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Cómo murió José Martí (II)

Martí es impactado por tres disparos. Una bala le penetró por el pecho, al nivel del puño del esternón, que quedó fracturado; otra, que le entró por el cuello, le destrozó, en su trayectoria de salida, el lado izquierdo del labio superior, y otra más lo alcanzó en un muslo. Su acompañante, el subteniente Ángel de la Guardia, que queda atrapado bajo su caballo herido, pudo librarse del peso de la bestia y atrincherarse detrás del fustete caído para batirse desde esa posición con el adversario, escondido en el yerbazal, pero no consigue rescatar el cuerpo del Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Con el paso lento que le permite su caballo herido retorna De la Guardia a los suyos y casi al mismo tiempo vuelve, tinto en sangre, Baconao, el caballo del Apóstol. «El Generalísimo» Máximo Gómez, desesperado por la infausta noticia, se lanza, prácticamente solo, al lugar del suceso a fin de recobrar a Martí, vivo o muerto. Tanto se arriesga el Jefe del Ejército Libertador que en un informe inicial sobre el combate el coronel Ximénez de Sandoval, jefe de la columna española, reporta su nombre entre las bajas contrarias.

Diría Máximo Gómez a Tomás Estrada Palma: «Cuando me pude apercibir de su caída, lo más que podía hacer lo hice, lanzarme solo a ver si recogía su cadáver. No me fue posible, y puedo asegurar a Ud. que jamás me he visto en tanto peligro. La noticia de fuente española de que yo estaba herido, no dejaba de tener su fundamento».

Una barrera de fuego impide a Gómez llegar hasta el cuerpo de Martí. Lo hallan los españoles y el cubano Antonio Oliva, un práctico conocido por el sobrenombre del Mulato, alardea de haberlo rematado con su tercerola. Alardearía también de haberle hecho fuego desde el yerbazal. ¿Verdad o mera fanfarronería? Un militar español, Enrique Ubieta, calificó de fantasía el tiro casi a boca tocante de Oliva sobre Martí moribundo. Al historiador cubano Rolando Rodríguez le parece evidente que el Mulato se pavoneaba de lo que no había hecho porque buscaba que el Ejército español lo premiase con una distinción pensionada. Si desde el maniguaso, como decía, disparó sobre el Apóstol, no fue el único en hacerlo, pues se sabe, por el testimonio de Ángel de la Guardia, que ambos combatientes fueron objeto de una descarga cerrada. Por otra parte, colige Rolando Rodríguez, resulta imposible con una tercerola, y aun con un máuser, hacer blanco tres veces en un jinete antes de que caiga del caballo.

De todas formas, Ximénez de Sandoval anotó a Antonio Oliva entre los combatientes distinguidos en la acción de Dos Ríos y se le otorgó la Cruz del Mérito Militar de Cuba, con distintivo rojo. Pero de pensión, nada.

Identificación y despojo

En el momento de su muerte vestía Martí pantalón claro, chaqueta negra, sombrero de castor y borceguíes también negros. Su ropa debe haber llamado la atención del enemigo. Por la documentación que portaba, los españoles sospecharon de inmediato que se hallaban ante el cadáver del «pretendido» Presidente de la República o de la Cámara Insurrecta; el «cabecilla» Martí, y su reloj y su pañuelo llevaban las iniciales JM. El capitán Satué, que lo conoció en Santo Domingo, corroboró la identificación, y un tal Chacón, cubano hecho prisionero horas antes, la confirmó.

Llevaba el Apóstol documentos oficiales y varios papeles de índole personal, como la carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado, fechada el día anterior, 18 de mayo. Se sabe, por la carta de Gómez a Ximénez de Sandoval pidiéndole noticias acerca de Martí («Si está en su poder, herido… o si muerto, dónde han quedado depositados sus restos…», le dice en esa), que el Delegado llevaba encima asimismo más de 500 pesos oro americano.

Años después, Ximénez de Sandoval relataría a Gonzalo de Quesada lo que Satué le dijo acerca de las pertenencias de Martí: «Respecto a la sortija de hierro que dice llevaba… debió serle quitada cuando lo despojaron del revólver, reloj, cinto, polainas, zapatos y papeles; puesto que cuando yo encontré su cadáver y lo identifiqué, le mandé a registrar sin apearme del caballo, no encontrándole más que la moneda de cinco duros americana, tres duros en plata, la escarapela, la carta de la hija de Máximo Gómez con la cinta y la carterita de bolsillo».

Nada dice acerca de los 500 pesos. Quizá no supiera nada acerca de estos por haber quedado en otras manos. Tiempo después, sin embargo, expresaría que el dinero ocupado a Martí y también a Chacón se empleó en pagar el aguardiente y los tabacos que en el poblado de Remanganaguas ordenó que se comprara a la tropa.

Parte de ese botín de guerra quedó en poder del coronel español: la cinta azul remitida a Martí por Clemencia Gómez, el cortaplumas y la escarapela, que se dice había pertenecido a Carlos Manuel de Céspedes. Cartas y documentos los cedió a archivos militares, en tanto que el reloj lo obsequió a Marcelo Azcárraga, ministro de Guerra del Gobierno peninsular, y el revólver al capitán general Arsenio Martínez Campos.

Las iniciales JM reiteradas en el reloj y el pañuelo, la documentación ocupada y las aseveraciones de Satué y Chacón sobre la identidad del occiso, convencen a Ximénez de Sandoval de haber asestado un golpe mortal a la revolución naciente. Decide no esperar más y da la orden de retirada. Una hora y media había demorado el combate de Dos Ríos. El Apóstol cayó en la segunda media hora de la acción, después de la una y siempre antes de la una y treinta de la tarde, que es cuando el Generalísimo recibe la noticia apabullante.

