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Alberto Gonzales se anota en los dimitentes

El bote hace agua y no hay ni una latica para achicarlo. A duras penas el W. Bush se mantiene a flote, aunque todavía le quedan al lado Dick Cheney —bueno, más bien detrás del trono—, y su íntima amiga Condoleezza Rice. El resto ha ido haciendo mutis por el foro, uno tras otro.

Ahora le tocó el turno a Alberto Gonzales, el fiscal general o secretario de Justicia —como lo quieran llamar—, quien desde hace rato está en la picota pública.

Bush pierde otro confidente. Foto: AFP

Así, otro de sus íntimos sale del aire, pues Gonzales, texano de nacimiento, fue consejero general de George W. Bush de 1995 a 1997, luego su secretario de estado en Texas hasta el 99, siguió a su lado como jefe de la Corte suprema de justicia de ese estado (1999-2000), y llegaron juntos a la Casa Blanca, donde desde 2001 hasta 2005 fue su consejero.

En el 2005, el W. lo nombró Fiscal General de Estados Unidos a pesar de que ya se conocían algunos de sus defectos, en especial haber avalado la tortura empleada en la peculiar guerra contra el terrorismo. Abu Ghraib, la Base Penal de Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA pueden estar en sus avales cuando vaya ahora a buscar empleo en el mundo de las firmas de abogados o de las grandes empresas.

La renuncia fue presentada el viernes y aceptada a regañadientes en el fin de semana cuando la administración estimó que las críticas a Gonzales son «injustas». Por lo tanto, este lunes estaba dando el clásico discursito de actuación por «el bien público» y la necesidad de comenzar con su familia «un nuevo capítulo en nuestras vidas».

Las leyes antiterroristas del bushismo conocidas como la Patriot Act, las directivas para los interrogatorios a sospechosos, el despido de ocho fiscales federales por no plegarse a requerimientos de intereses republicanos, y a pesar de su origen latino duras medidas contra los inmigrantes indocumentados, están en el haber de Gonzales, todo lo cual le valió un débito en la inquisitoria pública sobre el cercenamiento de derechos civiles de los estadounidenses y de quienes llaman «combatientes enemigos».

Lo de los indocumentados quizá se deba a que nunca les entendió en sus demandas, puesto que Gonzales no consideró necesario aprender a hablar el español, un idioma innecesario para alcanzar el «sueño americano»...

A esto se une el perjurio que de seguro ha cometido ante el Congreso de EE.UU. cuando se ha dignado a contestar alguna indagatoria sobre su actuación, porque si a alguien le ha sido fiel Gonzales es a su amigo Bush, el hijo, a quien le ha cuidado siempre las espaldas en su carrera política.

Algunos recuerdan ahora su actuación de antes de su paso por la mansión ejecutiva de Washington D.C. Por ejemplo, le hacen responsable de al menos 56 de las 152 ejecuciones en las que Bush negó clemencia cuando era gobernador de Texas, entre ellas —cita DPA— la de Ferry Washington, un retrasado mental de 33 años que según las autoridades médicas tenía el raciocinio de un niño de siete...

En Waco, Texas, donde todavía disfruta de sus vacaciones de verano, W. Bush vio turbado el descanso, pero recibió y reciprocó «enorme respeto y admiración» con Gonzales, de quien dijo han arrastrado «su buen nombre por el lodo, por razones políticas». El chiste fue asumido como bueno por muchos, que rieron la ocurrencia bushista.

Bush se va quedando sin soldados, o sin las rémoras de la mala actuación de una administración que está dejando chiquito a Nixon en eso de tramposa e ineficiente: Donald Rumsfeld, Harriet Miers, Dan Barlett, Paul Wolfowitz, John Bolton, Andrew Card, John Snow, Karl Rove, etcétera. Y ahora Alberto Gonzales...

Si esta «limpieza general» en la Casa Blanca tiene por objetivo deslindar al mandatario de los malos manejos, nada tan alejado de la realidad, como ya se dijo en el caso Karl Rove, las investigaciones en el Congreso continuarán y eso debe preocupar de lo lindo al ejecutivo del imperio. Otra estrella se apaga y el hueco negro se agranda...

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