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¡Ciudadanía celebrity!

¡Qué frase tan ocurrente…, y oportuna!, me dije cuando la escuché durante una conferencia realizada en el Festival Internacional de Radio y Televisión Cuba 2013, que abordaba las realidades y circunstancias de los medios públicos en la región latinoamericana.

¡Ciudadanía celebrity! ¡Sí! El concepto era una clara alusión al derecho de los públicos a expresarse y reconocerse.

Si bien su significado tenía mucho más que ver con otras realidades como las de Colombia, Venezuela, Argentina o México, contenía algunas directrices válidas para mirarnos por dentro y reflexionar sobre la Radio y Televisión que podríamos tener.

Para nadie es un secreto que el panorama audiovisual está actualmente regido por dinámicas hegemónicas que responden solo a intereses comerciales. En ese sentido, quehaceres tan singulares como el nuestro demandan mayores niveles de creatividad, ingenio y calidad.

¿Cómo hacerlo? Tal vez algunas respuestas se hallen en iniciativas donde la dimensión de lo popular en nuestros medios tenga mayor visibilidad.

No obstante, puede ser que a muchos espectadores les alcance con que nuestra pequeña pantalla muestre contenidos con los cuales puedan o no identificarse, presente en numerosos programas al cantante o artista que esté en el boom en ese momento; o que se hable de algunos temas solicitados por los espectadores. Empero, eso es solo un espejismo. Incluir verdaderamente al público en los espacios, destacar la dimensión de lo popular, trasciende esas simples fronteras. Es mucho más que salir con un micrófono y cámara a la céntrica esquina de una famosa heladería y preguntarle a alguien lo que piensa acerca de la inclusión de los hermanos Gourriel en la nómina de Industriales.

Si el ciudadano se siente  reflejado, se apropiará de los espacios, se decía en aquella sesión teórica. ¿Apropiarse? ¿Acaso los espectadores hacen eso? ¿Siquiera saben cómo hacerlo? ¿Lo sabrán los encargados de gestionar los productos, agendas y contenidos? Apropiarse significa llevarse consigo, sumar determinados conocimientos o contenidos a nuestra vida cotidiana, incorporar, complementar, conversar, interactuar…, generar temas de conversación nacional, construir lenguajes comunes —dígase lo popular— y potenciar el imaginario social desde lo mediático. Significa empoderar a las audiencias, darles la posibilidad de gestionar los contenidos, o sea, decir lo que quieren y cómo lo quieren.

Con cada razonamiento surgen nuevas interrogantes: ¿Cuánto nos llevamos de nuestros medios? ¿De qué participación podemos hablar?

No podemos negar los esfuerzos que se realizan por satisfacer una enorme multiplicidad de demandas. Pero, en televisión, mucho más que en el ámbito radiofónico, pecamos, en no pocas ocasiones, de ser solemnemente protocolares, muy «especializados», pragmáticos…

Estamos olvidando que los modos de consumo cultural se reconfiguran constantemente. Ahora vemos televisión para hacerla y escuchamos radio para convertirnos en productores de nuevos sentidos, de nuevas agendas. Esas son las circunstancias que, ancladas en el avance de las nuevas tecnologías, provocan las migraciones de públicos, de las cuales muchos teóricos hablan.

Dejar que nuestros públicos migren hacia otras alternativas o propuestas sería un error. Los medios deben ser, sobre todas las cosas, reservorio del concepto de nación. Debemos asumirlos como efectivos vehículos para preservar los valores, la dignidad, el patrimonio cultural y la identidad frente a la homogenización y la banalidad, que nos golpea por todos lados.

Ser heterodoxos o transgresores no necesariamente quiere decir que estamos condenados a la hoguera; significa reflejar lo más auténtico y lo que nos define desde la mirada de la gente. No es lo mismo hablar de populismo, que de lo popular, aunque el primer término nos sea más cercano. Si nuestros medios sufren de exceso de entrevistas, de expertos, de estudios, de «corbatas», de visiones estrechas y de algunos artistas que no tienen nada interesante que decir; tal vez ya sea hora de salir a las calles, buscar a la gente y dejar que el pueblo sea mano, pincel y modelo de nuestro paisaje audiovisual; que sea la celebridad y el protagonista de nuestro filme.

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