Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los protagonistas

De aquellos cinco reclusos, el que saldría primero sería Rolando Martínez Torres (25 años) conocido por Tata el Flaco. Estaba a punto de extinguir la sanción de cuatro años y veinte días que le impusiera, por robo imperfecto, la Sala Cuarta de lo Criminal en la Causa 825 de 1944, del juzgado de instrucción de Marianao. También podría salir en cualquier momento Jesús Rivero Prendes, alias El Chino, (24 años) a disposición, por falsificación de documento, de la Sala Segunda en la Causa 648 de 1947: aguardaba por el dinero prometido para prestar la fianza que le impusieron. Los casos de Enrique Dobarganes Jorrín (Guarina), Avelino López Rodríguez (El Panadero) y un hermano de este, Evelio, eran más complicados. Guarina y El Panadero esperaban el juicio que se les celebraría por el asalto a la fábrica de cigarros Partagás, en Dragones y Barcelona, de donde solo pudieron sustraer 200 pesos. Si Tata el Flaco y El Chino Prendes podían aguantar hasta una excarcelación que era más o menos segura e inmediata, en aquel verano caliente de 1948 la fuga se convirtió en una obsesión para Guarina, El Panadero y su hermano.

Evadirse del Castillo del Príncipe era casi imposible si no se contaba con ayuda exterior y cómplices en el interior del penal. Ni lo uno ni lo otro tenían Guarina y sus dos compañeros. Comprendieron que para ejecutar su plan debían recurrir a alguien de la calle que, fingiéndose perjudicado, los acusara de estafa. La falsa acusación progresó en el juzgado correccional de Guanabacoa, que atendía los juicios de los presos de la Cárcel de La Habana, pero por un imprevisto la vista debía tener lugar en el cuartel de bomberos de esa localidad. Allí, el viernes 25 de julio, fueron internados los estafadores apócrifos, y el domingo 27 recibieron la visita familiar, ocasión que alguno de los visitantes aprovechó para esconder un revólver en el tanque de agua del inodoro. En la madrugada del lunes, Guarina pidió al custodio que lo condujera al servicio sanitario. Ya allí sacó el arma de su escondite y redujo con ella al guardia y al jefe de los bomberos que acudió en su auxilio, internándolos en el calabozo. Entonces, junto con Avelino El Panadero y Evelio, caminó hasta una esquina donde los esperaba un automóvil.

El 8 de junio Tata el Flaco cumplió su condena. Y desde el día 20 de julio, El Chino Prendes gozaba de libertad bajo fianza. El quinteto que de manera coyuntural se estructuró en el Príncipe, volvió a armarse en la calle. El grupo persistía en su propósito de asaltar un banco y terminó decidiéndose por el que escogieron de antemano, The Royal Bank of Canada, en el Paseo del Prado, entre Ánimas y Virtudes.

Un solo revólver, el de Guarina, sería insuficiente para tamaña empresa. Una pata más se añadió a la mesa cuando uno de los cinco propuso incorporar a Jorge Nayor Nasser, El Sirio. Poseía una pistola y era valiente: había participado en acciones de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), que comandaba Emilio Tro, muerto en septiembre de 1947 durante los sucesos del reparto Orfila.

LA CAPA NEGRA

Eso era una carta de crédito para el grupo comprometido en el asalto del banco. En realidad, El Sirio estaba en la fuácata y necesitaba dinero. Había perdido sus posibilidades de sustento cuando Cuba dejó de ser un centro mundial de la talla de diamantes. La II Guerra Mundial había desplazado esa actividad, en manos de judíos, desde Amsterdam y Amberes hacia La Habana. Pero el fin de la contienda la devolvía a sus sitios tradicionales, con lo que quedaban sin empleo unos 4 000 cubanos que hasta entonces trabajaron en los talleres que aquí se establecieron. Alberto, el hermano de Jorge, encontró empleo como tallador en Nueva York, pero El Sirio no tuvo esa suerte: lo devolvieron desde EE.UU. Era alto, de ojos azules, buen tipo, y algunas publicitarias lo contrataban para anunciar cigarrillos y cervezas. Su foto aparecía en revistas importantes, pero sus honorarios no eran suficientes para mantenerse como consideraba que debía vivir.

A la Acción Revolucionaria Guiteras, otro de los grupos del «gatillo alegre», perteneció El Chino Prendes. Y estuvo involucrado, con el periodista Ernesto de la Fe, organizador de la ATOM (Acción y Trabajo por un Mundo Mejor) en un movimiento que pretendía derrocar al gobierno de Grau San Martín y en el que se implicaban militares de baja graduación. Adquirieron los complotados algunas armas para su proyecto, pero fueron descubiertos y apresados muchos de ellos y aquel episodio pasó a la historia como la Conspiración de la Capa Negra, porque en una prenda como esa llegaron envueltas las ametralladoras compradas en EE.UU. Prendes, escondido en Artemisa, no fue detenido en esa ocasión. Era rebelde y valiente. Tenía una divisa: «No la saques sin motivo ni la guardes sin razón». Era su lema con la pistola.

