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Línea

Línea es una calle eminentemente residencial, con grandes casonas y edificios de apartamentos más o menos lujosos. Hay también viviendas modestas y no faltan los establecimientos de servicio. En los números 304-306 de esta vía, donde abre sus puertas ahora una bodega, estuvieron los Estudios Armand, famoso artista conocido como El fotógrafo de las estrellas, y en Línea y M radicaba una sucursal del Banco de Fomento Comercial, dotada de una taquilla eléctrica que posibilitaba los depósitos desde el automóvil, pero con el poco envidiable récord de tres de sus directores expulsados y dos intervenciones del Banco Nacional a causa de lo deficiente de sus controles e insegura política crediticia. La maraña era de tal magnitud que la junta de accionistas del 27 de enero de 1959 terminó en una riña tumultuaria con el saldo de varios heridos.

Vecinos ilustres de esta vía fueron el poeta y guerrillero salvadoreño Roque Dalton, en una casa de huéspedes situada en la acera de los pares del tramo que corre entre G y F. El historiador Emilio Portell Vilá, en el número 962, y las hermanas de Pablo de la Torriente Brau, en el 951. En la casa marcada con el número 603 radicó el eminente hematólogo español Gustavo Pitaluga, y la casona de Teatro Estudio sirvió de residencia a la familia Blanco Herrera, propietaria de la cervecería La Tropical. En el edificio Someca, en la esquina de F, vivieron el pintor Mariano Rodríguez y el pianista Jorge Luis Prats, y en la esquina con la calle 10 vive la historiadora Nydia Sarabia, que celebró hace poco sus lúcidos e infatigables 90 años de edad.

En uno de los edificios de la acera de los pares de Línea entre 2 y 4 murió, en 1976, el doctor Félix Lancís, senador de la República entre 1940 y 1952 y primer ministro en los gobiernos de Grau San Martín y Prío Socarás. Y en la casona de la esquina de G, donde se instaló la hemeroteca de la Casa de las Américas, falleció el mayor general Mario García Menocal, ex presidente de la República.

El francés Sylvain Brouté, propietario de la repostería de Línea y 8, vino a La Habana en 1949 como cocinero de la familia de Agustín Batista, presidente de The Trust Company of Cuba. Antes, en su país sirvió a familias tan célebres como las del banquero Rothschild y el perfumista Guerlain. Su pastelería terminó dando nombre a la cadena de establecimientos de pan y dulces tan en boga en la actualidad. Laboró allí hasta el final de sus días, pese a que el negocio había pasado a manos del Estado.

No faltaban en esta avenida centros de recreación como el cine Rodi (actual teatro Mella), cuya apertura en 1952 se convirtió, dado el lujo de la instalación, en un sonado acontecimiento social, como lo fue la del teatro Trianón, en los años 20. Tampoco faltan restaurantes y cafeterías como la Casa Potin, distribuidor de los bombones italianos Perusina, de los suizos Tobler, de los franceses Marquesa de Sevigne, y los norteamericanos Maillard; y El Jardín, con su fresca terraza y ambiente distinguido, que se especializaba en bufés para bodas, despedidas de soltera, fiestas de 15 años, inauguraciones y actos sociales y profesionales, como se hacía saber en sus promociones de 1958.

El genial violinista Jasha Heifetz vino a Cuba en tres ocasiones y en cada una de estas ofreció conciertos en el Teatro Auditorium (hoy Amadeo Roldán). En una de esas visitas, a Heifetz se le partió la cuerda de su violín, un Stradivarius, por supuesto, en medio del escenario. Cuando ocurre un percance como ese, el primer violín o concertino de la orquesta cede su instrumento al concertista. Y eso fue lo que hizo el cubano Emilio Hospital, intérprete cubano muy destacado que había probado su valía no solo en lo sinfónico, sino también en la música popular, como reconoce Alejo Carpentier en una crónica de 1932 publicada en la revista Carteles. Ante el aprieto en que se hallaba Heifetz, Hospital se puso de pie y le entregó su violín, que distaba mucho de ser un Stradivarius, y Heifetz, con el violín de Hospital, prosiguió y concluyó el concierto.

Finalizado el espectáculo, mientras compartían unas cervezas en el bar del restaurante El Jardín, Emilio Hospital decía a Lezama Lima:

—Chico, yo no sabía que mi violín sonaba tan bien.

Veinte casas

Línea es la calle más importante del Vedado. Y la primera que se trazó en esa barriada. Debe su nombre al hecho de que por ella corrían los pequeños trenes que salían cerca de La Punta y, más tarde, hasta la segunda mitad del siglo XX, los tranvías eléctricos. En 1918 se le nombró Avenida del Presidente Wilson, y en la década de los 50 recibió el de Doble Vía General Batista. El pueblo repudió ambas denominaciones y continuó llamándola por su nombre original.

Uno de los primeros pobladores del Vedado y que con mayor entusiasmo y perseverancia trabajó por el engrandecimiento del reparto fue el doctor Antonio González Curquejo. Es el mismo Curquejo quien dice en sus apuntes sobre la barriada que hacia 1870 no llegaban a 20 las casas habitables en la zona hasta que en Calzada y en Línea se fueron construyendo casas particulares por aquella gente que reconocía las bondades del sitio y la ventaja de la cercanía del mar. En 1880 Curquejo construyó en Línea y B una residencia —existe todavía, muy deteriorada— para vivirla con su familia, y por la calle B hacia Calzada construyó dos chalets para alquilar, algo verdaderamente inusitado en aquella época.

Se considera a Francisco de Frías, conde de Pozos Dulces, y a su familia, los primeros habitantes del Vedado. Residían originalmente en una típica casona criolla emplazada entre las calles 11, 13, C y D. Con posterioridad a la urbanización de la zona, el Conde y su esposa se instalan en la casa de Línea y D, el solar donde está enclavado el edificio Montes. Allí pasó Pozos Dulces sus últimos años en Cuba.

