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Cultura sin momento fijo

Bellísima. Así es Varadero, cuyas aguas cristalinas, poco profundas y casi siempre tibias, con su arena suave, hacen pensar en el paraíso. La Habana también es una ciudad de ensueños, como lo es Santiago de Cuba y el litoral norte de la provincia de Holguín, con esas admirables barreras coralinas. ¿Y qué me dicen del Valle de Viñales? ¿Y el Mural de la Prehistoria? De nuestros cayos se habla maravillas, así que deben de ser lo máximo, porque tantas miradas no pueden estar equivocadas. Sin embargo, mucho de esto se puede encontrar en las islas del Caribe, que no son carentes de encantos. Por el contrario, todas ellas hacen feroz competencia para arrastrar a turistas «enfermos» de palmeras, playas y sol.

Si algo ha quedado bien claro para aquellos que conforman la tan necesaria Comisión de Cultura-Turismo —nacida de los acuerdos rubricados por ambos ministerios—, es que, sobre todo, la primera constituye una de nuestras grandes potencialidades, lo que de inmediato le otorga un rango que la sitúa, si no en el mayor, en uno de los principales atractivos del destino Cuba. No obstante, este tema parece no interesarle mucho a quienes deben velar —por el bien de los cubanos todos—, porque lo que se presente en hoteles, cabarés, centros nocturnos, Casas de la Trova y de la Música, restaurantes... sea en verdad una representación digna de lo bueno y mucho que portamos en el campo de la música, la danza, las artes plásticas.

Tengo que admitir que en los últimos tiempos algunos creadores de renombre han accedido a embellecer con sus pinturas y obras escultóricas no pocos lobbies de hoteles, lo cual les otorga un sello envidiable. Sin embargo, no explotamos al máximo lo que ello puede significar. ¿Por qué, por ejemplo, no se habla de ese artista? ¿Por qué desconocer en qué lugar expone sus producciones? Pero eso es superable. Lo que sí me resulta desacertado es darles la entrada a seudopintores, no solo para que expongan en estos lugares, sino también para que comercialicen cuadros que más que hablar mal de su autor, ponen en una situación penosa a la plástica del patio.

No hace mucho, tuve la posibilidad de llegarme a uno de estos hoteles y, de repente, me sorprendí al encontrar un espacio donde daban la facilidad de recibir, en calidad de préstamo, libros diversos, pero no recuerdo haber visto allí ni un solo título que perteneciera a alguno de nuestros Premios Nacionales de Literatura (ni referirme al resto), y sí esos best sellers que el turista halla en su país por tongas.

Más terrible ocurre con los elencos (¿de dónde los sacan?) que conforman los diferentes ¿espectáculos? que se anuncian con bombos y platillos, aunque estén pésimamente ideados. Desde el propio título, cheo y manido, con que se les nombra, uno puede adivinar que escasea, en quien los concibe, el conocimiento y la creatividad, que poco conoce esa persona de dramaturgia, creación coreográfica y selección musical. Pero ahí están esos «elegidos», ocupando el espacio de muchísimos artistas verdaderos.

Eso sin contar a los tantos «animadores» de voces de discoteca, pero de cabeza hueca e ínfima iniciativa, incapaces de pensar que aquellos que nos visitan están cansados de jugar al bingo y que no les interesa mucho hacer el ridículo con juegos burlones. Los mismos que deciden que las melodías que deben «ambientar» el lugar son el reguetón más detestable, la música disco, dance, techno o house, cuando los que llegan están ansiosos por escuchar al Benny, al trío Matamoros, a la Aragón, Van Van, Celina González o Compay Segundo (más que válido, por supuesto), posiblemente porque desconocen a Yoruba Andabo, X Alfonso, Interactivo, Manolito Simonet y su Trabuco, William Vivanco, Buena Fe o Warapo, por solo mencionar algunos.

Duele mucho ver cómo músicos de calidad probada tienen que hacer concesiones para permanecer en ciertos lugares que parecen clonados porque ni las ofertas gastronómicas los diferencian. Y pasas frente a uno, y frente al otro, y te parece que eres presa del déjà vu, porque el repertorio no cambia.

Y así las cosas, desaprovechamos lo que podríamos regalar a manos llenas, y en lugar de mostrar una cultura auténtica se inventa otra para el Turismo. Desperdiciamos museos, casas de cultura, galerías, rutas y sitios históricos, espacios inapreciables que muchas veces se encuentran muy cercanos a los alojamientos, pero sobre todo desconocemos lo que el turista quiere, añora: intercambiar con el cubano, que es, a fin de cuenta, nuestro mayor tesoro.

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