Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De regreso, gratitud y «sonadas» preocupaciones.

Convaleciente de una exitosa intervención en el Instituto Nacional de Nefrología, y aún en reposo, desde mi hogar retomo esta columna para expresar mi entrañable gratitud al doctor Octavio de la Concepción, y el resto del equipo que tan profesionalmente y humanamente me libró de un contumaz cálculo ureteral. Gracias siempre a la benéfica e inclusiva Medicina cubana.

Y mientras me recupero, no puedo dejar de extender mi agradecimiento a tantas personas que se han interesado y rogado, una vez más, por mi salud; entre ellas los habituales lectores y foristas apegados a esta sección.

Como es tradicional cada 12 de junio, ayer se celebró en todo el mundo el Día internacional de la descontaminación acústica; mas no para Vivian Castañeda Valdés, allí en Monte 1170, entre Infanta y San Joaquín, y los restantes vecinos colindantes con la famosa Esquina de Tejas, en La Habana.

Vivian relata con impotencia cómo todas las noches hasta altas horas, se aglomeran allí jóvenes con las famosas bocinas portátiles sonando a todo volumen. Y confiesa que lleva largas noches sin dormir. Una situación desesperante.

«Aunque se llama a la Policía, afirma, el problema continúa, porque hace muy poco o nada al respecto. En nombre de los vecinos me dirijo a ustedes, pues a lo mejor así las autoridades nos hacen caso y toman medidas drásticas al respecto».

Tampoco Manuel González Santos entenderá para qué le sirven a sus lacerados oídos la celebración del Día internacional de la descontaminación acústica, allí en Máximo Gómez 148, entre Prado y Capdevila, en la ciudad de Holguín.

Manuel vive a solo unos metros de un centro recreativo llamado Plaza Camilo Cienfuegos, y confiesa que tanto él como el resto de los vecinos sufren desde hace ya 20 años los «horrores» sonoros que en varios países hubieran dado lugar a multas enormes o cierre del local.

«No hablo de música alta, refiere, hablo de ponerte una agrupación con más de 12 kilos de audio y hacer que tengas que irte de tu casa, pues la misma empieza a temblar».

Moraima Figueredo García (Frank País No. 1, reparto El Pueblo, Jobabo, Las Tunas) siente la misma impotencia ante lo que sufre una hermana suya que reside en el asentamiento rural de San Antonio, kilómetro 18½, carretera Las Tunas-Jobabo.

Cuenta la remitente que dicha hermana es esquizofrénica. Y aunque vive sola, es bien atendida por la familia, pero mal considerada puertas afuera: Hace más de un año es común que frente por frente a su casa le sitúen esos termos o pipas para expender cerveza a granel, convoyados con la estridente música en cualquier día de la semana.

Y para colmo de las libaciones y escándalos consiguientes, revela Moraima, el solar de la casa de la paciente es usado como urinario público. Lo irónico es que en esa comunidad rural hay un confortable círculo social, pero el mismo está arrendado... con otro equipo de música de un particular.

Confiesa Moraima que ante tal situación, ella personalmente se ha dirigido a todos los factores implicados en el asunto, sin que se le dé solución al mismo: Todo parece indicar que los desafueros de unos cuantos pueden más que el respeto a un ser humano.

«Mi hermana sufre y se altera al extremo, afirma, y no creo que la solución planteada por algunos cuadros sea la correcta: que ella abandone su propia casa. Ahora comienzan los carnavales o fiestas populares; y para rematar la situación le situaron una carpa frente a la casa.

«¿Por qué esos funcionarios no se proyectan para crear un área de festejos en un lugar adecuado, que, además, no esté  tan cerca de dicha carretera, por donde transitan tantos vehículos, y por las noches es concentración de carretones y jinetes a caballo?», concluye ella.

Y este redactor pregunta: ¿qué hacen al respecto las autoridades municipales de Jobabo?, mientras intuye que la agresión sonora en el país, como lo reflejan estas tres escandalosas historias, aún es un sueño, constantemente perturbado por tanta indisciplina y la impune permisibilidad.

¿Hará falta no un Día de descontaminación acústica, si no, semanas, meses, años y hasta toda una vida para hacer justicia al oído y la paz de nuestra gente?

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