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Pagan por matar en Iraq y Afganistán

Le está saliendo bien barato, y por eso paga la cuenta de la «disculpa». El Pentágono estadounidense tiene un débito de 33 millones de dólares en sus libros, utilizado para admitir una porción ínfima de sus crímenes en Iraq y en Afganistán. Esa es la suma empleada para intentar acallar voces de protesta porque los soldaditos del imperio cometieron un «error» y en algún punto de control o chequeo acribillaron a una persona o una familia entera; un tanque aplastó una humilde casa con sus inquilinos dentro; un avión de combate o helicóptero ametralló una boda...

Los civiles caen. Puede ser el muchacho que vendía pizza o el hombre que llevaba piezas de repuesto a un taller mecánico en Kabul cuando dispararon contra una multitud congregada tras un accidente de tráfico, o los tres niños destrozados por un howitzer en Hib Hib, en junio de 2006.

Hay pagos de «condolencia», donde ni siquiera admiten la culpabilidad, pero sirven para lavarse las manos.

Son centenares los expedientes y las demandas de compensación y casi 500 han sido dados a conocer en su sitio en Internet por la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU). Con dinero y algún que otro proceso criminal se enmascaran las tragedias diarias de tres pueblos: dos sacrificados en el altar de los dioses guerreros, y el otro obligado a vivir con la conciencia anegada en sangre. Es el absurdo convertido en cotidianeidad por un capricho y un interés.

¿Saben que dice la frase en las cartas con que rechazan algunas reclamaciones?: «Siento mucho su inconveniencia, y espero que usted esté bien en un Iraq Libre».

¿Y la justicia dónde está? Hablamos de la decisión que encuentre al culpable inmediato, lo juzgue y lo sancione, pues bien difícil resulta llevar al banquillo al autor mayor, porque ese está sentado en una confortable poltrona en el Despacho Oval de la Casa Blanca.

Justo este martes, la infantería de marina de EE.UU. dio una respuesta habitual: retiró todos los cargos formulados contra el sargento Sanick P. de la Cruz a cambio de su testimonio en contra de otros miembros del cuerpo, acusados también de matar a civiles en el poblado de Haditha en el año 2005, considerado —decía AP— el caso criminal más mortífero relativo a la guerra en Iraq: el asesinato a sangre fría de 24 iraquíes, incluidos mujeres y niños.

Un ínfimo diezmo en billetes verdes tiende un oprobioso velo sobre familias enlutadas por «error».

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