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¿Bases permanentes de EE.UU. en Afganistán?

El nuevo año comenzó impetuosamente belicoso para el senador republicano por Carolina del Sur, Lindsay Graham. En el programa Meet the Press (Encuentro con la prensa), de la cadena televisiva NBC, fue al grano: EE.UU. debe establecer bases militares permanentes en Afganistán para poder retener el control eterno de esa nación.

Sencillamente, el legislador no se anda con chiquitas, aunque se mueve ya una línea de opinión que pretende dar a entender que se trata de una guerra de la OTAN, por aquello de «échale la culpa a Río o al totí» que tiene 150 000 efectivos, aunque una buena parte de ellos —exactamente dos tercios de ese número— son en verdad norteamericanos, y no contemos a los contratistas-mercenarios.

Para él, todo está claro y lo argumentó: si EE.UU. dispone de varias bases aéreas en ese país, encrucijada en el inmenso continente oriental por su importante posición geográfica en el Asia Central, y las relaciones son duraderas con el llamado Gobierno afgano, nunca caerán en manos de «los  terroristas», será «beneficioso para la región», y las fuerzas de seguridad afganas podrán imponerse sobre los talibanes.

Lindsay Graham está mirando con binoculares y ojos de halcón hacia el año 2014, cuando está programado y prometido que las fuerzas estadounidenses serán retiradas y los afganos se harán cargo de la seguridad.

En realidad, eso puede ser un supuesto, teniendo en cuenta que no son pocas las promesas rotas de la actual administración: el campo de concentración instalado en Guantánamo está intacto; de Iraq dicen haber retirado las tropas de combate, pero quedan por miles —dicen que asesorando y en tareas de instrucción y formación de los cuerpos represivos y de las fuerzas armadas iraquíes—, la reforma migratoria se quedó en el camino y la de los cuidados médicos salió renqueando del Congreso, por citar los ejemplos más conspicuos.

Y hay quienes apuntalan los deseos de Graham, o Graham los de ellos, esto es un asunto de viceversa. Los militares estadounidenses, según reportó el diario The Washington Post el primer domingo del año, tienen planes de emplazar un nuevo drone o avión de inteligencia en Afganistán, que les permitirá a sus tropas monitorear un teatro operacional mucho mayor, y el sistema de vigilancia o espionaje se llama Gorgon State (Estado Gorgona), de seguro por las tres despiadadas diosas del terror de la mitología griega —Medusa, Esteno y Euriale—, que peinaban serpientes en lugar de cabellos, y que tenían la facultad de dejar petrificado a cualquiera que osara mirarlas.

Gorgon State, con nueve cámaras de video instaladas en el avión dirigido por control remoto, podrá transmitir hasta 65 imágenes en vivo y en directo a los soldados que están en el terreno, para que estos puedan rastrear los movimientos del «enemigo», y así tienen previsto disminuir el número de sus bajas mortales, que en 2010 fue la mayor cifra en esta guerra iniciada en 2001, que entra ya en su segunda década, y no hay Gorgona que le vea el fin.

Tampoco parecen ver el creciente rechazo a la guerra en la ciudadanía de las naciones europeas integrantes de la OTAN, y los problemas económicos agravados de esos países aliados, que impiden seguir creyéndose el cuento de que su presencia en la guerra era la de la reconstrucción y el mantenimiento de la paz. Ni son capaces de atisbar o reconocer el cansancio de los propios norteamericanos aquejados del mismo mal de la crisis.

Son una Gorgona ciega.

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