Su padre era dueño de un almacén y una bodega en La Lisa, pero El Chino debió buscar trabajo fuera de los negocios de la familia. Se empleó como camarero en la Cayuga Construction Co., y fue luego chofer de la base aérea de San Julián. Eran los días de la II Guerra y productos de primera necesidad faltaban en Cuba. Prendes se dedicó a suministrar por su cuenta gomas de automóviles, entonces muy escasas. No reparaba en límites para procurarlas. En una ocasión asaltó a un taxista, lo maniató y luego de robar las gomas del automóvil, prendió candela al vehículo. Lo juzgaron y al cumplir su condena estableció un puesto de fritas, que apenas le daba para vivir en la calle Reina. Cayó preso de nuevo por falsificación de documentos en la Casa Quintana, donde había trabajado. Y fue durante esa estancia en prisión que conoció a Guarina.

También por el robo de una goma fue Enrique Dobarganes a la cárcel por primera vez. Su padre era propietario del garaje sito en Concha y Luyanó y vivían sin preocupaciones. Estudió en una escuela privada y llegó a cursar el primer año de bachillerato. Pero al perderse el negocio, la familia conoció las mayores calamidades. Eran diez hermanos y Enrique tuvo que comenzar a trabajar en la fábrica de helados Guarina, donde ya laboraba su progenitor, para contribuir al sustento de los suyos. Quería ayudar a su madre y además tener lo suficiente para divertirse. Para conseguirlo no encontró otro camino que el robo. Sustrajo la goma de un camión y la vendió en 50 pesos, pero dejó su huella digital en el guardafangos del vehículo. Lo echaron del trabajo y debió cumplir seis meses de privación de libertad. Fue entonces que empezaron a llamarle Guarina.

A merced de los ladrones

El asalto a un banco era un delito prácticamente desconocido en Cuba. Habían transcurrido 24 años desde el último hecho de ese tipo, cuando el español Buenaventura Durruti y otros dos anarquistas que operaban bajo el nombre de Los Errantes, robaron a punta de pistola, y a plena luz del día, la sucursal del Banco del Comercio, en la calle Galiano.

Eran los días de la dictadura del general Primo de Rivera, en España, y las cárceles estaban llenas de anarquistas. Durruti, Francisco Ascaso y Juan García Oliver —Los Tres Mosqueteros y cabezas del anarquismo español— crearon la organización Solidarios para enfrentar el terror policial. Operaron en España hasta que decidieron cometer una ola de atracos en América con vistas a nutrir los fondos de la central sindical en la que militaban. Ya en la Isla, hicieron una zafra azucarera en Las Villas. Hubo una huelga y los mayorales apalearon a los trabajadores. A la mañana siguiente el propietario de la colonia cañera apareció con la cabeza reventada por un balazo. Un papel que le colocaron sobre el pecho identificaba a los autores: Los Errantes, nombre que Solidarios había adoptado en Cuba.

En una bolsa de tela parecida a la funda de una almohada se llevaron Durruti y sus amigos los 30 000 pesos del Banco del Comercio. Dinero que llegó intacto a España, donde, años después, Durruti encontró la muerte cuando peleaba en defensa de la República.

Del asalto a una fábrica de tabacos al robo de un banco, media una distancia descomunal. Por no hablar de la diferencia que existe entre un hecho de esa envergadura y el robo de un neumático. Era un salto enorme para el que Guarina y sus compañeros no estaban convenientemente preparados. Pero igual decidieron acometerlo.

El día 11 de agosto de 1948, El Chino Prendes, en el automóvil de alquiler que utilizaba y con el que hacía piquera en Galiano y San Rafael, buscó a sus cómplices en diferentes lugares. Muy cerca de allí, en San José, recogió a Tata el Flaco y al Sirio, y en Virtudes y Amistad, al Panadero y a Guarina, vestido con un uniforme de policía, sucio y descolorido. Continuó por Zulueta, dobló por Ánimas hasta Prado y estacionó. Todos bajaron del vehículo para situarse en un ángulo cercano a la puerta del edificio, y Rosalía Alonso Gambino —más conocida por María Enríquez— la novia de Prendes, quedó en el automóvil para avisar con el claxon de algún peligro imprevisto.

Eran cerca de las tres de la tarde. A las 3:03 minutos solo quedaban en el banco ocho o nueve clientes, entre ellos una mujer, y Carlos Santana, subinspector de la Policía Secreta que recababa del administrador datos sobre un talonario de cheques que las autoridades ocuparon al delincuente Arturo García del Pidal, alias el Marqués de Pidal.

Todo era cuestión de esperar. A las 3:09 un anciano, cliente habitual del establecimiento, terminó su gestión en la caja y se dispuso a salir. El portero, Albino Folledo, lo acompañó para franquearle la puerta. Era el momento que esperaban los asaltantes. Guarina encañonó a Folledo con el revólver y le advirtió que si daba la alarma no tendría otro remedio que matarlo. El portero obedeció y la sucursal de The Royal Bank of Canada quedó a merced de los ladrones.

(Con documentación del historiador Newton Briones Montoto, quien facilitó a este periodista su libro inédito Dinero maldito.)

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