En Línea y C vivió con su familia el famoso médico José Yarini; y en Línea y 6 su hermano Cirilo, dentista muy renombrado, tíos ambos de Alberto, el célebre proxeneta. En Línea y D, en un establecimiento de construcción precaria, hubo una venta de refrescos: zambumbia, agua de Loja, cebada y horchata. Era el quiosco de don Salvador. Allí se guarecían del sol y de la lluvia los que esperaban la maquinita que los llevaría a La Habana. En Línea y B radicaba la Asociación de Propietarios, Industriales y Vecinos, entidad que tomó la feliz iniciativa de celebrar por primera vez el Día del Árbol, el 10 de octubre de 1904. Allí funcionaba además la Redacción de la revista El Vedado.

Dice Renée Méndez Capote en Memorias de una cubanita que nació con el siglo: «El Vedado de mi infancia era un peñón marino sobre el que volaban confiadas las gaviotas y en cuyas malezas crecía silvestre y abundante la uva caleta. Las únicas calles dignas de ese nombre —sin verse interrumpidas por las furnias— eran Línea, 17 y Calzada. Todas las demás eran trillos abiertos entre la maleza, desriscaderos y diente de perro. En la loma había pocas casas, la mayoría con techos de tejas catalanas. Y en la parte baja, además que alguna que otra quinta, solo recuerdo el Hotel Trotcha, la casona de tablas de la Asociación de Propietarios y alguna casa de dos pisos muy cerca del mar… La parroquia la recuerdo desde muy temprano, más chiquita y más modesta».

Vamos al túnel, mi vida

En la construcción del túnel de Línea se invirtieron más de cinco millones de pesos. Fue una obra que requirió del empleo de 35 000 metros cúbicos de hormigón y 1 276 toneladas de acero, de más de 18 000 metros de pilotes de madera dura y 2 650 toneladas de tablestacas y vigas de acero. Para hacerlo posible se impuso inyectar en el terreno 10 000 metros cúbicos de mortero de cemento y otros 21 000 de membrana impermeable. Se excavaron 65 400 metros cúbicos de tierra y 19 800 de roca.

El puente de Pote cruzaba el río Almendares a la altura de la calle Calzada para enlazarla con la Quinta Avenida, y el puente Asbert lo rebasaba por la avenida 23. El desarrollo de La Habana hacia el oeste y la necesidad de mejorar las comunicaciones con esa parte de la ciudad obligaba a otros cruces sobre el Almendares, esta vez por Línea. Se analizaron entonces dos variantes. La del túnel y la de un puente tradicional. El puente debía tomar en cuenta que los yates de vela podían tener una envergadura de hasta 90 pies, lo que haría necesario un puente de 1 300 metros de largo con una pendiente de cinco por ciento. Eso equivalía a decir que la pasarela saldría desde la calle 14, en el Vedado, y se extendería hasta la calle 10, en Miramar.

Un empeño de esas características requería de una inversión similar a la de un túnel, por lo que se escogió esta variante aun a riesgo de tener que enfrentar un suelo blando en demasía como el de Miramar y la necesidad de conseguir que el fondo de la excavación estuviera seco, lo que se dificultaba porque habría que trabajar hasta más de 13 metros por debajo del agua del río. Como no podía paralizarse la navegación, la obra se acometió en dos etapas desde ambas márgenes. Sus tubos tenían una capacidad de 2 500 vehículos por hora cada uno. Comenzó a construirse durante el Gobierno del presidente Prío y sería Batista quien lo inauguraría.

Lo que el viento se llevó

En la esquina de Línea y L tenía su casa el doctor Horacio Ferrer, coronel del Ejército Libertador y autor del libro Con el rifle al hombro, publicado en 1950. Esa residencia fue demolida y en su lugar se construyó un edificio de muchas plantas y con entrada por la calle 15. Ferrer, que era oculista, conservaba las gafas de no pocas personalidades de la vida cubana, como el mayor general Máximo Gómez.

La agencia del Banco Metropolitano de Línea entre Paseo y A, era una sucursal del Banco Pujol, propiedad de la familia de ese nombre y el segundo más antiguo entre las entidades bancarias cubanas; surgió en Placetas en 1893. En 1951 abrió su casa central en el Centro Asturiano de La Habana. En Línea 1 esquina a O radicaba la única sucursal con que contaba el Banco Gelats, con oficina central en Aguiar 456. Gelats era el más antiguo entre los bancos cubanos y el noveno en el país por el monto de sus dépositos; el banco de la Iglesia Católica y del Vaticano en Cuba y que operaba la cuenta del comercio entre Cuba y España. Este sitio lo ocupó después, durante muchos años, una ya desaparecida agencia del Banco Financiero Internacional. En Línea entre 10 y 12, donde se halla ahora la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, funcionó una sucursal de The Trust Company of Cuba que, con sus 232 millones de pesos en depósitos, 26 oficinas y 8 000 empleados y su administración eficiente y capaz, clasificó en 1957 entre los 500 bancos más importantes del mundo.

Lo que es la Casa del Alba fue primero la Casa Cultural de Católicas y luego la sede del Movimiento Cubano por la Paz. Donde se alza el edificio Naroca estuvo, en los años 40 y quizá parte de la década siguiente, la embajada dominicana en Cuba. En Línea y A se hallaba la embajada de México hasta que el arquitecto Nicolás Arroyo aprovechó el espacio para construir el edificio alto que lleva el nombre de Camilo Cienfuegos.

Fuentes: Textos de Guillermo Jiménez, José M. González Delgado y Juan de las Cuevas

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