78 años, estoy operado de la columna, soy cardiópata, al lado de mi casa vive otro señor al que hace unos días le dio un infarto. Hemos tenido ingresos con el zika y esa enfermedad la provocan los mosquitos que tenemos», evoca.

Cuenta el habanero que ha conversado el asunto con diversos representantes de Salud, como el doctor del consultorio correspondiente y personal de Higiene y Epidemiología. Pero de solución, nada. ¿Cuánto más tendrán que esperar?, se pregunta.

Y ya sabemos: salideros de hoy, que están «a pululu», como diría el célebre Ruperto, del humorístico Vivir del cuento,son enfermedades de hoy y de mañana; malestar de familias y gastos del Estado. ¿Acaso no es mejor evitarlos?

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