Rumbo a Remanganaguas

Por un momento Gómez llega a pensar que el Delegado no está herido ni muerto, sino solo perdido en el monte. Si ha sido hecho prisionero y va herido o si ya está muerto, cree que podrá recobrarlo durante el contraataque que espera. Pero el contraataque no se produce y la exploración mambisa detecta que el adversario se mueve en retirada. Ximénez de Sandoval marcha hacia Remanganaguas y lleva el cadáver de Martí doblado y atado sobre el caballo del prisionero Chacón. Piensa Gómez interceptar la columna española. Lo pantanoso del suelo, por las lluvias, demora su avance y cuando al fin sale al camino ya los adversarios han pasado. Ordena que unos tiradores los acosen. Pero está decepcionado. Su olfato de viejo guerrero le dice que se trata de un enemigo que ya de seguro no podría derrotar.

Demora más de lo previsto Ximénez de Sandoval en llegar a su destino. Se detiene en la bodega de Modesta Oliva y más adelante, al oscurecer, la lluvia lo obliga a una nueva parada en la finca Demajagual. Hace noche la columna en el mismo camino y el cadáver de Martí, zafadas las ataduras, es dejado caer junto a un jobo. A las 3:30 de la mañana los españoles se ponen otra vez en marcha. Llegarán a Remanganaguas a las ocho de la mañana y desde allí el coronel envía un telegrama a sus superiores para dar cuenta del combate.

Es en esa localidad donde los restos del Apóstol son inhumados por primera vez. En la tierra viva y casi desnudo, cubierto solo con los pantalones. Encima de su cadáver colocan los restos de un soldado o sargento español muerto también en Dos Ríos. Son las tres de la tarde del 20 de mayo.

El Generalísimo, aunque decepcionado, no se da por vencido. Llega a la bodega de Modesta Oliva; la mujer le dice que Martí está muerto y le entrega un papel que dejó el jefe español en el establecimiento. Los nombres de Martí y de Ximénez de Sandoval aparecían anotados entre símbolos masónicos —ambos eran masones, en efecto— y se añadía que el Apóstol iba herido. Si se salvaba, sería devuelto a las filas cubanas; si fallecía, tendría un entierro digno. Resulta ingenuo pensar que Gómez creyese ese mensaje luego de que Modesta le aseguró haber visto a Martí muerto. No se ha dilucidado el misterio de ese papel que ciertamente existió, aunque Rolando Rodríguez descarta que procediera de Ximénez de Sandoval. Cree ese historiador que fue una estratagema para que Gómez aflojara o desistiera de la persecución. El médico de la columna española, también masón, se atribuyó después su autoría. Aseguró haber escrito que Martí estaba vivo y si intentaban rescatarlo le darían muerte. Pero Rodríguez tampoco cree que fuera eso lo que decía el papel.

Es entonces que el General en Jefe del Ejército Libertador escribe al jefe enemigo la carta ya aludida en la que interesa conocer el destino del Delegado. La envía con su ayudante Ramón Garriga y advierte a Ximénez de Sandoval que si ese combatiente «no vuelve a incorporarse porque usted se lo impida, cualquiera que sea la forma que para ello está usted en libertad de emplear, así sea la muerte misma, al joven oficial le importará poco eso y a los que quedemos en pie no hará mella ninguna en el espíritu que nos anima».

La última oportunidad

Hay júbilo en la parte española por la muerte del Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Vuelan los mensajes de un lado a otro. «Muerto el titulado Presidente José Martí», anuncian. En Madrid, a la salida de un consejo de ministros, los titulares de Guerra y Ultramar aseguran en triunfo a los periodistas que «con la muerte del cabecilla Martí, que era el alma de la insurrección, ha de ser fácil a nuestras tropas batir y disolver las partidas, en las cuales reina ya el desaliento y la desmoralización». El Gobierno y la reina regente envían un telegrama al capitán general Martínez Campos: felicitan al ejército de operaciones en Cuba y al coronel Sandoval por el victorioso combate. Los periódicos, en sus ediciones habituales y en suplementos extraordinarios, divulgan la noticia.

Pero España quiere asegurarse de que el muerto es ciertamente el Presidente de la Cámara Insurrecta. Sabe que tal noticia será muy discutida en el exterior y urge eliminar toda duda. Por eso el general Salcedo, jefe militar de la plaza de Santiago y de toda la provincia, ordena a Ximénez de Sandoval que se remita a dicha ciudad el cadáver de Martí, embalsamado, lo que ha de ser «de gran efecto moral y ha de contribuir a la resonancia del gran servicio prestado por usted y su columna». Asegura asimismo que en Santiago, Martí sería enterrado «con el respeto que merece todo muerto».

En su camino entre Palma Soriano y San Luis, Sandoval se topa con el médico cubano Pablo Valencia, que lleva la encomienda de Salcedo de comprobar la identidad de los restos de Martí y embalsamarlos. Ya en Remanganaguas, Valencia no puede acometer su tarea de inmediato porque le exigen una autorización de Sandoval. Manda el médico a su ayudante a San Luis, obtiene la autorización solicitada y el 23 emprende el camino de regreso con el papel oculto en un zapato. Va asustado el sujeto pese a sus precauciones, porque la bestia que monta pertenece al Ejército español y, por la marca del hierro y la cola cortada, los insurrectos se percatarán de ello si lo sorprenden en el camino. Lo detiene en efecto una tropa mambisa que reconoce el caballo. Se lo cambian por un arrenquín y lo dejan seguir porque, total, no es más que el criado de un médico.

No pudo saber aquella tropa que dejaba escapar la oportunidad de rescatar los restos del Apóstol.

VEA ADEMÁS: Cómo murió Martí (III y final)


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